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miércoles, 21 de octubre de 2015

ORIGEN DEL APELLIDO RARO: "BOTELLO"

(Unidad investigativa Interlebprensa)

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Este no es un apellido como para burlarse imaginando que es un apodo o que está relacionado con la embotelladora de Santander, es, — muy por el contrario—,    un apellido ilustre de una familia fundada en el siglo XIV por don Alonso Tello de Meneses, hombre rico de Portugal, a quien por su caballerosidad y heroísmo lo llamaban “el buen Tello”, en portugués “Boo Tello”, de cuyas dos palabras se formó el bello apellido en cuestión.
Sus ramas se extendieron por España,  las islas Canarias y América. Los caballeros de este linaje se establecieron en el interior de Colombia, más que todo por los lados del hoy Norte de Santander, (Gramalote, Lourdes, Arboledas, Cúcuta), a mediados del siglo XVII.

Los miembros de este distinguido linaje vieron confirmada la hidalguía de su apellido en los diferentes estamentos nobiliarios y militares de Portugal y España.

Hoy día este noble linaje sigue extendiéndose por todas partes, dejando su huella como “buenos Tellos”, es decir “Botellos”, por su brillante pasado, su productivo presente y su prometedor futuro.




martes, 13 de octubre de 2015

HUMORISMO INOLVIDABLE EL DIABLO Y EL PACTADOR

El patrimonio oral de mi padre lo considero un elemento valioso del depósito cultural de la generación de su tiempo. Por lo mismo y tanto, estimo necesario perpetuarlo y compartirlo

Por Lebb

Tal como decíamos ayer ––recomenzaba la historia nuestro padre–– un joven alentado y buen mozo, pero lamentablemente sin la alegría de trabajar y ser útil, resolvió una noche fatal invocar al diablo para que lo hiciera fácilmente rico...
Y nos quedábamos como estatuas oyentes, "impávidos", (como él mismo calificaba a los paisanos que ni rajan ni prestan el hacha, o sea los que oyen y no hacen nada): "Aquella noche misteriosa como jamás la hubo ni la habrá, allá en un monte cercano, bajo la frialdad de una luna a medias, un adefesio de hombre huesudo y rojo, se le apareció en medio de una estruendosa llamarada al joven perezoso, ––malo para el estudio, pesado para los deberes––, y le preguntó con voz potente y cavernosa:
"¿Qué quieres hacer con tu vida?"
Y éste respondió que no quería hacer nada, sino pasarla sabroso ––pedía poco–nada más sino volverse rico a las carreras, como  los "narcos", pero sin afanes ni persecuciones...
"Fue entonces –siguió nuestro padre la leyenda– cuando el Diablo le pidió, tras la solemne promesa de la donación de su alma a cambio del favor, que cerrara los ojos y no los abriera hasta cuando él se lo ordenara. De no ser así, quedaría peor que la curiosa mujer de Lot después de darse la vuelta y mirar la destrucción de Sodoma, quedaría frito y, lo peor de todo, sin plata.
Habían transcurrido unos segundos largos, cuando oyó la orden del Patas de abrir los ojos y de observar el paisaje. Para su decepción se halló frente una montaña descomunal hecha de solos carbones diabólicamente negros como jamás él se los había imaginado en ninguna parte de la tierra. Pero se abstuvo de reclamarle o de mostrarle su desilusión, porque bien sabía que estaba tratando con un ser mentiroso por excelencia y engañador de siete suelas. Optó entonces por bajar la vista resignado, hacia los carbones cercanos a sus pies aguardando la explicación del diablo o su siguiente jugada.
Pero el diablo nunca explica nada. Menos en esa ocasión. Simplemente le exigió que se agachara y recogiera todos los carbones que bien quisiera y se los metiera en el bolsillo del pantalón. Con la pereza a cuestas, con el asco que le daba ensuciarse las manos, con la ira que le rasuraba las entrañas y murmurando para sus adentros, recogió poco menos de tres carbones y volviéndose al demonio le dijo con desencanto que definitivamente no había nacido para ser carbonero. Aquél sonrió burlonamente y como saboreando una victoria anticipada, le pidió que nuevamente cerrara los ojos y no los fuera a abrir por ningún motivo antes de que se lo ordenara, a menos que quisiera  convertirse en chicharrón africano.
La moraleja del cuento, cada vez que nuestro padre lo repitiera, la retomaría nuestra madre ––seguidora asidua de todos estos relatos–– para inculcarnos la lección de  sacarle el máximo provecho a las oportunidades vinieran de donde vinieran, porque precisamente la vida nos las sirve en bandeja muchas veces como en promociones irrepetibles, "las pintan calvas", dicen por ahí refiriéndose a las oportunidades.
Y ese fue precisamente el error garrafal del jovencito del cuento: dejar pasar la oportunidad de hacerse millonario a partir de recoger pobres carbones tirados en el piso.
Pero antes de redondear la historia, antes de hacer el comentario final, no faltaba hermano alguno que desviara la atención de nuestro cuentero, haciendo alguna pregunta o referencia a otro relato. En esta ocasión fue uno de nuestros hermanos,  con alma de poeta también, quien le rogó acabar de definir la suerte de aquellos forasteros buscadores del poeta Julio Flórez. Aquellos turistas habían pagado un costoso expreso a Chiquinquirá con el solo propósito de conocerlo personalmente. Sus amigos, muy interesados en que el poeta le diera una excelente impresión a esa especie de delegación internacional, corrieron a buscarlo para ponerlo al tanto de la visita. Desafortunadamente lo hallaron como era su costumbre borracho y tirado en un andén. Sin embargo, ni cortos ni perezosos, lo ayudaron a levantarse con esfuerzo y buenos consejos, para que fuera a ponerse decente. Para contrariedad de todos, el poeta se dejó caer de espaldas contra la pared mientras les farfullaba malhumorado: "¡Díganles a esos extranjeros que aquí en Colombia la poesía se halla tirada por las calles!"
No deseando que esa gente refinada lo viera en esa facha trataron de disuadir a los visitantes de su intento de conocerlo, alegando que el poeta no estaba en buenas condiciones de salud o algo así. Pero aquéllos, sin aceptar negativas de ninguna clase, se atrevieron a ir hasta el sitio donde se había quedado Julio Flórez desplomado contra la pared. Fue entonces, cuando uno de ellos le pidió ––como para ponerlo a prueba (quizá el que menos creía en el talento del  poeta)–– que les compusiera unos versos con las palabras más prosaicas del momento:
"Queremos ––le dijeron–– que nos improvise versos que rimen con las palabras 'estrellas y calabaza'". Cuentan que el poeta se quedó meditabundo unos instantes y luego, con voz buena y sana, recitó magistralmente:

"Caminaba un peregrino
en una noche serena.
Llevaba una calabaza llena
de un exquisito vino.
La sed le salió al camino
y a apagarla se dio traza:
Alzando la calabaza,
al cielo hizo puntería;
y al mismo tiempo veía:
estrellas y calabaza".

Seguramente con esos versos de inicio, Julio Florez les ofreció más fragmentos líricos de su autoría a los asistentes a tan inusual y breve recital. Ellos aplaudieron al excepcional bohemio y luego se volvieron a su tierra como los reyes magos a contar que habían visto y oído poesía colombiana tan buena y abundante que hasta se encontraba tirada por las calles.
"En cuanto al muchacho aquel, que pretendió hacer pacto con el diablo, ––concluía Marbolleán, como firmaba sus escritos nuestro padre–– cuentan que tuvo 'mal fin', por la sola y sencilla razón de que no echó suficientes carbones al bolsillo. Una vez que volvió a la realidad, a su mundo, y metió sus manos al bolsillo para revisar los sucios carbones notó sorprendido y muy rabioso consigo mismo que se habían convertido en oro puro".
Fue entonces cuando pegó el más cruel, dolorido, feroz y grosero grito de remordimiento que ser humano haya proferido alguna vez:

 "¡Malhaya, ––su aullido llegó hasta el cielo––  malhaya, no haber echado más carbones al bolsillo!".

lunes, 12 de octubre de 2015

"¿Mil pesos nada más por un simple soplo?"

Por Lebb

El histórico relojero, con la maña propia de sus largos años de oficio, destapó el reloj, y tras observar con magia sabia las entrañas del mecanismo, tomó aire y sopló sobre los engranajes exactos...

Recuperó entonces su danzante vida la espiral; el áncora, su vaivén; el espíritu del viejo reloj su ritmo de antaño...
revitalizando sus ancestrales rutinas. Mi padre, al contrario de ese mecanismo, se quedó sin cuerda, paralizado, admirado... Por fin pudo, tras segundos largos, quejarse por un cobro algo exagerado para ese tiempo:
"¿Mil pesos nada más por un simple soplo?"
A lo cual, el relojero, con visible desagrado, replicó con la seguridad de un profesional:
"¡No se cobra el simple soplo, (eso lo puede hacer cualquiera); sino el saber soplar donde se tiene que soplar! (Eso lo hacen pocos). Pero para eso hay que tener talento y estudiar."
"Además, -siguió diciendo con aires de predicador- saber soplar es arte divino: Dios sopló en la nariz del hombre y le dio 'aliento de vida' . El Maestro lo hizo sobre sus apóstoles y les trasmitió Espíritu. Y el profeta Ezequiel, en el valle de los huesos secos, rogó a Dios y éstos, tras un ruido, se juntaron formando cuerpos. Pero todavía no andaban como este reloj antes. Fue cuando sopló el espíritu sobre ellos y ellos revivieron. Debería cobrar más por mi 'soplo'".
Entonces mi padre, que era buena "paga", sacó la cartera y le canceló al viejo relojero.
Cuando ya estuvimos solos e íbamos camino a casa se volteó hacia nosotros todavía malhumorado y, apuntándonos con el índice repetidas veces, nos conminó: "!Ustedes también deben estudiar, porque ya se dieron cuenta, lo que hizo y dijo ese tipo. El que sabe se defiende. El que no sabe lo engañan. El que sabe "jode" Y al que no sabe lo "joden" (así lo dijo con esa palabra dura y grosera).
Ya por la noche, llegada la calma de la oscuridad, y con el ánimo en reposo nos aconsejó que no utilizáramos palabras groseras en nuestro hablar, -como él- para referirnos a personas o a las conductas de las mismas, porque eso habla muy mal de nuestra personalidad y, por ende, de nuestras obras.
"Si no lo creen -terminó diciéndonos- escuchen esta anécdota ocurrida en la pequeña iglesia de Puebloviejo, (así se llamaba el pueblo donde estudié la dentistería" (Odontología):
Se arrodilló un feligrés compungido ante el cura a delatar sus pecados. Y en un momento dado, confesó:
"Me acuso, Padre, que digo cada rato la palabra "jediondo" al perro, al gato, a todo el mundo: "jedionda" le digo a mi mujer, jed...
"¡Detente, hijo mío, -le ordenó severamente el confesor, añadiendo de inmediato un piadoso disuasivo de fe:
"¡Hijo mío, cada vez que pronuncias esa horrísona palabra, el Ángel de la Guarda, al instante, se aleja de tu lado siete leguas".
El impresionable penitente abrió desmesuradamente los ojos espantado, sin poder controlar el comentario en voz alta, que sacó de sus meditaciones a los orantes del templo: "¡Ah, Jediondo, de rendirle!"

sábado, 10 de octubre de 2015

La "chinita" que atrapó al "chinito" mejor cotizado

Gracias a una "matica" (que no era tan matica) quien no era princesa logró persuadir al  príncipe bueno (que no era tan bueno), de que ella era la chica ideal para él y, sobre todo, la precisa para el Reino

Se cuenta que muy lejos en el tiempo y en la distancia, allá en la fabulosa China, un príncipe de la región norte del país estaba ya maduro para ser coronado rey; (nada que ver con ese otro "maduro" mal vecino). Pero que precisamente se había dilatado esa ceremonia porque el joven no cumplía con un pequeño detalle legal, a saber: "Debe estar casado". Él era el soltero más codiciado del continente, duro de atrapar, sin novia oficial, solamente contaba con buenas amigas o amigas buenas, pero que de ahí a comprometerse con cualquiera de ellas había una inmensidad.

 Entonces como China lo necesitaba rey y él no quería hacer reina a cualquier hija de vecina, resolvió, en un arranque de sagacidad soberana, convocar un "reality" (No estaban de moda en esa época, pero él como buen chino se lo inventó desde allá). Decidió proponer pues una competencia entre todas las muchachas de la corte, bonitas y feas,  ricas y pobres, tontas y listas, para ver quién sería digna de su propuesta matrimonial:
"Me casaré --anunció--con la pretendiente que sea capaz de resolver un desafío. Y estáis  (No era para nada  español, pero hablaba así con el "vosotros") estáis invitadas a una reunión especial para que conozcáis de qué se trata. No faltéis!"

Una buena mujer, empleada en el palacio hacía muchos años y ágil comunicadora, fue de inmediato a contárselo a su hija, una dulce virgen virtuosa de belleza infartante (recuerden que esto es puro cuento), quien desde hacía mucho rato profesaba un amor ardiente, secreto y soñoliento por el príncipe, tanto que se pasaba todas las noches ardiendo, secreteando y soñando con él. (No sé a qué horas dormía).

Micaela, nombre con el cual distinguimos a nuestra heroína, al oir de la madre la promoción imperial, brincó hasta el techo azuzada por la esperanza de poder al menos contemplar al príncipe en persona. (Es que la esperanza es como un resorte en la vida. Por eso fue que Tristancho, un vecino mío, se murió de desánimo. Lo abandonó la Esperanza. Ese era precisamente el nombre de su amor).

Dicen que la madre, al ver  a su hija tan entusiasmada y con un gran chichón en la cabeza, (es que del brinco se golpeó contra el techo), trató de disuadirla con palabras racionales, pero no insistió mucho. Tal vez porque allá en las entretelas de sus ambiciones vitales, le resultaba grato convertirse también en la suegra del futuro rey.

Llegado pues el día del concurso, nuestra chica Micaela se bañó y se perfumó como nunca. Se puso su vestido solemne y se fue de rapidez para el castillo. Una vez allí detalló,  con cierto aire de envidia y temor, a sus competidoras quienes conforme a sus trajes primorosos y sus físicos glamurosos (todo me sale en oso) estaban muy bien equipadas para quedarse con el chino mejor cotizado del imperio.

Para acortar el cuento voy a suspender los protocolos, los besamanos, los discursos y solamente les voy a repetir las palabras del príncipe, que dieron inicio al desafío nupcial: "Daré a cada una de vosotras una semilla. --les dijo a las aspirantes a casadas-- Aquella que me traiga la flor más bella dentro de tres meses será mi futura reina, la emperatriz de China" Cada una entonces recibió su respectiva semilla y todas de inmediato se fueron corriendo a sus comarcas a sembrarlas y a cuidarlas.

Cumplido el primer mes y, a pesar del amor y el santo esfuerzo de Micaela, pasó lo que no debía pasar. (O ¿sí debía pasar?): No nació ninguna flor. Ni fea ni bonita. Llegó el segundo mes: Tampoco, ni fea ni bonita. Y, al tercer mes, sólo había tierra en la maceta y un desengaño endiablado en el corazón de Micaela. Pero, aun así, la osada chica, sin terror al ridículo, se presentó el día señalado en el palacio con su tiesto de mera tierra mientras que, por el contrario, las otras pretendientes del mejor chino del mundo, habían llegado con flores espectaculares en finas macetas.

Cuando el príncipe se presentó en la sala para evaluar las competencias laborales de las doncellas, se quedó pasmado: nunca había visto tantas bellas flores juntas. (pretendientes y maticas). Sin embargo, emitió su fallo, rápido y seguro, después de revisar uno por uno los respectivos materos de las concursantes: "La ganadora es la dama de la flor invisible", dijo.

Creo que están creyendo que Micaela brincó hasta el cielo. Pero no es cierto. Porque ella se quedó petrificada, inmóvil, sin entender las causas del extraño veredicto. Y así como ella estaba también el público y el resto de doncellas.

Viendo entonces que la audiencia con los ojos y el silencio exigía una explicación, el chino príncipe levantó la voz y les explicó:
"Esta dama honorable fue la única que cultivó con sinceridad y amor la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor no está en la maceta, la flor es la honestidad y está en su corazón. Todas las semillas que entregué eran estériles. De tal manera que quienes trajeron flores están regando fuera del... (bueno, el principe no podía ser tan ordinario. Pero lo que quiso decir es que eran falsas. Y que en el imperio no había sitio para la corrupción, sino para la rectitud y el amor... (¡bonito discurso político!).

Y ahora sí, el final que nos gusta:
Micaela recobró la movilidad, las palpitaciones, todas las emociones y corrió entonces hacia el príncipe que la recibió con sonrisa, con amor instantáneo y los brazos abiertos. Se casaron muy pronto, se hicieron reyes, tuvieron hijos y fueron muy felices.

lunes, 7 de septiembre de 2015

HONOR Y PAZ EN LA TUMBA DE MI HUMORISTA FAVORITO

Por Lebb

Nuestro padre Marco Antonio Botello Uribe, hijo, -con orgullo para él–, de Gramalote, población amena del Norte de Santander, (destruída por la naturaleza y ahora en vía de resurrección), cumplió el pasado mes de julio, nueve años de eternidad, tras noventa y cinco años de trasegar por este mundo. (A él le encantaban estas palabras como “trasegar”, así su significado no se ajustaran mucho al dictamen del pequeño Larousse, del cual conservaba un vetusto ejemplar que ojeaba religiosamente con mucha frecuencia).


 Aparte de administrar con propiedad el lenguaje oral, también se dedicaba a redactar cartas o recuerdos con fervor admirable, a mano con su lapicero o "chuzando" con sus gruesos índices las teclas de su atronadora máquina de escribir. Gustaba de las tonadas románticas a pura voz o rasgando las cuerdas festivas del tiple. Al compás favorito de las cervezas, lo tramaban los versos de despecho.
Como fiel admirador del lenguaje florido y de sus autores, recitaba de memoria largas líneas inspiradas e incluso nos cantaba parte de las estrofas que alguna vez como conquistador entonó, bajo las ventanas de las mujeres de sus sueños.

   Pero indudable y definitivamente la parte más valiosa de su inmortal herencia espiritual, la constituyó su buen humor. Desde luego también fue serio, tuvo sus rabias, sus malas palabras y chinches en muchas ocasiones, –los Botello también heredamos eso–, como cualquier ser humano. Pero cuando se hallaba bueno y sano nos deleitaba con sus chistes recontados, con sus historias ya sabidas por el aire, sus cuentos, sus apuntes y bromas, unas veces relacionadas con su profesión de dentista o con el trato con sus amigos y vecinos.

Y fue allá en la finca del Edén, –la casa primera de mi padre–, tras la comida y a la luz trepidante de una lámpara de aceite, cuando la tradición forzaba a los ex comensales a conversar según sus antojos, a sacarle chiste incluso a las sombras, a gastar bonitamente el rato para no buscar tan temprano las esteras, fue desde allá entonces, por ausencia de luz eléctrica y por falta de otras entretenciones modernas, que nuestro padre grabó en su memoria buena parte de su repertorio.

De allá seguramente, cuando recién llegaba un automotor al pueblo, proviene el cuento de aquella señora que se entusiasmó a lo loco con ese aparato y hervía en ganas de montarse en él. Fue a la sazón cuando empezaron a circular los términos de chofer, de carro, palanca de cambios y de todas esas nuevas palabras que muchos escuchaban pero ni sabían cómo manejarlas. Entonces la señora en mención, –claro que mejor lo contaba mi padre– llegó tan exaltada al parque principal del pueblo, gritando: “¡Quiero montar en el chofer!” Seguramente el bendito chofer no se burló de ella, sino que más bien le explicó lo uno y lo otro y encima la dejó montar en el carro y se la llevó a dar una vuelta.

Pero al caudal del río de leyendas urbanas y silvestres, Marbolleán, como solía firmar sus escritos, lo iba acrecentando con sus propias vivencias. Por ejemplo, una vez fue acusado de agredir  al  sastre del pueblo y por tal motivo el alcalde lo citó a explicar su conducta.  A la citación se presentó con un tal Calixto Moros,  compañero de farra, medianamente letrado y sin pelos en la boca. En la audiencia  se acaloraron los ánimos y don Calixto no dejaba de hostigar a la parte acusadora. Fue entonces cuando el alcalde, en funciones de juez, a falta de martillo, palmoteó sonoramente la mesa y le impuso una multa de diez pesos –cifra respetable para la época– al improvisado abogado defensor de mi padre. Don Calixto, con sorna y dignidad postiza, sacó dinero de la cartera y alzando aún más la voz, dijo: “¡Aquí  tiene los diez pesos de la multa. Y aquí tiene otros diez pesos más, para que me deje seguir hablando!”

A nuestro padre lo entusiasmó tanto la actitud fogosa de su defensor, su palabra rápida y certera que de él nos dejó otros cuentos, como aquel cuando a su tienda del pueblo irrumpió con una pistola oxidada un mala paga resuelto a saldar una vieja deuda con su acreedor, no precisamente con billete sino con plomo. Como no era de imaginarse, el arma del desafiante había estado dormida mucho tiempo. Lo suficiente como para que la humedad pusiera óxido en sus entrañas. Resultó entonces que, tras ser accionada repetidas veces apuntando hacia el tendero, no disparó un solo tiro. Ante lo cual, don Calixto, imperturbable y pausado, extrajo de debajo del mostrador un revolver de cañón largo, usado mucho tiempo atrás en añejas batallas que ni la empuñadura desgastada recordaba. Encañonándo al mal pagador y mal disparador, con fingida pero creíble mirada asesina, le gritó en la cara: “Este sí prende”.

En verdad, no existían en la mente del bondadoso Calixto Moros intenciones criminales  de querer mandar a ese fulano al barrio de los acostados. Más bien, inclinando el arma, le hizo varios disparos alrededor de sus alpargatas. Santo remedio: el tipo aterrorizado bailó un rato antes de salir despavorido de la tienda. Poco tiempo después regresó al mostrador, no altanero, sino humilde y contrito, a pagar la deuda casi sin mentar palabra. Sus chocatos, otrora bailarines al son del plomo, no volvieron ni siquiera a pisar el fique del tapete de bienvenida. No podía ser de otra manera.

EL MEJOR RESTAURANTE FRACASA SI LOS COMENSALES SE PRESENTAN SIN HAMBRE

¿Estarán o estaremos en el lugar equivocado?


 Por Lebb

Puede resultar paradójico que un establecimiento de categoría y gran calidad en la preparación de los alimentos para la más variada y numerosa clientela se encontrara ante el problema tan absurdo como chocante de que algunos comensales se sentaran a la mesa sin apetito, sin gusto por ningún plato del menú y, encima de eso, se pusieran a jugar con las servilletas, a botar la sal, a engrudar la mesa con las salsas y a sabotear, de ribete, a los vecinos que sí se encuentran con hambre.

Si bien no es fácil encontrar clientes con ese tipo de conflicto estomacal, porque, aunque los haya, simplemente optan por no aparecerse en los restaurantes a exigir un plato para, como tontos, pagar y dejarlo.

 Pero trasladando el caso, a manera de una parábola evangélica, del restaurante, al colegio que ofrece la comida para la mente, los valores para el espíritu, las vitaminas para el cerebro, nos encontramos de frente con un problema gigantesco de ese tipo, ilógico y chocante: muchos de nuestros comensales que se sientan en nuestras mesas, frente al Menú académico y formativo, se muestran sin hambre y con pulgas en el cuerpo. Y, como propina, algunos de ellos, para no aburrirse, se ponen a jugar con los otros comensales, a sabotear el menú y a no dejar “comer” a quienes naturalmente vienen con esas intenciones.

 Si el caso se presentara en un restaurante corriente, a lo mejor el dueño, sin asumir el esfuerzo de persuadirlos de que sean buenos, como lo hace la mamá con sus críos inapetentes y rebeldes, que los “paladea” para que se tomen la sopa, simplemente llama a la policía para que saque del local a tan raros revoltosos.

 Una política en tal sentido, al interior de nuestras instituciones, lógicamente, no es la más recomendable por cuanto con ello no sólo estaríamos corriendo clientes necesarios para sostener la empresa educativa, sino que también estaríamos arriesgando nuestra vocación de formadores y dejando serias dudas sobre la competencia pedagógica. 

La única alternativa permisible es la de no sólo atender “la preparación de los platos” -los planes de estudio y demás quehaceres académicos-,  sino la de buscar la medicina para su anorexia estudiantil; o el tratamiento respectivo para que acudan al instituto como al lugar indicado donde encuentra complacencia para todos sus justos apetitos humanos e intelectuales. E incluso llegar hasta inventarse formas para que creen sentido a su vida y objetivos para sus energías existenciales. 

Las acciones encaminadas a despertar sus fibras del deseo por el aprendizaje o la pasión por su realización personal, han de ser frutos de la inventiva, y de la misión de todos los comprometidos en la empresa educativa. Pero, no bastan los discursos y los sermones. Ya no son suficientes las letanías tradicionales ensalzando las bondades de la virtud y de la ciencia. Muchos de nuestros jóvenes, merced a su inteligencia y vivacidad, aspiran a que les mostremos y los convenzamos de las maneras más satisfactorias de encauzar sus energías abundantes. 

Pero puede ser que ellos hayan venido al lugar equivocado donde no se les enciende el fuego del perfeccionamiento personal ni se les dá pábulo a sus ideales apetencias personales. O puede ser que nosotros, por falta de mejor preparación o de vocación pertinente, como les pasa a muchos ministros ungidos, no estemos en el sitio apropiado donde nuestras competencias laborales sean productivas y redentoras.

domingo, 9 de agosto de 2015

SOBRE UNA DECRETADA REVOLUCIÓN

Por Lebb

...quedó la incómoda sensación de que estaba decretada una inminente revolución en el colegio de la región, sobre cuyos efectos había temores, desagrados y desacuerdos. 


Una vez se reunieron a conversar un chef, un ganadero y un sabelotodo sobre el tema que estaba de moda en la región, precisamente sobre la inminencia de la instauración de la jornada única en el colegio por inspiración y mandato irrefutable del Ministerio respectivo. El sabelotodo comenzó diciendo que jamás había sabido de una ley aplicable exactamente igual en todos lados, que incluso “han existido leyes objetables –-decía— que  no deberían hacerse efectivas en muchas lugares porque simplemente allí no se cumplen los requisitos para hacerlas efectivas ni se dan las justificaciones que las ameriten”.

El ganadero, pensando seguramente en sus animales (era casado y con muchos hijos, pero él estaba pensando en los de silla y carga), intervino enérgicamente, diciendo: “Siempre ha sido resabio de muchos mandamases aparejar antes de traer las bestias”, refiriéndose con ello a que primero se deben establecer las condiciones previas y los arreglos básicos para que algo suceda o se realice: “El colegio  –puntualizaba—  no ofrece salones cómodos y frescos para que los estudiantes se sientan a gusto  y deseosos de aprender, tampoco tiene otros espacios alternos si se quiere variar la manera de enseñar. Hasta mi ganado tiene espacios para la siesta, para el amor y otros menesteres”.

“Tampoco existe –intervenía el chef— un restaurante competente para velar por tantos comensales. Pero tampoco hay personal suficiente que atienda y controle las mesas, ni tampoco el número completo de profesores bien adiestrados quienes allá en las aulas los hagan, en tantas horas de clase, pacientes, sabios y buenos para la vida”.

“Además de que el establecimiento no está preparado ni el personal tampoco —amplió el Sabelotodo— es aconsejable detenerse a pensar si la medida gubernamental de inflar la jornada realmente es un remedio para la enfermedad del bajo rendimiento académico, o simplemente es una política rentable para el gobierno y algunos otros, que se debe clavar cuanto antes como una estaca en el suelo de Llano Grande. Una pretendida panacea un poco amarga e indigesta para muchos que a la postre podría llegar a ser peor que la enfermedad”.

“¡No lo había podido decir yo mejor! —intervino el finquero— Pero además es preciso preguntarse de manera independiente, no oficialista, con sabiduría práctica, si esa jornada intensa, extendida, adicional, única o como quieran llamarla, contribuye efectivamente a mejores y mayores aprendizajes o, por el contrario, es, además de contraproducente, causa y razón de esfuerzos inútiles, de tiempo mal empleado tanto de profesores como de alumnos.

“Aquí estamos en el campo, —continuaba nuestro amigo el campesino— y con el horario alargado, los estudiantes deberían permanecer casi hasta las cuatro de la tarde en la Institución. Unos estarían llegando a sus casas hacia las seis de la tarde o más. Tomarían la comida a la ligera, harían algo de charla con los suyos, medio manosearían a sus mascotas, mirarían el televisor apagado y se irían a soñar con los deberes académicos del día siguiente. (A los profesores lógicamente se les trastornarían también los horarios personales. Sufrirían más de nervios y de angustias).

“En ese mismo sentido yo agrego —terció el Sabelotodo— que los jóvenes no tendrían la opción importante de ayudar a sus padres en los quehaceres domésticos ni en las labores que refuerzan el  potencial económico familiar. Por otra parte, carecerían de tiempo para continuar su preparación en el Sena, para sus aficiones deportivas o para adelantar proyectos de grado, de vida inclusive, personales o profesionales. Nada entonces de cursos de baloncesto, de vinicultura, de conducción, de jardinería, de mecánica ni menos de repostería por cuanto no tendrían tiempo para sus prácticas, tampoco para amasar, menos para hornear, casi ni para compartir los bizcochos con su familia y amigos”.

“No conviene entonces —sentenció el chef— que por servilismo a una ley humana cuestionable se prepare a la ligera una fórmula lesiva para dársela a una comunidad estudiantil con el argumento falaz de obtener una supuesta mejoría académica. Se estaría intentando aplicar una receta inadecuada que legitima una especie de servidumbre escolar donde el amo y señor sea estudiar, estudiar y estudiar; y no justamente ser, hacer y vivir”.

El granjero entonces aplaudió entusiasmado como cuando un político echa su mejor discurso. Pero el Sabelotodo, puesto en pie y pidiendo silencio, expresó:
“Siguiendo esta misma línea, no conviene tampoco forzar a unos jóvenes de poca vocación para el ministerio intelectual, a mayores y extendidas faenas mentales, cuando han nacido y heredado un espíritu práctico para la vida, un tanto esquivo a la disciplina del estudio y de la consagración académica. Si se pudiera lograr, asunto en el cual soy muy incrédulo, meterles más números en la cabeza, mayores palabras inglesas en la mollera, más datos sociales en sus discos duros neuronales, van a sentirse extraños como peces con escafandras en las propias peceras sociales donde tengan que nadar y alimentarse”.

Ni el cocinero ni el granjero entendieron del todo estas últimas palabras del Sabelotodo, pero creo que medio captaron a lo chapulín la idea de que “para qué un excesivo SABER intelectual, si lo que ellos necesitan es prepararse de forma real y práctica para la vida productiva, sin necesidad de enclaustrarse cinco años en una universidad y devolverse al rancho habiendo olvidado nociones útiles y pericias vitales como por ejemplo qué es un azadón y para qué sirve”.

“Lo que siempre he reconocido y debo añadirlo aquí: —Afirmó el chef, con aire de experto— nuestros muchachos, con muchas otras cualidades y valores, realmente no sienten gusto o no quieren sacrificarse estudiando mucho. No les nace. Son como “anoréxicos académicos”, no tienen “cultura de estudio”, como afirma alguien. Forzarlos a estudiar más en jornadas casi de tiempo completo es hasta dañoso. Si con el horario que tienen ahora evaden clases, llegan tarde, no atienden, se distraen, les importan más los celulares que la instrucción entonces, ¿para qué oprimirlos con un régimen de extrema exigencia académica? Compañeros de este sindicato, echarles más carga de ciencia a sus espaldas no garantiza mejores aprendizajes, es más bien una forma dictatorial de aburrirlos más, abocarlos a que se escapen más de las clases alegando dolores de cabeza, cólicos, o chikunguña contagioso, o lo que es peor, a que se fuguen para siempre del colegio”.

El turno fue finalmente para el granjero, el cual tomó la palabra añadiendo: “No conviene pensar ingenuamente que quienes son regulares con lo poco que estudian en el horario actual vayan a convertirse bajo un régimen escolar más intenso, en lumbreras de la ciencia, en superpoderosos para la prueba SABER. La experiencia de los siglos ha demostrado que quien es mediocre en lo poco es más mediocre en lo mucho”. Pero hay más. Se ha sabido que una de las mayores debilidades del colegio ha sido la indisciplina. Entonces, si en el horario actual es bastante, ¿cómo será en un horario alargado? Yo opino inclusive que con sólo una disciplina óptima y con el mismo horario de todos los tiempos podría alcanzarse mayores niveles de aprendizaje y formación. Pero estoy seguro que con la misma indisciplina, más horario intenso obtendríamos un acabose completo.

Y así siguieron hablando el campesino, el cocinero y el sabelotodo toda la tarde. Ahora me pregunto: ¿De dónde sacaron tanto tiempo para conversar sobre el tema, si el uno tenía que ordeñar vacas, arriar bestias, etc., el otro poner y zarandear las ollas y el tercero seguir sabiendo más todavía? De cualquier modo, ellos no pudieron arreglar el mundo con su charla, pero en el ambiente quedó la incómoda sensación de que estaba decretada una inminente revolución de horarios en el colegio de la región, cuyos efectos estaban generando temores, desagrados y desacuerdos.

Por otra parte, allá en el colegio, sonó el agudo timbre electrónico y el profesor de inglés, a las doce y tres cuartos, salió sudando de su salón de clase, mientras el termómetro registraba una temperatura cercana a los 35 grados. "De pronto esto serviría—pensó agotado y con hambre, mientras cerraba la puerta— para enseñarles a los estudiantes, mientras se abanican desesperados, expresiones como "Oh, here it's very hot. We need air conditioned!" En seguida pasó por su lado feliz y fresco su compañero de Matemáticas que le dijo entusiasmado: "Ya casi comenzamos la jornada única hasta las cuatro". Nuestro amigo que no estaba para bromas pesadas, se imaginó que para ese entonces su jornada estaría solamente a la mitad… Entonces casi se desmaya.

miércoles, 1 de julio de 2015

A estudiar más... ¡Y sí habrá realmente ganas!

Por Lebb

Los hinchas del horario extendido están pregonando que ahora sí van a llover las bendiciones al sistema educativo colombiano, como por ejemplo, el descenso de la deserción escolar, el ascenso en los resultados académicos, el bálsamo de la violencia escolar. Otros mesías, no menos triunfalistas, profetizan que incluso también caerán los indicadores de embarazo de las colegialas... Y no faltan los pronósticos de los analistas bromistas que también predicen que hasta el mercado de la despensa va a rendir más, y que habrá por fin mayor paz en los hogares... ¿Será posible tanta belleza?


(Bueno, eso último de la alacena y de la paz sí lo aceptamos como correcto, porque aplicamos la lógica espontánea:  si los estudiantes prácticamente se van a vivir  al colegio entonces no dispondrían de mucho tiempo en su casa ni para requisar el mercado, (en el colegio les darían todo), tampoco para despilfarrar allá luz, agua o internet inalámbrico. Y, en segundo lugar, darían menos motivos a las iras paternas y a las controversias fraternales; no les alcanzaría el tiempo para las peleas callejeras ni para juntarse con los vagos viciosos del vecindario... (Eso suena genial). 
Pero, en perjuicio, no tendrían, entre muchas otras cosas, tiempo disponible para mimar a las mascotas que se deprimen a causa de la soledad, como lo denuncia el estudiante de arriba en su cartel de rechazo a la jornada única.)

  Lo que todavía no nos convence es el punto según el cual la deserción escolar por efecto de la jornada única va a disminuir. Argumentan que es preciso desarrollar proyectos sobre el uso del tiempo libre para que no piensen en abandonar. Pero ¿para qué proyectos si es que con ese horario de casi todo el día no les va a quedar tiempo para desarrollarlos? (A no ser que sean proyectos de fin de semana o nocturnos).

Custodiar a estos estudiantes más tiempo en el colegio haciendo más de lo mismo o forzándolos a estudiar más si apenas son capaces de estudiar lo mínimo, acabaría por producir catastróficamente el efecto contrario: Mayor deserción. O, por lo menos, más ausentismo.
 
  La más valiosa tesis del gobierno en este asunto es que la jornada extendida va a multiplicar el buen desempeño estudiantil. Sin embargo, la calidad académica no siempre ha sido producto de la cantidad de tiempo en un aula de clase; más bien ha sido efecto de la calidad de un tiempo razonable dedicado al aprendizaje con juicio y con interés. Es más, la excelencia académica, hunde sus raíces en la motivación intrínseca del estudiante, en su voluntad y concentración. El tiempo no lo es todo en el proceso hacia mejores resultados académicos. Puede ser que esas horas adicionales, como algunos docentes comentan, no representen puntos positivos en materia de calidad, si se sigue haciendo al interior de las instituciones lo mismo de siempre, en más horas; si persisten las mismas rutinas de enseñanza, los mismos recursos y los mismos docentes sin actualización profesional. Los mismos con las mismas darían los mismos resultados.

  En cuanto a que la jornada completa disminuirá los índices de agresividad escolar, los realistas son escépticos. ¿Será que a más horas de clase menos violencia escolar? ¿Será que al intensificar español, inglés, ciencias y matemáticas se resolverán los añejos problemas de bullying, de acoso y agresividad que tanto aquejan ahora a nuestros escolares?

 Es un desatino presumir que con más horario escolar las instituciones automáticamente se volverán lugares pacíficos, inmunes a la violencia rampante del país y ajenas a los abrumadores abusos intrafamiliares. La premisa de que "más tiempo en la escuela evita que los niños se desarrollen en esos entornos violentos en los que crecen" (la propia sociedad a la cual pertenecen y la propia familia de la cual son miembros) deja en el aire una sensación de que el gobierno quiere convertir a los colegios en guarderías o refugios blindados contra la realidad exterior.

  Hay más funciones para el colegio. También deben ser entidades de control de la natalidad. Deben pues generar mecanismos de protección para que las adolescentes vivan y disfruten la sexualidad pero sin quedar embarazadas. Suponen que las colegialas, como pasarán más tiempo en el colegio bajo el cuidado de sus sacrificados profesores, estarán más protegidas contra los embarazos precoces. (Un gasto necesario entonces: Instalación de cámaras de seguridad en sitios amorosos estratégicos).
 Definitivamente la campaña de la jornada única parece campaña política: llena de promesas y de quimeras para que las instituciones como novias feas digan sí a sus pretendientes. 

  No somos refractarios a las buenas intenciones del gobierno, en el sentido de propender por mayor calidad académica. Sin embargo, no comulgamos piadosamente con sus estrategias para materializarla. 

En nuestro medio concreto, consideramos un deber sagrado hacer campaña de la buena en aras de una cultura de estudio, para despertar en los estudiantes el apetito por el saber y el aprender, por infundir en su cerebro la voluntad de forjarse ideales y ser disciplinados para conquistarlos. Mientras ellos sigan distraídos, con aire juguetón e inmaduro, chateando o navegando con su celular, imaginando que el colegio es un hospedaje a donde se viene más que todo a comer, a jugar, a tener amigos y a conquistar amores prematuros, no habrá jornada corta ni larga que sea efectiva para elevar el bajo coeficiente de desempeño académico.

viernes, 19 de junio de 2015

TESTIMONIOS CONTAGIOSOS DEL PASADO

La teoría puede satisfacer la mente y con ella podemos hasta ganarnos el sueldo; sin embargo, el "encarnar" la teoría y actuar en consecuencia seguirán siendo dinámicas eficaces que provocan mejores resultados en cualquier campo de la actividad humana

Por Lebb
Aquella calurosa noche un reconocido declamador ––de aquellos cuyo oficio lo toman muy a pecho–– nos hizo  experimentar a quienes estábamos en el auditorio una de las emociones más escalofriantes de nuestras vidas.

Estaba recitándonos precisamente el Nocturno de Asunción Silva y cuando llegó a la parte de "¡Sentí frío!", se puso a tiritar de verdad, sus manos se contagiaron de artritis imaginaria y su voz se estremeció terminalmente como si de verdad se estuviera congelando. De resultas, nos transmitió a todos los concurrentes el mismo mal: Nuestra piel se brotó como si fuera de gallina friolenta y lo peor es que sentimos infinitas ganas de llorar solidariamente con el poeta viudo, por su amada "ausente, ausente por siempre jamás".

Pero un rato después, como poseído por el espíritu de ultratumba del mismo Adolfo Becquer, recitó algunas de sus más lindas rimas; y fue entonces cuando nuestro corazón, ya sin el "frío del sepulcro" se nos puso fogozo, coquetón y blando cual melcocha recién hecha.

Pero no nos derretimos por suerte, después de esa hipnósis, más bien grabamos nítidamente en las neuronas la firme moraleja de que a las actuaciones de la vida, sean sencillas o complejas, hay que sazonarlas con muchas ganas y mucha pasión para que cobren mejor sentido y obviamente más gusto.

Algún tiempo después, cuando mi espíritu juvenil se enfrascaba en experimentos vocacionales, me correspondió una mañana en la capilla compartir frente al Sagrario la oración de las Laudes y el Oficio de Lectura con un sacerdote joven y entusiasta. Llegado el momento particular de las plegarias personales, mi fervoroso correligionario, se puso de pie de un salto y  rogó suplicante:

"¡Dános, Señor, FUEEERZA para luchar!"
(Cuando llegó a la palabra "fuerza", le aplicó realmente muchísima fuerza pulmonar). Naturalmente  a mí también se me pegaron sus ganas impetuosas de rezar con energía. Entonces para no ser menos y quedarme atrás inhalé todo el aire del recinto y de un brinco también me  puse de pie, contestando con voz candente: "¡Te ROOOGAMOS, Señor!"

Hasta ahí llegó lo piadoso y celestial, porque, después de mi briosa respuesta nos acometió una tentación imparable de risa tan intensa como irreverente que nos obligó a los dos –por lógico respeto– a abandonar el oratorio. Sin embargo, de aquella valiosa escena me quedó la idea obstinada de que uno debería dejarse guiar por la convicción y los inspirados impulsos internos, en todos los actos de su vida, claro está que sin caer en la tentación de convertir las responsabilidades en pura broma.

Tiempo después llegaría al pueblo un personaje de edad, de persuasivo discurso, de origen supuestamente japonés, quien dijo llamarse Takashi Takamura y ser experto en  el fascinante arte de la magia oriental. Y de ahí al acto no hubo trecho. Orquestó con el beneplácito de las autoridades del lugar, vistosas y convincentes sesiones de ilusionismo, a las cuales todo el pueblo asistía incluso con más espíritu que a las prédicas de la Misa. Por supuesto, yo era su secretario y muchos de mis amigos estaban aplaudiendo en primera fila.

Por breve tiempo compartió con nosotros su palabra ágil y amena, su simpatía descomplicada, el supuesto don de descubrir cartas de naipes pensadas por el público, el trueque de pañuelos por palomas, el trámite veloz de sus manos capaces de permutar el vacío triste de una alcancía por el rico tintineo de monedas saltonas en su interior.

Este singular artista distaba mucho de ser predicador profesional o maestro de carrera. Sin embargo, con sus sencillas actuaciones, impregnadas de vivo esmero y entusiasmo, desempeñaba perfecto el papel del salesiano definido con ejemplo y autoridad por el célebre Juan Bosco.

Este educador italiano, en sus fecundos años de actividad con jóvenes, lideró una pedagogía abierta a lo positivo, a la acción más que a la teoría, a la prevención más que al castigo. Contagió de su espíritu a sus seguidores quienes ni cortos ni perezosos personificaron las virtudes de una metodología vivencial capaz de suscitar sentimientos nobles en la intimidad de las personas.

 Ahora sólo tengo recuerdos del ardoroso declamador y del  joven sacerdote que rezó conmigo en una capilla de una manera vehemente. Y también conservó memoria sonriente del señor Takashi, de quien en su momento artístico fui acólito y seguidor. Y de todos ellos guardo sagradamente testimonios contagiosos de vida práctica convincente que me han motivado tanto. Lo único "malo" de mi experiencia con todos ellos es que no sé como podría yo ahora escribir sobre las teorías de sus vidas.


lunes, 15 de junio de 2015

EL HOMBRE MÁS INTELIGENTE DE LA HISTORIA


Gracias al ejercicio que determina el coeficiente intelectual(CI) de un ser humano, los números arrojan que Stephen Hawking tiene 160 de CI, mientras el mítico Albert Einstein ostentó un 180 de CI. Pero hay mejores...

Edita Lebb

En la actualidad, un matemático australiano, Terence Chi-Shen Tao es el ser más prodigio de la tierra con un contundente 230 de CI.
Sin embargo, hubo un hombre que hizo explotar los números anteriores, como un violento oso pardo en su mano  una fina copa de vidrio:
William James Sidis, de Nueva York, considerado por sus méritos fenomenales como el ser humano más inteligente de la historia.
Ningún congénere suyo en el universo se le asemeja y, aunque no le hizo beneficios célebres a la humanidad, su capacidad cerebral sigue pareciendo casi un fenómeno paranormal. No diferenciaba en calidad su uso por las letras o los números. En todo era excelente en grado extremo.
Tenía 300 de CI, es decir, 120 decibeles más que Einstein (un CI de 110 es considerado alto para una persona normal). Desde bebé fue incentivado por sus padres, inmigrantes rusos, con cubos mágicos del abecedario alrededor de su cuna y con relatos griegos leidos por su madre, antes de dormir.
 Esos estímulos ayudaron a que en menos de dos años el chico pudiera tener conversaciones fluidas con adultos y leyera el New York Times. A los cuatro años ya había leído la Odisea y la Ilíada (empezó a usar la máquina de escribir a los tres. Computador no, porque entonces no había). A los seis hablaba nueve idiomas; alemán, latín, hebreo, ruso, turco, armenio, griego y francés. Creó su propia lengua, pocos meses después, llamada Vendergood, y escribió un libro para especificar los contenidos del dialecto. En aquel momento ya había inventado un algoritmo matemático para saber en qué día había ocurrido  cualquier hecho de la humanidad del cual se tuviera cierta información. Por si el asombro sobre su inteligencia todavía no es tan grande, en ese mismo período terminó su cuarto libro de astronomía y anatomía.
Se recibió de médico a los 16 años, pero hubo otras hazañas previas. James fue aceptado en el Massachussetts Institute of Technology (MIT) a los ocho años (hizo tercer grado en dos días), mientras que tres años después entró en la universidad de Harvard para convertirse en un especialista en matemáticas. También se graduó simultáneamente de abogado, sin cansancio alguno.
 Una de sus anécdotas más increíbles tuvo lugar en una biblioteca, cuando ya era adulto. Inició una mañana con la lectura de algunos libros para aprender portugués. Testigos narraron emocionados que no paró de leer en ningún momento. Cuando sobrevino la noche y ya James tenía los ojos rojos, abandonó los manuales y se fue a casa. A la mañana siguiente rindió un examen y los resultados no desentonaron: la pronunciación así no fuera impecable, él podía hablar el idioma como si lo hubiera estudiado bien durante años. Había entonces aprendido una lengua en un día, cuestión que tomaríamos como exagerada en cualquier película de ciencia ficción. En su juventud participó en movimientos socialistas y marchas para reivindicar los derechos de los trabajadores, hechos por los cuales estuvo algunos meses en la cárcel. Se catalogaba como comunista y ateo. Más adelante tuvo otros inconvenientes políticos cuando desarrolló su propia filosofía libertaria, muy mal vista por esos tiempos. Las paradojas del destino llevaron a que Estados Unidos se convirtiera en una superpotencia económica, en 1950, gracias precisamente a las políticas libertarias que censuraba…
James fue una persona con pocas relaciones sociales por su fama de solitario y retraído. No se sentía cómodo dentro de ningún grupo humano, razón por la cual careció de buenos  amigos. Ni siquiera le interesó conseguir ni mantener mujer. (Es que era muy inteligente. -Es una broma-).
Durante el resto de su vida William Sidis se dedicó más que nada a escribir artículos en periódicos y ensayos, la mayoría sobre temas oscuros o polémicos.
Desafortunadamente, en 1944, a la edad de apenas 46 años, falleció víctima de un derrame  cerebral. Pero antes de eso terminó su séptima carrera universitaria y, de manera ágil, podía comunicarse en 40 idiomas.
Quedaron lamentablemente muchos puntos grises en la existencia de este excepcional personaje: Fue excéntrico, antisocial, incomprendido, no muy amado, de pronto no aportó todas las bondades de su asombrosa riqueza intelectual a la sociedad a la cual perteneció.
La pregunta que surge ahora es ¿hasta dónde y qué debe uno aportar a la sociedad con el normal o disminuido  coeficiente intelectual que le correspondió?
Los comentaristas normales sugieren que realmente nuestra inteligencia debe ponerse al servicio de los demás, para contribuir dentro de lo posible al desarrollo de una vida más feliz y satisfactoria de cuantos nos rodean.
Añaden finalmente que, cuando de coeficiente intelectual se trata, bien vale también la pauta de los consejeros sexuales, quienes afirman con aire solemne que: "Realmente el tamaño NO importa, depende de cómo lo manejes."
(...El coeficiente intelectual, por supuesto, malpensados).

viernes, 5 de junio de 2015

INTERLEBPRENSA: NIÑO DE CINCO AÑOS INVITA A COMER A UN INDIGENTE

INTERLEBPRENSA: NIÑO DE CINCO AÑOS INVITA A COMER A UN INDIGENTE: El menor había preguntado antes a su madre quién era esa persona de tan mala facha. Y ella entonces le explicó que era un “homeless”, o sea ...

NIÑO DE CINCO AÑOS INVITA A COMER A UN INDIGENTE

El menor había preguntado antes a su madre quién era esa persona de tan mala facha. Y ella entonces le explicó que era un “homeless”, o sea una persona pobre y sin hogar. No dudó entonces en pedirle a ella dinero para invitarlo a comer también  como a un amigo de siempre

Editado por Lebb

Josiah Duncan, de cinco años, observó a un indigente que se encontraba de pie, meditabundo, frente al local de comidas rápidas, mirando hacia adentro, donde él, su madre y muchos felices comensales departían en torno a platos provocativos.
Le produjo extrañeza que todos lo ignoraran y que mucho menos alguien, con la cara de hambre que tenía, lo invitara a entrar. Dirigiéndose entonces a su madre, Ava Faulk, mujer también de buen corazón, le preguntó acerca de quién era ese señor, porqué ese aspecto y porqué no se animaba a entrar al restaurante. Ella le contestó, tras una breve pausa, que era muy pobre, que vivía sólo de la caridad,  que era un “homeless”. Y, en seguida le explicó la palabra inglesa: “Homeless es una persona que carece de hogar”.
En ese instante, allá en su mente y dentro de su gran corazón, se gestó una nutritiva idea en favor de aquel extraño. Le rogó entonces a la madre que también le permitiera invitar a ese señor a almorzar. A lo cual la mujer, conmovida, y para no desentonar con la actitud de su hijo, accedió. Levantándose de la mesa,  Josiah fue hasta donde se hallaba el hombre y le extendió la invitación: El inusual convidado se sorprendió con el  gesto del muchacho y muy entusiasmado aceptó la propuesta. Enseguida, entró contento al establecimiento ubicándose en una de las mesas de la entrada.
Sin embargo, tuvo que aguardar ahí un largo rato, pasando saliva el pobre hombre, viendo pasar diligentes a los meseros sin que se detuvieran a prestarle atención. Hasta que el mismo Josiah tuvo que intervenir de nuevo. Se levantó entonces de su puesto y le llevó la carta para que pidiera lo que quisiera y, luego, le llevó al mesero.
Una vez presentes en la mesa la hamburguesa con queso y harto tocino, solicitadas por el maravillado comensal, el jovencito quiso rezar y dar las gracias con él. Los presentes en el restaurante, con dueño y meseros incluidos, detuvieron todos sus movimientos para contemplar la excepcional escena.
Más adelante, la madre del chico declaró enternecida que nunca jamás olvidaría aquel pequeño y gran acontecimiento, a través del cual Josiah exhibió la espontaneidad y la generosidad propias de los niños que nos cuesta mucho imitar a los adultos, pero que seguramente contribuirían en la práctica a lograr una mejor sociedad.

"ESTAMOS HECHOS DE MORA Y LECHE"

Sobre la necesidad de buscar alegremente respuestas satisfactorias a la pregunta seria: "¿A qué vinimos a este mundo? Y a la otra: "¿De qué estamos hechos?"

Por Lebb

Cuentan unos jocosos santandereanos, miembros prestantes de la generación de mi padre, que una vez en el atrio de una iglesia, durante la Misa mayor, se hallaba un muchacho ofreciendo a grito limpio huevos (supuestamente criollos) y helados de varios sabores (supuestamente dietéticos). El chico era pues un vendedor ambulante diversificado conforme a las directrices económicas hoy día. Y la mañana aquella era calurosa y apta para consumir helados. Y, por si fuera poco era también apropiada para que los potenciales clientes llevaran a casa como trofeo los afortunados huevos campesinos de yema roja.
Alternaba entonces el chico sus ofertas varias, ora anunciando los huevos, ora pregonando las delicias de sus postres de hielo.
Coincidía esta repetida publicidad del joven vendedor en el atrio, con la homilía del sacerdote allá en el púlpito, ocupado también en pregonar, tal como el Maestro prescribía, las maravillas del Reino y su Justicia.
Hubo un instante, cuando el orador sagrado remontó la voz hasta el pináculo del templo causando estampida de palomas, y por encima de las montañas... Bueno, sin exagerar demasiado, alzó la voz lanzándola por encima de las bancas hasta el atrio de la iglesia donde  justamente el chico también ejercía su ministerio lego de vendedor: La voz del padre entonces resonó majestuosa: "!Señor, -interpeló el Ministro al Cielo-, a qué vinimos a este mundo?" Y, desde el bullicio del atrio pareció responder la voz comercial del chico que también llenó el templo:
"¡A comer helados, a comer helados!"
En el acto, los concentrados oyentes hasta ese segundo, esbozaron sonrisas rumorosas como si hubieran oído un buen chiste mundanal y no quisieran incomodar a su Pastor con su regocijo. Él, por su parte, se quedó paciente y callado unos instantes, como en clase un maestro, aguardando que los fieles hicieran disciplina.
Cuando volvieron a la compostura conventual, el predicador no hizo alusión a la interrupción sensual, prefirió más bien tomar aire, alzar los brazos en cruz, clavar sus ojos en los más altos vitrales del ábside, y con frase imponente, cuestionar a los Cielos:
--"¡Señor, de qué estamos hechos?"
La respuesta fue un profundo silencio como marco propicio para que las almas presentes ascendieran a consideraciones etéreas en busca de respuestas terrenales sobre la naturaleza humana. Sin embargo, a la par, aquel jovencito, que lógicamente no seguía el hilo del sermón, también reventó su voz publicitaria, ocupando otra vez todo el aire del espacio sagrado. Y parecía --como saboteo diabluno--, responder por azar la cuestión trascendental:
"¡De mora  y leche, de mora y leche".
Esta vez ya hubo risas fiesteras mayores en el auditorio y enfado visible en el semblante virtuoso del orador que lo impulsó a pronunciar sentencia: "¡Llévense lejos a ese niño de los helados!"
Acolitaron las voces de los circunstantes el veredicto, coreando amotinados que sí sacaran al chico de los huevos, a la fuerza, donde ya no pudiera interrumpir la prédica contestando blasfematoriamente las preguntas cruciales del Ministro.
Y sin dejar ningún trecho al hecho, unos se apuraron espontáneamente a cumplir la orden. Fue ahí cuando el muchacho, que necesitaba el dinero no para "malos vicios" -como argumentaba- sino para ayudar a sus hermanitos y a la mamá que estaban a su cargo, se hizo hacia atrás, horrorizado y lloroso, quejándose amargamente: "¡No por favor, no se metan con mis huevos. Yo mejor me voy solito"
Y, como siempre pasa entre muchos hijos de Adán y Eva, --concluían nuestros narradores ancestrales-- por la tentación original de darle sentido folclórico a la vida, estas preguntas se quedan ahí, hechas, esperando respuestas serias.
No faltan pues quienes creen que hemos venido a este mundo "a comer helados"; y que, en vez de Eternidad, realmente "estamos hechos de mora y leche"

martes, 24 de febrero de 2015

LA NUEVA BOBINA MARAVILLOSA

Versión de Lebb

El principito, muy impresionado por la propuesta y deseoso de cerciorarse, tiró con violencia del hilo y de una vez, en medio de un estrépito de luces y sombras, se halló convertido en un apuesto príncipe, ya volantón, conquistador y hasta con espada de alta gama...


Érase una vez un principito que no quería estudiar, ni hacer disciplina en clase, ni dejar en paz a sus compañeros, ni prestarle seriedad a su vida, como muchos de los que nos acompañan en las escuelas de nuestro país.


 Sucedió entonces que ya por la noche, al cabo de un tenaz día escolar en el cual había incluso firmado proceso disciplinario, (En esa época ya habían pactos de convivencia), recibió como es de imaginarse una rabiosa cantaleta por parte de la reina madre y unos correazos por parte del sufrido rey que se sentía soberanamente avergonzado por haber tenido que ir al colegio precisamente a firmar El Observador del alumno. (Es que la Ley es para todos y ningún Rey tiene corona para incumplirla).

Como resultado de toda esta penitencia, el principito, ya en su habitación, sin comer ni beber porque lo habían castigado, se sintió solo y triste, con ganas de volarse del castillo como a veces se volaba de las clases, pero antes de eso, suspiró amargado y exclamó:

¡Ay! ¿Cuándo seré grande para hacer lo que a mí se me dé la gana?

Y he aquí que, ya al finalizar para el jovencito una noche de pesar y de pesadillas, sucedió algo mágico y extraterrestre, como por obra y gracia de las mejores hadas del mundo que nos dan a veces lecciones importantes de vida, haciéndonos pasar por terribles experiencias.

Sucedió pues que a la alborada, el chico rebelde, perezoso para el bien, malo para la disciplina y bueno para nada, descubrió cerca de sus pies y sobre su cama una bobina de oro de la cual salía una vocecita dulce y suplicante:

“Trátame con cuidado, principito, 
por cuanto este hilo vital representa la solemne sucesión de tus días. Conforme vayan pasando los días, el hilo lógicamente se irá soltando.

Sin embargo, te concedo el deseo de echar un vistazo hacia adelante, aunque es peligroso hacerlo en demasía, porque soy consciente de que aspiras a crecer rápido para liberarte de tus obligaciones de niño y de tus compromisos de estudiante...
Pues bien, –continuó la vocecita- te concedo el don fantástico de liberar el hilo a tu antojo, con la gravísima condición de que todo aquello que vayas desenrollando no podrás volverlo a ovillar nuevamente, porque como es natural para los mortales los días pasados, como el agua bajo el puente, jamás retornan.

El principito, muy impresionado por la propuesta y deseoso de cerciorarse, tiró con violencia del hilo y de una vez, en medio de un estrépito de luces y sombras se encontró convertido en un apuesto príncipe, ya volantón, conquistador y hasta con espada de alta gama.

Y, como le quedaron ganas todavía de saber cómo sería más adelante su persona, desenrolló un poco más la bobina maravillosa. Fue entonces cuando se vio asimismo rodeado de vasallos, portando la corona, el cetro y los atuendos de su padre. ¡Ya era rey! 

Pero hasta ahí no llegó la endemoniada curiosidad del principito. Le pegó otra vez un nuevo tirón al hilo de la bobina al mismo tiempo que le preguntaba: 

“Cuéntame, bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?


En el mismo instante, una bellísima joven sonriente, y cuatro niños rubios muy simpáticos aparecieron a su lado. Pero tampoco fue suficiente la escena para que el principito desistiera de sus intentos de continuar desenrollando el dorado carrete de su vida. Su curiosidad irrefrenable se fue apoderando de su ser y de sus manos y no fue capaz de resistir la tentación de pegarle más tirones al hilo profético de su vida. Siguió pues soltando más y más hilo para saber cómo serían sus hijos de mayores, cómo su esposa, si le sería fiel o si más bien él le pondría cachos reales, cómo sería su reino, etcétera.


Y aquí comenzó la parte trágica de sus antojos porque, al soltar un poco del tramo final del hilo dorado, su perfil no lució precisamente como el de un colegial hoy día en el Facebook. Era más bien la sombría estampa de un anciano decrépito ya en sus agonías, ya como listo para la foto, según el verso de una canción.

Por supuesto, su corazón frágil no resistió el impacto de verse así, viejo y acabado; y, al comprobar que apenas quedaban breves hebras en la bobina maravillosa, se asustó mortalmente, porque comprendió que apenas quedaban breves hebras de la longitud de su existencia. Fue entonces cuando desesperadamente, intentó rebobinar en vano el hilo vital del carrete.

Y, por última vez, la vocecilla que ya conocía, le habló esta vez como lo hacía la madre, con furia y cantaleta y todo: 
“Has quemado tontamente las etapas de tu existencia. Y has comprendido tardíamente que los días no trabajados y los talentos no utilizados en el pasado no pueden jamás aprovecharse ni el presente, menos en el futuro.


Una versión de la leyenda asegura que el viejo rey, horrorizado al oír estas palabras, se desplomó sobre su cama fulminado por un infarto. Otra leyenda asegura que no fue así, que todo fue una pesadilla como la de Scrooge en el cuento de Navidad de Dickens y que el principito, una vez despierto y con la lección muy bien aprendida, se volvió buen estudiante, buen hijo, buen príncipe, que se casó más adelante con una princesa bellísima y que tuvo cuatro simpáticos chicos rubios… Yo creo que este fue el verdadero final, por cuanto la Bobina maravillosa no podía equivocarse al profetizar el historial del muchacho, salvo en la conclusión del relato, porque la segunda leyenda informa que el rey murió de edad, por razones naturales, tras una larga y decorosa vida de buenas obras.