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sábado, 10 de octubre de 2015

La "chinita" que atrapó al "chinito" mejor cotizado

Gracias a una "matica" (que no era tan matica) quien no era princesa logró persuadir al  príncipe bueno (que no era tan bueno), de que ella era la chica ideal para él y, sobre todo, la precisa para el Reino

Se cuenta que muy lejos en el tiempo y en la distancia, allá en la fabulosa China, un príncipe de la región norte del país estaba ya maduro para ser coronado rey; (nada que ver con ese otro "maduro" mal vecino). Pero que precisamente se había dilatado esa ceremonia porque el joven no cumplía con un pequeño detalle legal, a saber: "Debe estar casado". Él era el soltero más codiciado del continente, duro de atrapar, sin novia oficial, solamente contaba con buenas amigas o amigas buenas, pero que de ahí a comprometerse con cualquiera de ellas había una inmensidad.

 Entonces como China lo necesitaba rey y él no quería hacer reina a cualquier hija de vecina, resolvió, en un arranque de sagacidad soberana, convocar un "reality" (No estaban de moda en esa época, pero él como buen chino se lo inventó desde allá). Decidió proponer pues una competencia entre todas las muchachas de la corte, bonitas y feas,  ricas y pobres, tontas y listas, para ver quién sería digna de su propuesta matrimonial:
"Me casaré --anunció--con la pretendiente que sea capaz de resolver un desafío. Y estáis  (No era para nada  español, pero hablaba así con el "vosotros") estáis invitadas a una reunión especial para que conozcáis de qué se trata. No faltéis!"

Una buena mujer, empleada en el palacio hacía muchos años y ágil comunicadora, fue de inmediato a contárselo a su hija, una dulce virgen virtuosa de belleza infartante (recuerden que esto es puro cuento), quien desde hacía mucho rato profesaba un amor ardiente, secreto y soñoliento por el príncipe, tanto que se pasaba todas las noches ardiendo, secreteando y soñando con él. (No sé a qué horas dormía).

Micaela, nombre con el cual distinguimos a nuestra heroína, al oir de la madre la promoción imperial, brincó hasta el techo azuzada por la esperanza de poder al menos contemplar al príncipe en persona. (Es que la esperanza es como un resorte en la vida. Por eso fue que Tristancho, un vecino mío, se murió de desánimo. Lo abandonó la Esperanza. Ese era precisamente el nombre de su amor).

Dicen que la madre, al ver  a su hija tan entusiasmada y con un gran chichón en la cabeza, (es que del brinco se golpeó contra el techo), trató de disuadirla con palabras racionales, pero no insistió mucho. Tal vez porque allá en las entretelas de sus ambiciones vitales, le resultaba grato convertirse también en la suegra del futuro rey.

Llegado pues el día del concurso, nuestra chica Micaela se bañó y se perfumó como nunca. Se puso su vestido solemne y se fue de rapidez para el castillo. Una vez allí detalló,  con cierto aire de envidia y temor, a sus competidoras quienes conforme a sus trajes primorosos y sus físicos glamurosos (todo me sale en oso) estaban muy bien equipadas para quedarse con el chino mejor cotizado del imperio.

Para acortar el cuento voy a suspender los protocolos, los besamanos, los discursos y solamente les voy a repetir las palabras del príncipe, que dieron inicio al desafío nupcial: "Daré a cada una de vosotras una semilla. --les dijo a las aspirantes a casadas-- Aquella que me traiga la flor más bella dentro de tres meses será mi futura reina, la emperatriz de China" Cada una entonces recibió su respectiva semilla y todas de inmediato se fueron corriendo a sus comarcas a sembrarlas y a cuidarlas.

Cumplido el primer mes y, a pesar del amor y el santo esfuerzo de Micaela, pasó lo que no debía pasar. (O ¿sí debía pasar?): No nació ninguna flor. Ni fea ni bonita. Llegó el segundo mes: Tampoco, ni fea ni bonita. Y, al tercer mes, sólo había tierra en la maceta y un desengaño endiablado en el corazón de Micaela. Pero, aun así, la osada chica, sin terror al ridículo, se presentó el día señalado en el palacio con su tiesto de mera tierra mientras que, por el contrario, las otras pretendientes del mejor chino del mundo, habían llegado con flores espectaculares en finas macetas.

Cuando el príncipe se presentó en la sala para evaluar las competencias laborales de las doncellas, se quedó pasmado: nunca había visto tantas bellas flores juntas. (pretendientes y maticas). Sin embargo, emitió su fallo, rápido y seguro, después de revisar uno por uno los respectivos materos de las concursantes: "La ganadora es la dama de la flor invisible", dijo.

Creo que están creyendo que Micaela brincó hasta el cielo. Pero no es cierto. Porque ella se quedó petrificada, inmóvil, sin entender las causas del extraño veredicto. Y así como ella estaba también el público y el resto de doncellas.

Viendo entonces que la audiencia con los ojos y el silencio exigía una explicación, el chino príncipe levantó la voz y les explicó:
"Esta dama honorable fue la única que cultivó con sinceridad y amor la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor no está en la maceta, la flor es la honestidad y está en su corazón. Todas las semillas que entregué eran estériles. De tal manera que quienes trajeron flores están regando fuera del... (bueno, el principe no podía ser tan ordinario. Pero lo que quiso decir es que eran falsas. Y que en el imperio no había sitio para la corrupción, sino para la rectitud y el amor... (¡bonito discurso político!).

Y ahora sí, el final que nos gusta:
Micaela recobró la movilidad, las palpitaciones, todas las emociones y corrió entonces hacia el príncipe que la recibió con sonrisa, con amor instantáneo y los brazos abiertos. Se casaron muy pronto, se hicieron reyes, tuvieron hijos y fueron muy felices.

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