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miércoles, 13 de julio de 2011

¡MADRE, NO HAY SINO UNA!

Por Lebb

Cuenta uno de los folclóricos humoristas que una vez una buena maestra de una escuela, precisamente en mayo, les asignó a los estudiantes la tarea de redactar una composición tierna, linda y simpática que rematara con la consabida frase: "Madre no hay sino una", frase que siempre ha puesto de relieve la importancia y el valor excepcional de las madres, así como el necesario sentimiento de gratitud, aprecio y honra singulares hacia ellas.

Al dia siguiente, entonces, en la clase de Castellano, a la solicitud de la maestra, uno de los estudiantes más juiciosos y aplicados, frente a sus atentos compañeros, declamó lo siguiente:

"Tengo una madre bella

que me quiere y ayuda,

que se muere y desvela

por verme lleno y feliz

como nadie lo hace

en el mundo por mí;

es conmigo tan única

que puedo decir con premura

que Madre no hay sino una!

La profesora muy complacida aplaudió al niño junto con los demás compañeros y lo felicitó por contar con una madre ideal.

En seguida, otro chico, ante la petición de la maestra, tomó la palabra y dijo:

Eres sol que ilumina mis caminos,

el mar donde mi alma desemboca,

el ser en quien se apoya mi vida...

Cuando el mundo me interroga

Si hay dos seres grandes como tú,

Respondo con voz trémula de una:

¡No, Madre no hay sino una!

Los niños y la maestra con ellos, muy emocionados, aplaudieron la composición. Y, al igual que al primero, le puso cinco en la planilla de los indicadores de desempeño y lo felicitó repetidamente por alabar a una madre tan sublime.

Finalmente, le correspondió el turno a uno de los chicos más intranquilos del salón, firmante asiduo del Observador disciplinario, quien, puesto en pie, aferrado a su cuaderno, empezó a leer su composición:

"El otro día en mi casa de invasión

mi madre alegre con dos amigotas

celebraba ruidosa y con palabrotas

de las madres la especial celebración.

Entonces, ya bastante alegrona,

para honrar a las compañeras,

protestó con rejo y gruñona

que urgente fuera al congelador

por una ronda de cervezas...

Fue cuando, al abrir la puerta,

me quedé allí sufrido y yerto,

Entonces grité con amargura,

angustia infinita y con apuro:

!Ay, Madre, no hay sino una!

Mientras sus compañeros reían fuerte aplaudiendo mucho, la maestra, por su parte, sin hacerle reparos o correcciones, también marcaba un "chulito" en la planilla de calificaciones, signo de que el niño había cumplido la tarea, así hubiera puesto una coma de puntuación después de "madre", trastornando bastante la sintaxis de la última línea. Pero no se le pasó por la cabeza felicitarlo como a los otros dos por tener también una madre tan humana y tan real como el mundo donde él había nacido y estaba viviendo.

Era claro también que el chico inteligente entendía bien la importancia de resaltar la existencia excepcional de las madres mediante ese verso trillado "madre no hay sido una", sólo que a él le había tocado precisamente una gustosa de la cerveza y de otras tentaciones mundanales. No era por lo visto una mujer de amores poéticos, con credenciales celestiales. La maestra lo entendería después, cuando en su alcoba, en el colchón, reconocería que las madres en su mayoría son mujeres con cualidades naturales y con defectos sobresalientes, pero que cumplen con sacrificio su papel en la crianza y en la formación de su prole, tal como inclusive lo hizo la de ella, cuya tumba visitaba seguido.

Al día siguiente, entonces, felicitó al muchacho por su creatividad y por tener una madre especial, alegre y, sobre todo, de genio enérgico.