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viernes, 19 de agosto de 2011

EL CURIOSO CASO DE LA MUJER MANGUERA

El patrimonio vivencial de mi padre es elemento valioso del depósito cultural de la generación de su tiempo: vale la pena compartirlo y perpetuarlo

(Tomado del Observador 13, próximamente en circulación)
Por Lebb

Nos correspondió en suerte vivir en una población ardiente, en casa rentada de dos pisos con techos de zinc, vecina de una pequeña cantina cuya principal mesera, hija de la propietaria, era una joven tan delgada, tan delgada que los graciosos flojos ––a quienes se les debería enseñar que no existen mujeres feas y con defectos, sino bellezas especiales con cualidades ocultas–– la rebautizaron con el apelativo de "la Manguerita", no precisamente por ser imagen de otra que actuaba en un circo ––según el chiste perpetuado por un hermano mío, a quien yo sigo en edad y dignidad, y el cual contaremos más adelante––, sino por ser obviamente una joven de peso pluma, a quien le correspondía, en medio de intensas charlas y de música a gran volumen, ir de mesa en mesa sonriendo y sirviendo trago a quienes se juntaban a brindar por la amistad o para embolatar sus motivos de desilusión o aburrimiento.

Nuestro padre, al igual que muchos parroquianos era también un reconocido cliente del lugar a donde acudía a malgastar muchos pesos en cervezas con sus amigos y a escuchar la música de carrilera o ––como la conocimos entonces como música arrabalera––. Desde luego, a nosotros también, a causa de la proximidad, nos llegaban con nitidez auditiva los versos de despecho, dolor y quejumbre de las hermanitas Calle, de las Padilla, del dueto Las Palomas, de Las jilguerillas, de las gaviotas o de tantos otros cantantes de ese género y se nos pegaban inevitablemente sin quererlo a la memoria. No era raro que después nuestro padre, bregando por conservar el equilibrio, volviera a casa tarareando con voz espesa versos como:

"Una mujer tan solo es la culpable

me echó a la desgracia,

negándome su amor...

Y por su culpa

allá en el cementerio,

en una cruz de palo

mi nombre se verá"

O aquél otro:

"¿En dónde te hallas,

hermosísimo lucero,

a quién estás

iluminándole la vida,

mientras que yo sin ti

soy mula sin arriero

muerta de sed

por los caminos de la vida?"

Allí entonces iniciamos la escuela de esa música de tanta atracción campirana al tener que escuchar diariamente a gran volumen las notas compatibles con tantos corazones despechados, con ansias insaciables de querer y desahogarse. Parece ser que la tal Manguerita incluso, impulsada internamente por sus propios resortes sentimentales, le dedicaba algunas de esas canciones a uno de mis hermanos, de cuyos títulos no puedo dar testimonio. Pero, ––que yo sepa–– jamás esos dos corazones se juntaron para nada.

Volviendo a Marbolleán –como solía firmar sus escritos nuestro padre– a su popular costumbre de tomarse sus tragos, muchas veces en exceso, al compás de aquellas composiciones que sintonizaban endiabladamente con sus gustos y pesares, nosotros podíamos pronosticar que al otro día, él volvería a la realidad medio mártir, con un guayabo de tal magnitud que lo haría exclamar sentado en un taburete, en presencia de nosotros: "Esto no es por vicio, esto es un mal"

Entonces se tornaba menso y humilde de corazón y generoso con nosotros. Y nosotros, ya conociendo esa debilidad nos hacíamos a su lado para aprovecharnos de su charla y mansedumbre. Lo propio hacía mamá, obteniendo algún dinero extra ––si era que le había sobrado alguna suma significativa después de la tomata– para efectuar alguna compra vital.

Era también el momento de repasar el repertorio de su habitual chistera o de escuchar de sus labios cuentos sencillos como el de aquel muchachito gustoso de viajar gratis, que una vez se encontraba al lado de la carretera enviando señales de mano a los vehículos que pasaban, aspirando a un aventón, o como se dice ahora: "pidiendo linche".

Estando en ese plan, apareció a lo lejos una soberbia tractomula que venía rodando pesadamente, la cual, ante las insistentes señas del chico, se detuvo y lo recogió. Al volante iba un hombre malacaroso, aparentemente de malas pulgas y como cosa rara en esta clase de genios del volante, desganado con ganas para hablar, poco comunicativo, como indispuesto a dedicarle así fuera una sílaba a su pasajero gratuito y ocasional.

El chico, por su parte, como era sociable, charlista, comunicativo, –como solía decir mi padre–, hambriento de iniciar conversación, por fin se atrevió a romper el hielo. Y mirando al conductor le dijo con entusiasmo estudiado: "PUES SI, mi señor" De una vez el mulero pisó bruscamente los frenos vociferando: "PUES NO, jovencito. Y se me baja"

Después de las consabidas sonrisas él remataba el relato comentando que el chofer no lo estaba haciendo en serio, que estaba haciendo teatro, que de ninguna manera quería dejar botado al chico en medio de la carretera, pues hubiera sido feo y descortés para el gremio, como lo sería también ahora, dejar botado un relato que insinuamos en el primer párrafo, cuando nos referimos a la "mujer manguera", figura pintoresca de un cuento perteneciente con seguridad al patrimonio oral de nuestro padre.

Esa otra "Manguerita" –para seguir la historia– o mejor esa célebre mujer "manguera", fue entonces la sensación y fraude a la vez de un circo modesto que pasó por el pueblo.

Cuentan que recién llegada la modesta Carpa, el encargado de la publicidad comenzó a rondar por las pueblerinas y curiosas calles con un megáfono chillón, ponderando el debut de los artistas circenses, sobre todo, la de una supuesta y reconocida estrella denominada la "mujer Manguera".

A cual más se imaginaba superflaca a la tal estrella, modelo elástica y contorsionista, de alta alcurnia que seguramente haría maravillas en la arena, en el trapecio, en la cuerda floja o incluso en la jaula de los leones. Para darle más suspenso a la cuestión, para picar aún más la curiosidad de los lugareños y azuzar sobre todo el hambre informativa de las mujeres de los alredores, dejaron ese acto para el último día de las funciones.

Llegado el momento de la anunciada exhibición y actuación de la mujer Manguera el lleno del circo era total y la expectación de la gente estaba a punto de estallar. Y una vez, con fanfarria, redoble de tambores y un silencio solemne y eterno de antesala, se hizo presente la tan pregonada mujer manguera:

Del fondo del escenario surgió lentamente, coronada por un haz de luz misteriosa, una mujer diminuta, morena, extremadamente delgada, con un enorme platón relleno de mangos sobre la cabeza:

"Mangos a la orden ––venía ofreciendo a voz en cuello––, mangos a la orden"

El público se quedó entonces en un silencio sepulcral, traumático, paralizante. Pero esa era la tan anhelada "mujer manguera", la sensación del Circo.

No sabemos a ciencia cierta si ella solamente sabía vender mangos o si, además de ese simple oficio, era experta en otras mañas circenses. Más le valdría, creo yo.

De lo contrario hubiera habido tragedia: la habrían linchado los espectadores. Y de paso con ella, al enano y a todo el resto de estrellas del circo.

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