¿Estarán o estaremos en el lugar equivocado?
Por Lebb
Puede resultar
paradójico que un establecimiento de categoría y gran calidad en la preparación
de los alimentos para la más variada y numerosa clientela se encontrara ante el
problema tan absurdo como chocante de que algunos comensales se sentaran a la
mesa sin apetito, sin gusto por ningún plato del menú y, encima de eso, se
pusieran a jugar con las servilletas, a botar la sal, a engrudar la mesa con
las salsas y a sabotear, de ribete, a los vecinos que sí se encuentran con
hambre.
Si bien no es
fácil encontrar clientes con ese tipo de conflicto estomacal, porque, aunque
los haya, simplemente optan por no aparecerse en los restaurantes a exigir un
plato para, como tontos, pagar y dejarlo.
Pero
trasladando el caso, a manera de una parábola evangélica, del restaurante, al
colegio que ofrece la comida para la mente, los valores para el espíritu, las
vitaminas para el cerebro, nos encontramos de frente con un problema gigantesco
de ese tipo, ilógico y chocante: muchos de nuestros comensales que se sientan
en nuestras mesas, frente al Menú académico y formativo, se muestran sin hambre
y con pulgas en el cuerpo. Y, como propina, algunos de ellos, para no
aburrirse, se ponen a jugar con los otros comensales, a sabotear el menú y a no
dejar “comer” a quienes naturalmente vienen con esas intenciones.
Si el caso
se presentara en un restaurante corriente, a lo mejor el dueño, sin asumir el
esfuerzo de persuadirlos de que sean buenos, como lo hace la mamá con sus críos
inapetentes y rebeldes, que los “paladea” para que se tomen la sopa,
simplemente llama a la policía para que saque del local a tan raros revoltosos.
Una
política en tal sentido, al interior de nuestras instituciones, lógicamente, no es la más recomendable por cuanto con ello no sólo
estaríamos corriendo clientes necesarios para sostener la empresa educativa, sino que
también estaríamos arriesgando nuestra vocación de formadores y dejando serias
dudas sobre la competencia pedagógica.
La única alternativa permisible es la de
no sólo atender “la preparación de los platos” -los planes de estudio y demás
quehaceres académicos-, sino la de buscar la medicina para su anorexia estudiantil; o
el tratamiento respectivo para que acudan al instituto como al lugar indicado
donde encuentra complacencia para todos sus justos apetitos humanos e intelectuales. E incluso llegar hasta inventarse formas para que creen sentido a su vida y objetivos para sus energías existenciales.
Las acciones
encaminadas a despertar sus fibras del deseo por el aprendizaje o la pasión por
su realización personal, han de ser frutos de la inventiva, y de la misión de
todos los comprometidos en la empresa educativa. Pero, no bastan los discursos
y los sermones. Ya no son suficientes las letanías tradicionales ensalzando las
bondades de la virtud y de la ciencia. Muchos de nuestros jóvenes, merced a su
inteligencia y vivacidad, aspiran a que les mostremos y los convenzamos de las
maneras más satisfactorias de encauzar sus energías abundantes.
Pero
puede ser que ellos hayan venido al lugar equivocado donde no se les enciende el
fuego del perfeccionamiento personal ni se les dá pábulo a sus ideales apetencias personales. O puede ser que nosotros, por falta de mejor preparación o de vocación pertinente, como les pasa a
muchos ministros ungidos, no estemos en el sitio apropiado donde nuestras competencias laborales sean productivas y redentoras.
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