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lunes, 30 de noviembre de 2020

DUELO POR UN CODORNIZ INMORTAL

 

Hijo mío, cercano corresponsal:

 

Te informo, para que nos demos el pésame mutuamente, que hoy hacia las 3.45 de la tarde, hora universal, falleció lastimosamente nuestro famoso codorniz blanco, tras unos días de dura enfermedad,  durante los cuales sobrellevó su agonía con talante esponjado y heroico. Sus ojos, empequeñecidos por la longevidad, bregaban por permanecer encendidos procurando no perder los míos que también luchaban por retener viva su imagen. Y así, entornados y con sus plumas extremas tocando el suelo, sus horas finales fueron corriendo ligero como si la muerte se afanara por hacerme el mal de quitarle una vida a mi vida, porque, a decir verdad, la vida de uno no es sola sino suma de tantos seres importantes, como lo era precisamente esa mascota diminuta y emplumada.

 Yo estuve ahí, velando, de guardia, dolido como el amigo que no quiere que parta su amigo fiel, junto a su jaula, donde pasó prisionera buena parte de su vida, exceptuando esas bendiciones para él, cuando tú, amante de la libertad y libre expresión, lo sacabas a las matas del patio, a los pasillos hogareños donde saboreaba las travesuras de una vida sin normas y con desacato a las quejumbres de una madre.

  Estuve ahí dándole ánimos, hablándole como a un cristiano, alisando sus marchitas y curtidas plumas, agradeciéndole los años bonitos e interesantes que estuvo en nuestra casa, al lado de sus dos también dilectos congéneres con quienes siempre mantuvo divergencias estruendosas  de espacio y batallas de decisiones opuestas.

  Estuve ahí entonces recordando los comienzos de las noches cuando tenía que ponerlo urgente a buen recaudo, bajo un canasto o dentro de una caja como a los presidiarios que dan guerra y se les envía a la mazmorra, para evitar que lanzara al aire sus desenfrenados e indefinibles graznidos que siempre asumimos como expresión suya, vital, de codiciar amores de  codorniz en celo, o ansia colérica de ser libre y montaraz. 

Estuve ahí haciendo memoria de cuando él servía de exposición excepcional de codorniz blanco ante los turistas curiosos, que se sorprendían de su genio inquieto y bravucón. Fueron muchas las veces que se arriesgó a escaparse de la jaula mientras la gata rondaba su vecindario y nosotros teníamos que jugarnos también la vida para atraparlo antes de que ocurriera una tragedia.

  Hacia las tres y cuarenta y cinco trató por última vez de levantarse del piso, en un esfuerzo desesperado por escabullirse de la muerte, aleteando contra el papel de su jaula. Lo cubrí entonces cariñoso con los dedos de mi mano derecha, rogándole de corazón que no se muriera, que se quedara, que el mundo no iría a ser el mismo sin él, ruegos y razones que ya fueron absolutamente inútiles, porque su muerte ya estaba decretada para ese momento. Así fue como sus últimos movimientos se fueron extinguieron, quedando de medio lado, con el pico hacia mí.

 

                                                                             

Recordaré, por siempre, mi corresponsal, de este buen amigo blanco emplumado, el codorniz excepcional, los momentos suyos de celebración cuando lo liberaba del presidio pequeño y lo depositaba en su prisión más grande. Alzaba entonces las alas y las batía mirando hacia arriba, con el pico entreabierto, en ademán misterioso de entonar un himno de ovación espiritual.

 Lo siento también por ti, porque has perdido como yo, también una compañía, un regalo proveniente de las jaulas únicas de codornices blancos. Lamento mucho que haya emigrado a las dimensiones misteriosas de la muerte hasta donde nuestra voz y entendimiento no alcanzan. Y así haya sido, para muchos, una simple e insignificante avecilla, para nosotros, fue como una heroína de plumas blancas que nos granjeó alegrías y emociones con su existencia y su carácter alebrestado. 

Y hasta nos dio lecciones de vivir con entusiasmo,de hacer las cosas con energía y a plenitud, en las cosas pequeñas y en las grandes, así fuera expulsando la tierra de las matas o corriendo desaforadamente por entre las yerbas o por todos los pasillos de la casa. 

 Ojalá hubiera cielo para él y para todos los que lo imiten. Yo creo, mi corresponsal, que nuestro codorniz puro y santo, ha hecho méritos suficientes en esta tierra y bien se lo merece.

 ¡Para nosotros consuelo, y para él, paz en su tumba!