Me rendí finalmente a la seducción hecha mujer, comprendiendo al tiempo, en un éxtasis inesperado de pasión celestial, que la chica me estaba adoctrinando sabiamente con sus ojos, su sonrisa y su presencia en el encanto absoluto del amor. Entonces quise para ella el mundo, la dicha, mi tiempo, mi eternidad, mis brazos, mi humanidad...
Por Lebb
Soñé que era un ducho en el amor, en cuanto a piropos, consejos y conquistas se refiere. Y así, con tal presunción me dirigí a la cocina a echarle algo de amor caliente al estómago. Una vez allí, le manifesté mis ganas a la chef, chica de cabello amonado, largo y lacio, ojos canelos, encantos embriagantes y muchos corazones que hasta se le salían por los poros:
–Deseo Te. Y ella exaltada de súbito, sonriente y sugestiva, me
replicó:
–¡Aquí estoy de una, para cumplir todos tus deseos!
Pero enseguida, con leve sonrisa y algo de malicia allá dentro de mi verde corazón, le aclaré a la ferviente apasionada el sentido de las palabras:
–Lo que quiero decir es que: Deseo tomar la bebida llamada
té.
–La chica chef, con sonrisa recién apagada, un tanto ruborosa pero con ojos capaces de enamorar al mundo entero, aceptó mi enmienda, diciendo:
–Maestro, definitivamente, debes hablar claro y concreto. Fue entonces cuando volví a la petición original, diciendo:
–En realidad lo que quiero es saborear Té. Ante lo cual la chica con ojos brillantes,
sonrisa complaciente y movimiento explosivo de caderas en salsa, exclamó:
–Cuando de sabores se trata yo ofrezco los mejores. ¡Comencemos!
Volví a mirarla simulando extrañeza pero en realidad con el alma entusiasmada. Pero, como maestro honorable de amores, hube de inventarme un dulce llamado de atención:
–Otra vez, jovencita —dije serio— me estás malentendiendo. Eso está mal hecho.
Ella entonces,
al parecer arrepentida y silenciosa se quedó mirando el piso. Entonces, como mi estómago no aguantaba la abstinencia, le expresé despacio, por
tercera vez, mi petición inicial:
–Quiero Té. Y mucho.
Y la chef que era linda, amante de la
vida y adoratriz del amor, inevitablemente, se exaltó de nuevo, levantando los ojos, botando por ellos corazones:
–Maestro —exclamó— Yo también te quiero. Pero dímelo al derecho, así
suena MÁS bonito.
Viendo entonces en mis sueños que la hermosa chef no quería
saber de la bebida sino de amores, se me olvidaron los antojos de Té y de cuanto existía en el mundo. Agradecí en el acto al Dios del universo e inventor del Paraíso, la abundancia
de placeres y bendiciones y también lo alabé con júbilo por la superpoblación de mujeres bellas e irresistibles, no sin antes, para complacer a mis entrañas, expresar por
cuarta vez mi siempre malentendida solicitud:
Entonces, la chef retomando la emoción de una mujer
enamorado, gritó con entusiasmo:
–Oh, maestro. Haberlo dicho antes, desde el principio. No
hablemos más. ¡AQUÍ ESTOY LISTA, TÓMAME!
Me rendí finalmente a la seducción hecha mujer, comprendiendo al tiempo, en un éxtasis inesperado de
pasión celestial, que la chica me estaba adoctrinando sabiamente con sus ojos, su sonrisa y su presencia en el encanto absoluto del amor.
Entonces quise para ella, olvidándome del dichoso té, quise para ella el mundo, la dicha, mi tiempo, mi eternidad, mis brazos, mi humanidad. Desgraciadamente en esos momentos me desperté. (No me creerán, pero he intentado infinitas veces volver a tener el mismo sueño).
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