Este contacto físico además de gratificante, provoca bienestar psicológico, emocional y corporal; estimula la alegría, la salud individual y la colectiva
Los expertos en esta importante materia de los afectos llevados a la práctica, no tienen que esforzarse demasiado para convencer a las personas del beneficio omnipotente del abrazo, porque todos están de acuerdo en que cuando lo han prodigado a alguien, de forma sincera y buenas intenciones, ha generado en ellos y en sus destinatarios un sentimiento profundo de satisfacción y bienestar.
Otros recuerdan que el abrazo contiene entre sus ingredientes especiales uno capaz de bloquear la soledad de quienes lo protagonizan. En el peligro ayuda a vencer el miedo, en la aridez afectiva, abre las puertas a los sentimientos más fecundos. Cuando existe depresión porque nos creemos insignificantes nos devuelve el sentido de la autoestima; si nos han atacado los virus del egoismo, de la agonía por sentirnos viejos, de la inapetencia por no creernos necesarios o amados, el abrazo de un cálido amigo o aun el de un extraño afectuoso, nos vuelve desprendidos, nos recicla la juventud y nos despierta el apetito, no sólo el apetito de los sentidos sino también el de los deseos por bendecir la vida y todo lo santo que ella contiene.
Son tantas las virtudes de un abrazo que un estudiante de psicología de California, Travis sigley, lo convirtió en negocio lucrativo. Este joven ingenioso cobra 75 dólares por una hora de sesión a domicilio durante la cual abraza, charla, y se vuelve una consentidora madre con sus clientes.
Y aunque Sigley, aparte de estudiar psicología, trabajaba en ese asunto sexual de agradar con su cuerpo desnudo a los otros y otras, descubrió a través de su profesión que muchos de sus contratantes lo buscaban más para hablar sobre sus problemas y sentirse acompañados, que para disfrutar de sus encantos musculares en su visible plenitud.
El joven cree, como lo venimos diciendo, que el contacto físico con otra persona ayuda a superar estados de ansiedad y angustia, y que también contribuye a generar confianza en uno mismo y en los demás, motivos contundentes para volverse positivo y productivo en el medio donde se desempeña sea cual sea la profesión o el oficio.
El otro día ––ya para acabar mi cuento––, mientras estaba en la tarea complicada de enseñar Inglés, tocaron a la puerta. Al abrir me encontré con un colega buena gente que me saludó risueño y me presentó en seguida a un ramillete de lindas y fragantes chicas en plan de apostolado gratuito de abrazos inspiradores: Sin más formalidad, una de ellas se me puso por delante, me saludó brevemente y, de una vez, me hizo prisionero de sus brazos. Una vez en libertad, le dí las gracias feliz y castamente apasionado, comprendiendo mejor que nunca la urgencia de asumir y aplicar en nuestras relaciones interpersonales los poderes de tan sorprendente gesto humanitario.
Más en los colegios, donde el derecho al afecto debería tener formas concretas de buen trato, de voces cordiales, de buen humor, de optimismo... y que ojalá se personificaran los besos y los abrazos. ¿A quién no le gustaría tanta belleza?