Translator

viernes, 6 de diciembre de 2013

El urgente poder del ABRAZO


Este contacto físico además de  gratificante, provoca bienestar psicológico, emocional y corporal; estimula la alegría, la salud individual y la colectiva

  
 Los expertos en esta importante materia de los afectos llevados a la práctica, no tienen que esforzarse demasiado para convencer a las personas del beneficio omnipotente del abrazo, porque todos están de acuerdo en que cuando lo han prodigado a alguien, de forma sincera y buenas intenciones, ha generado en ellos y en sus destinatarios un sentimiento profundo de satisfacción y bienestar. 

   Otros recuerdan que el abrazo contiene entre sus ingredientes especiales uno capaz de bloquear la soledad de quienes lo protagonizan. En el peligro ayuda a vencer el miedo, en la aridez afectiva, abre las puertas a los sentimientos más fecundos. Cuando existe depresión porque nos creemos insignificantes nos devuelve el sentido de la autoestima; si nos han atacado los virus del egoismo, de la agonía por sentirnos viejos, de la inapetencia por no creernos necesarios o amados, el abrazo de un cálido amigo o aun el de un extraño afectuoso, nos vuelve desprendidos, nos recicla la juventud y nos despierta el apetito, no sólo el apetito de los sentidos sino también el de los deseos por bendecir la vida y todo lo santo que ella contiene.

   Son tantas las virtudes de un abrazo que un estudiante de psicología de California, Travis sigley,  lo convirtió en negocio lucrativo. Este joven ingenioso cobra 75 dólares por una hora de sesión a domicilio durante la cual abraza, charla, y se vuelve una consentidora madre con sus clientes.

Y aunque Sigley, aparte de estudiar psicología, trabajaba en ese asunto sexual de agradar con su cuerpo desnudo a los otros y otras, descubrió a través de su profesión  que muchos de sus contratantes lo buscaban más para hablar sobre sus problemas y sentirse acompañados, que para disfrutar de sus encantos musculares en su visible plenitud.

   El joven cree, como lo venimos diciendo, que el contacto físico con otra persona ayuda a superar estados de ansiedad y angustia, y que también contribuye a generar confianza en uno mismo y en los demás, motivos contundentes para volverse positivo y productivo en el medio donde se desempeña sea cual sea la profesión o el oficio.

   El otro día ––ya para acabar mi cuento––, mientras estaba en la tarea complicada de enseñar Inglés, tocaron a la puerta. Al abrir me encontré con un colega buena gente que me saludó risueño y me presentó en seguida  a un ramillete de lindas y fragantes chicas en plan de  apostolado gratuito de abrazos inspiradores: Sin más formalidad, una de ellas se me puso por delante, me saludó brevemente y, de una vez, me hizo prisionero de sus brazos. Una vez en libertad, le dí las gracias feliz y castamente apasionado, comprendiendo mejor que nunca la urgencia de asumir y aplicar en nuestras relaciones interpersonales los poderes de tan sorprendente gesto humanitario.

   Más en los colegios, donde el derecho al afecto debería tener formas concretas  de buen trato, de voces cordiales, de buen humor, de optimismo... y que ojalá se personificaran los besos y los abrazos. ¿A quién no le gustaría tanta belleza?

jueves, 5 de diciembre de 2013

El ARTE sirve para ser feliz y mejor

La producción artística contribuye al desarrollo feliz de la personalidad, en lo emocional, en lo cognitivo, por cuanto estimula y valora el potencial creativo de los jóvenes


   Hoy día los optimistas creen que animar y favorecer el poder creativo de los estudiantes en las instituciones, contribuye significativamente a proporcionarles una educación integral, amena y operativa dentro de la sociedad que necesita, más que de palabras, de acciones positivas y de productividad. 
En este sentido, el arte, como recurso para realizarse como persona valiosa para su entorno, convoca a los jóvenes a revelar sus capacidades de imaginación, de expresión oral,  de habilidad manual, de nuevas formas para manejar situaciones problemáticas y conflictivas, a tono con las actuales competencias ciudadanas.

  El arte es uno de los caminos que lleva al hombre al autoconocimiento y al desarrollo personal, pero además puede ayudar a tener buena salud y a mejorar la calidad de vida. Por eso algunos profesionales han decidido crear técnicas que junto al arte eleven el potencial de cada persona. 

Es tan bueno que algunos especialistas lo utilizan como terapia, fundiendo conocimientos, práctica del arte y psicología. En el momento ––explican––en el que la persona proyecta sus ideas o pensamientos internos en formas artísticas, el experto puede aprender a leer las claves simbólicas del subconsciente y ayudar al paciente a desarrollar todo su potencial, siendo creativo y espontáneo. A través del arte manual el paciente libera sus tensiones y encuentra alivio a sus afecciones físicas, mentales, espirituales y emocionales. 

Algunas ventajas de esta terapia es que al usar el proceso creativo como puente de comunicación, se genera un espacio libre de juicios estéticos, en el que la persona participa activamente manipulando y transformando materiales artísticos. Cuando el alumno va terminando de manera exitosa su trabajo, su autoestima crece, su motivación aumenta y empieza a hacer del arte un nuevo proyecto de vida.

Pero para todos nosotros el arte tiene una función práctica: Es un medio de interpretar la realidad y de actuar sobre ella. Y sirve también como vehículo de expresión de ideas, conceptos y valores, en sintonía con la época en la cual nos corresponde vivir. Pero también tiene una función Ideológica: Podemos transmitir creativa y placenteramente valores ideológicos, políticos, económicos, religiosos, de forma explícita o enmascarada. Y también tiene  uso estético: Para expresar y ponderar la belleza y el amor que nos rodea y sentimos en el alma. En resumidas cuentas: Sirve para ser feliz.

lunes, 21 de octubre de 2013

LA POLÍTICA DEL "DEJAR HACER, DEJAR SER", "LAISSEZ FAIRE"

Forma de "ayudar" a que otros desarrollen sus proyectos y lleven su vida según sus propias determinaciones

La contraparte negativa del "Laissez faire"
en Educación:No hay que dejarlos que
hagan todo lo que se les dé la gana.

Por Lebb

 Cuando uno estaba de balde, en el lugar y en el momento equivocados, mientras otros sí se consagraban a sus propias faenas, nuestros predecesores nos aplicaban uno de los refranes más comunes de todos los tiempos: "Mucho ayuda el que no estorba". 

  Entonces uno se quitaba de ahí mientras humildemente iba asimilando la lección de que en muchas ocasiones cualquiera que no tenga a bien colaborar, no debe convertirse en obstáculo o en espinas en el camino de las acciones buenas que los demás estén haciendo o quieran emprender.

 Al lado del anterior, también tenían otro, un tanto desafiante pero que comportaba una autorización de mala gana: "¡Haga, entonces ––decían–– lo que se le dé la gana!" Pero había otro más benigno: "Como usted quiera está bien". Uno entendía entonces que sin obtener un patrocinio efectivo y declarado podía contar por lo menos con la "autorización" de quienes tuvieran relación contigo para actuar o para ejecutar cualquier buen plan que hubieras craneado.

  En la mente del ilustre Adam Smith, el laissez-faire ("dejar hacer" en francés) era toda una doctrina económica que impulsaba una política de no intervención indebida del gobierno en los asuntos comerciales como premisa mayor para producir la prosperidad y la libertad. Era algo así como permitir que la suma de los egoísmos responsables se pusiera al servicio del bienestar de toda la sociedad.

  Ese ("Laisser faire"),"dejar hacer" a los otros las cosas a conciencia, también fue estrategia de san Agustín según su frase inmortal: "¡Ama y haz lo que quieras!" Como si dijera: "El amor es bueno y es sabio, no puede equivocarse cuando obra en consecuencia". Por lo tanto, no sería sensato interferir en sus actuaciones porque sería oponerse a "Dios que es Amor".

  Gamaliel, maestro del Apóstol Pablo, también sin saber francés les habló a sus compatriotas del "laissez-faire" cuando éstos pretendían matar a los difusores de la nueva doctrina: Les dijo sabiamente: "¡Correligionarios, 'laissez faire', déjenlos predicar porque si este proyecto de vida viene de Dios, no hay poder humano capaz de impedirlo!" (Claro que no lo dijo con estas palabras, pero fue más o menos parecido).

  El mismo Jesús también se adelantó al laissez-faire cuando les ordenó a esos discípulos opositores que no aceptaban bien a  los niños: "¡Laissez faire, ––les ordenó con autoridad––Déjenlos que se acerquen. No se lo impidan!" Y a los celosos del ministerio también les dio posteriormente otra lección: "Déjen a esos profetas que también prediquen y no se conviertan ustedes en estorbos o en demonios" (No dijo exactamente eso, pero también fueron palabras bastante parecidas).

  Finalmente, en Inglés la traducción de "Laissez faire" es "Déjenlos hacer", y en un sentido más amplio: "¡Deje SER!" Como  en la canción de los Beatles "Let it be". En este sentido, recuerdo una travesura de niños cuando los pajaritos bajaban al patio a picotear ansiosos los granos de alpiste. Nosotros, en acecho previo, saltábamos sin piedad sobre ellos por el solo gusto de verlos volar despavoridos. Escuchábamos entonces paralizados el grito justo pero feroz de alguno de nuestros mayores: "¡Déjenlos comer, no sean maldadosos!"

 Con el tiempo caeríamos en la cuenta, contritos de corazón, de que uno, si bien no quiere o no puede, debe permitir que los demás satisfagan las necesidades de su vida: cuanto quieran hacer y lo que quieran  ser.

viernes, 11 de octubre de 2013

LA MUERTE LO AGUARDA EN SAMARCANDA

Llega a tiempo cuando quiere y a quien quiere

He aquí el eterno drama de la lucha entre la vida y la muerte con la victoria final de la única compañera fiel del hombre, que nunca faltará a la cita definitiva en el lugar predeterminado

Por Lebb

  Del trajinar sentimental de mi padre, derivó indudablemente su espíritu poético y ensoñador. Y de sus andanzas y constantes intercambios verbales con tantos amigos, vieron la luz sus cuentos y anécdotas los cuales lo convirtieron en personaje digno de escuchar. En el primer caso, era necesaria la compañía de un tiple aprendiz de bohemio, sonoro y nostálgico, sobreviviente de tantos años que sí fueron capaces de enterrar sus enamoramientos imposibles y de cremar sus fallidas ilusiones difuntas, mas no su visión de encanto y entusiasmo por la vida.
 
  En el segundo caso, era forzosa nuestra presencia en torno suyo por ese contagioso hábito de contar, de reirse, de compartir las incidencias joviales de su jornada. Para nosotros, que todavía no éramos víctimas de añoranzas vanas, resultaban estimulantes aquellos momentos cuando precisamente descolgaba el memorable instrumento de una puntilla de la pared y empezaba a rasgar con sus grandes dedos sus finas cuerdas que, en el acto, sembraban el aire de notas, junto con versos y rimas. Pero igualmente eran placenteros los momentos cuando, dejando de lado la música del amor, empezaba a narrar sus historias como aquella, bajo las lunas de octubre, al comienzo de la noche...

  –¿Se acuerdan de un tal Anselmo? ––nos preguntaba para que no respondiéramos–– ¿Ese hombre diminuto, fatal, encaprichado con la muerte, sin instantes para vivir en paz? Cada vez que debía marcharse de viaje, se trepaba en su tarima, un montículo a la salida del pueblo, a pronunciar su discurso de despedida, que remataba así:

––¡Me voy muy triste, amigos míos, adiós... porque no sé si volveré! ––y concluía  con la frase:

––La muerte es tan tirana que no sé si volveré. ––Pero aparecía de nuevo la semana siguiente. Y ese era todo el chiste. Regresaba a los pocos días. Sin embargo, le llegó la hora un día gris, lluvioso, que no tuvo público, quizá por tanta repetición o por simple broma de la misma muerte, en el cual no echó el sermón y se fue así, sin protocolo alguno. En esa ocasión, don Anselmo, el hombre mortuorio, de neuronas alentadas por el licor Sí no volvió.
 
  Y cuando no habíamos digerido todavía el final de la historia, nuestro narrador  anunciaba el título de la famosa leyenda del Ángel de la muerte quien llegó una mañana a la plaza de mercado de Andiján, ciudad de Uzbekistán, allá en un país de Asia.

  "Resulta que ––iniciaba el cuento–– ese día el primer ministro vio que su principal funcionario, el visir, se presentaba ante él en un estado de gran agitación y desespero. Y al indagarlo por la razón, el hombre le dijo:
 -Te suplico, mi señor, me dejes marchar de la ciudad ahora mismo.
  ––¿Por qué? ––le preguntó el califa.
  ––Al cruzar la plaza para venir al palacio, sentí un golpe frío en el hombro. Me he vuelto y he visto a la muerte mirándome fijamente.
–– ¿La muerte?
–– Sí, la muerte en persona. La he reconocido por su figura cadavérica y por estar toda vestida de negro con un chal rojo. Ahí estaba mirándome muy seria para intimidarme. Estoy seguro que ha venido por mí. Permite que me vaya de la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor caballo y huiré de ella. Esta noche puedo llegar lejos, a Samarcanda.
  ––¿De veras que era la muerte? ¿Estás seguro?
  ––Totalmente. La he visto como te veo a ti. Estoy seguro de que eres tú y estoy seguro de que era ella. Deja que me vaya, te lo ruego. Voy a huir de ella.

  El califa, que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. Éste, entonces, creyendo poder eludir la cita infalible con aquélla, regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarcanda, atravesó raudo al galope una de las puertas de la ciudad. 

  Un instante más tarde el califa, a quien atormentaba un pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como lo hacía a veces, y  salir así, de incógnito, de su palacio. Fue hasta la gran plaza, rodeado por los ruidos del mercado, en busca de la muerte. Tras una breve exploración con la mirada la vio y la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo. Ciertamente era la muerte: de figura alta y complexión delgada, vestida de negro, el rostro medio cubierto por un chal rojo de algodón. Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, posando el dedo frío en el hombro de un hombre que preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella.

  El califa de inmediato se dirigió hacia ella, la cual, al  reconocerlo, a pesar de su disfraz, se inclinó en señal de respeto.

  ––Tengo que hacerte una pregunta -le dijo el califa en voz baja.

  ––Te escucho.

  ––Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y honrado. Merece vivir mucho más tiempo. Entonces, ¿por qué esta mañana cuando él iba para mi palacio, lo has tocado y elegido? La muerte, ligeramente sorprendida,  contestó al califa:

 ––No, no quería asustarlo. No lo he mirado con ojos amenazadores. Sencillamente, cuando por casualidad nos chocamos yo lo reconocí. Ya es su día, ya es su hora. Sin embargo, no he podido ocultar mi asombro y mi preocupación.

  ––¿Por qué asombro? ––preguntó el califa intrigado–– ¿Por qué la preocupación?

  ––Pues muy sencillo, --contestó la muerte––: Asombro porque no esperaba verlo aquí en Andiján, tan desentendido. Y preocupación porque los dos tenemos una cita infalible esta noche en Samarcanda.

lunes, 2 de septiembre de 2013

OPTANDO POR LOS AUMENTATIVOS

Con el propósito de incrementar la autoestima, ––potenciador de los logros humanos–– y apreciar mejor las gracias de la vida 


Por lebb (Editorial de El Observador 22)

  Entre las mañas buenas y curiosas de un inolvidable párroco, que legaron herencia de sonrisas y buen ánimo a las " ovejas" de su grey, recuerdo ahora una que nos ayudó a modificar jocosamente la forma de valorar la gente y al mundo a nuestro alrededor.

  Poco amigo de los diminutivos, nada permisivo con los gestos de apocar a las personas y a cuanto a ellas se refería, bregaba siempre por aplicarle a todas las cosas, así sonara a veces chistoso, la lupa de los aumentativos.

 Línea similar de actitud optimista trazó mi padre. Y la observábamos como factor de aprendizaje nosotros sus naturales discípulos cuando, recostado en un taburete junto a la puerta de la casa, a merced de la seductora brisa vespertina, pronunciaba una de sus habituales frases dotadas de buen genio: "¡Ah, ––suspiraba risueño––, esto no es vida, esto es un VIDÓN" (No confundir con "Bidón").

  Indudablemente, eran lecciones breves de un maestro sencillo, convincente, que nos empujaban a valorar en su magnitud práctica las opulentas gracias de la vida.

  Y, (sin salirme del tema), algo semejante y fabuloso pasó en aquella asamblea amistosa de legumbres (Esto sí es cuento), legumbres tiernas y muy positivas, quienes movidas por un disparatado amor propio, bromeaban haciendo planes para un futuro genial, si acaso lo permitía la ensalada del día o la del siguiente. Uno de ellos, el tomate, de mayor iniciativa, brincaba entonces hasta el borde de la ensaladera donde se hallaban platicando, y vociferaba: "Yo tengo un sueño: cuando sea grande,  seré un tomatón!" En el acto brincaba también a su lado la lechuga, fresca como es lógico pensar, la cual, con vocecilla inferior, declamaba: : "¡Yo también tengo un sueño: Yo seré un lechugón!" Su compañero, el tomatón en potencia, silbó fuerte en señal de aprobación.

  Pero abajo, en el fondo de la fuente, se quedaba sin ganas de saltar nada menos que el huevo. Sus compañeros desde arriba lo interrogaron con la mirada. El huevo, entonces, entre amargado y sin corazón, se quejó diciendo: "¡No sean tan pingos, mano, --él era santandereano-- mejor juguemos a otra cosa!"

  Los comentaristas del episodio anterior se divierten opinando que la autoestima de los primeros (manifestada en los aumentativos) se constituía no sólo en resorte de sus saltos presentes, sino también en potenciador de sus posibles proyectos futuros. Mientras que para el tercero, o sea el huevo, la falta de fe y confianza en sí mismo le impedían no sólo brincar, sino que también vaciaban su interior prematuramente de sus justos ideales de grandeza.

  Y a propósito de grandeza: recuerdo que recién publicado uno de los primeros números del OBSERVADOR, un colega a quien se lo ofrecí personalmente, hizo que le facilitara un ejemplar. Tomándose todo el tiempo del mundo empezó a tentarlo con la yema de sus dedos, hoja tras hoja. Al término del conteo, devolviéndome brúscamente el periódico, me miró con ojos de experto economista y sentenció: "¡Este periodiquito vale por ahí, bien pago, unos setenta pesitos!"

  Desde luego aquella valoración con diminutivos incluidos fue un arma química que arremetió contra mi autoestima,  pero sin lograr envenenar mis pretensiones de sacar adelante el proyecto. Por el contrario, sirvió de entrenamiento y de "motivación" para poder soportar después otros muchos sinsabores que no es del caso citar en este instante.

  Y ya para concluir debo remitirme al comienzo de este artículo cuando me refería al párroco que abusaba cariñosamente de los aumentativos. Pues bien. Resulta que una noche, para poder resaltar las calidades de una película en el último día de su presentación, tomó entusiasta el micrófono y pregonó desde la torre de la Iglesia: "¡Gancho y más gancho para ayudar a la construcción del templo: dos personas con una boleta. Para que no se pierdan esta extraordinaria PELICULONA!".

  Lo comprendimos entonces, lo perdonamos y lo quisimos, porque resaltar valores, bendecir la vida, emocionarse con los bienes del universo comportan ciertos riesgos y tentaciones, pero ameritan amor. Pero bien vale la pena, amigos lectores, asumir resueltamente la actitud redentora de optar por los aumentativos. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

TODAS LAS MUJERES SON BELLAS


Por Lebb

   Cuentan que una vez don Sórdido Ardila hablaba con Sórdino Villadiego sobre temas comunes de la vida popular cuando en esas  una señora muy aseñorada pasó por el frente de ellos llevando de la mano una doncella volantona de belleza incipiente pero forzada, escena ante la cual don Sordino le comentó a la señora refiriéndose a la chica y haciéndose el admirado y en son de piropo:

--"¡Cuídele la señora!". Fórmula que caló bien en el ánimo de aquella, tanto que acarició a don Sordino con una sonrisa orgullosa.

    Pero como nada puede ser perfecto en este mundo, a don Sordino le picó el gusano de hacer un comentario adicional e inapropiado.  Y lo hizo en tono bajo para que lo escuchara el Secreto:

  --"Sí, claro, para que no se vuelva más feíta"

  Para su desgracia, también escuchó la tal señora aseñorada la blasfemia del impertinente, y entonces, volviéndose furiosa se le acercó como un huracán y, en defensa de la honrosa belleza de la hija, le plantó sonora la mano en la cara con la ira más bestial.

  Don Sordino no se sintió ya más de este mundo. Alcanzó sin embargo a proferir entre rezos una promesa de cuyo contenido supieron las paredes:

 "¡Jamás volveré a decirle feíta a mujer alguna, así se lo merezca. Y mucho menos a una hija delante de la suegra!

UNA "INOCENTE" PECADORA SE CONFIESA


El mayor pecado es el de OMISIÓN


Por Lebb

Una vez llegó al confesionario una linda penitente sin fe y sin remordimiento de nada que le manifestó al sacerdote que ella, además de pura belleza, no tenía ningún pecado porque no había hecho nada malo a nadie.

 Fue cuando, para su sorpresa, el confesor le replicó que precisamente no hacer nada por los demás es uno de los mayores pecados que pueda cometer el ser humano: "porque quien pudiendo hacer el bien y no lo hace, comete pecado por omisión", le aclaró citando a un célebre apóstol.

La muchacha se quedó pasmada un instante pero en seguida respondió que no estaba obligada a dar porque en su vida había recibido bien poco de sus padres y hermanos. Pero el cura la atacó de nuevo citando palabras de otra celebridad según las cuales todos estamos obligados a ponernos al servicio de los demás con los talentos multiformes que hayamos recibido. Pero la chica alegó otra vez que no le constaba haber recibido gracias o dones de nadie y que por lo mismo y tanto no estaba obligada a ayudar a nadie.

Pero el cura, como obstinado guerrero espiritual, contraatacó diciéndole a la falsa penitente que también su Maestro había curado a los ciegos que no veían nada bueno a su alrededor ni personas, animales o cosas que les hubieran hecho más grata y feliz la vida. La joven por fín guardó silencio y se sintió más bien ciega y paralítica, pecadora y moribunda. Poniéndose entonces la mano en el pecho bajó la vista y exclamó: "¡Yo pecadora me confieso..."

 El cura enseguida trazó en el aire una gran cruz orando para sus adentros: "¡Señor, haz que tus hijos veamos!"


domingo, 30 de junio de 2013

LOS AMIGOS SORDINO Y SÓRDIDO

Por Lebb

Algunos chismes comienzan con el mal oído de algunos y con la lengua exagerada de otros.



Cuentan que para entretenerse y matar el tiempo, dos abuelos, el uno de nombre Sórdido Ardila y el otro Sordino Villadiego, se sentaban en un escaño del parque a tocar temas comunes de la vida diaria.

El episodio que vamos a narrar tuvo lugar una mañana cuando, después de los saludos protocolarios y una vez sentados en la banca del parque, el primero le comentó al segundo:


--Sabes una cosa, don Sordino:  Esta mañana me levanté al alba a gozar de su frescura.

A lo cual, don Sórdido, respondió alarmado:

 "Cómo así, tu vecina se llama Alba?

 Don Sórdido le aclaraba en seguida:

--No, amigo mio, escucha bien:

--Me levanté a la aurora a contemplar su hermosura. A lo cual dón Sordino replicaba de una:

--"Ah, viejo verde, no sólo es con Alba sino también con Aurora"

Con la paciencia que caracterizaba al primero, a don Sórdido, le aclaró al duro de entender:

--¡Nada de eso! Lo que quiero decir es que me levanté temprano a saborear la virginidad del día.

 Pero el viejo Sordino otra vez entendió mal:

--"Un momento, don Sórdido, --reviró–– no me digas groserías ni mentiras:

--Es que acaso esas fulanas todavía eran vírgenes? No lo puedo creer. De todas maneras, amigo Sórdido, tienes suerte.

EL COCUYO VICTORIOSO

Por Lebb

El cocuyo había llegado a creer, como lo hacen algunos humanos, que sin el amor de la cocuya su vida ya estaba concluída...


  Y entonces, cesando de volar sobre el arroyuelo, se tumbó derrotado en el pedregal de su orilla como a la espera de la muerte.

  Fue entonces cuando la luciérnaga amiga suya fue en su busca, y al verlo en ese estado deprimente, le dio consejos como un buen cristiano diciéndole que un cocuyo que se respete debe brillar lo mejor que pueda independiente de lo peor que le pase:

  --"Bello es el amor, ––añadió-- Pero más necesaria es la vida sin la cual no sólo es imposible al corazón palpitar, sino que también es imposible para el alma buscar y valorar nuevos amores.

  Y así fue razonando con él, pausada y sabiamente, a fin de que el mal amado cocuyo aceptara con firmeza interior la pérdida del amor de aquella luciérnaga cuyos encantos no eran para él sino para otro.

  El cocuyo comprendió al final que la correspondencia en los amores no siempre es favor que se le concede a todos los amantes. Y que gracias a las malquerencias y a las penas infligidas por los amores negados o imposibles, van surgiendo del espíritu energías superiores, esperanzas mayores, senderos insospechados para los viandantes de este mundo: "Van –agregó la consejera– van naciendo hasta versos lindos de nostalgia, incluso historias entretenidas, que pueden incluso servir como medios de salvación de muchos, o por lo menos, pueden usarse como guiones para las telenovelas.

  Y antes de que el agua desbordada del riachuelo apagara para siempre el relámpago de su vida, el cocuyo, se puso de paticas y agitó de nuevo las alas reemprendiendo el vuelo. Se sumó luego al carnaval intermitente de las luciérnagas fantásticas sobre el arroyo que serpenteaba por entre las sombras de la noche.

  Cuentan los observadores populares que más pronto de lo que dura el destello de su luz, el antiguo despechado tuco-tuco, –otro nombre que se les da a estos coleópteros–, se consiguió una linda y luminosa tuca-tuca. Y comentan además, jocosamente, que fueron para siempre felices.

miércoles, 17 de abril de 2013

No tantos conceptos, interesa más bien...

“APRENDER A QUERER Y A VIVIR”

Cuando la "ministra" del interior de la casa donde una vez estuve anidando mi sueño de ser religioso, me preguntaba sobre mi apetito intermedio entre el desayuno y el almuerzo, yo le respondía con ganas alegres: “Quiero Te”. Y la bondadosa señora cuya imagen hoy yace en las flores aromadas de mis recuerdos, me respondía con fingido acento conquistador:
--“Dímelo al revés, me suena mejor”.

   Y ambos emprendíamos el ejercicio de la amistad con sonrisas joviales importando para nada –como sí lo fue después para nuestro profesor de Español– el equívoco, esa figura de dicción que tanto quiso enseñarnos, según la cual hay palabras que pueden interpretarse con humor en varios sentidos.
 
   La “Ministra” en mención –título honorario en razón de la dignidad de sus grandes funciones domésticas– jamás estudió esas tales figuras literarias, ni se le pasaron por la imaginación sus definiciones. No disponía tampoco de la retórica propia de un poeta. Sin embargo, fue siempre una experta en la aplicación de la palabra cordial, ingeniosa y pertinente con todas las personas y en cada circunstancia. Al revés de los poetas que batallan por usar frases bonitas para expresar sus inspiraciones, mi interlocutora y yo a la sazón, simplemente disfrutábamos del juego de las frases para darle cariño y adobo a nuestras vidas, sin el agravante mental de profundizar en el arte lingüístico. Y aunque tal vez rezagados en el plano conceptual, se nos quedó algo de sal innata y de picardía de nacimiento cuando de alternar con otras personas se trataba.
 
   Y no es que sea malo volverse un duro en procesar datos infinitos en cualquier campo de la ciencia, –ojalá tú fueras un sabelotodo–. Lo que pasa es que a niveles individual o institucional siempre resulta más provechoso para nuestro presente y futuro que les asignemos preferencia a las áreas primordiales de nuestro formación humana como son las de aprender a querer y a vivir. 

   Si aprendemos a querer cuanto nos rodea: las cosas, la naturaleza, las personas, la familia, la patria, el colegio, la gracia de Dios de existir en el mundo, estamos cultivando el valioso sentido de pertenencia y de valoración. A la par estamos asumiendo actitudes positivas frente a la historia y caminando hacia la realización personal por cuanto el arte de amar ya es el método óptimo de manejar las cosas en este mundo.

Pero también el querer significa –según el equívoco de la anécdota de arriba–  tener ganas de algo, tener apetito de... –en el restaurante–; estar motivado, apuntaría un profesor; estar ansioso, diría una abuela. Y este querer hacer las cosas, querer o desear con mayúscula sí que nos está haciendo falta en las instituciones educativas. Existen chicos que ni quieren abrir un libro, otros casi ni quieren copiarle ya las tareas a sus compañeros. Tan importante es la voluntad de querer ser y hacer en los humanos que contra ese mal de no querer no parece existir remedio alguno en el universo. 

Por suerte ese mal no va con nosotros. Por el contrario, el querer nos da el poder de aprender a vivir con una concepción práctica similar al del samaritano bíblico, –el cual se rajaría en la prueba Saber de Religión pues no había memorizado el mayor mandamiento de la Ley de Dios–. No pasarías, por lo tanto, de largo frente a las necesidades de tus congéneres. No serías un inmovilizado frente a las realidades negativas que puedes modificar, ni una estatua frente a las cosas que se deben emprender. El saber vivir nos lo enseñaron muchos ancestros quienes, –aunque escasos en títulos enciclopédicos–, tuvieron a bien aplicarle sentido común, amor natural y fe palpable a los quehaceres familiares y sociales. 

Es más. Saber vivir te propone el ideal original del Evangelio, la dinámica franciscana de armonizar con los amaneceres, con las criaturas, con el hermano sol, la hermana luna, con los vecinos difíciles inclusive. Cuando al fundador del Opus Dei le preguntaron cómo practicar el saber vivir respondió entusiasmado: “Quiero que ustedes siembren la paz y la alegría por todos lados; que no digan ninguna palabra molesta para nadie; que sepan ir del brazo de los que no piensan como ustedes. Que no los maltraten jamás; que sean fraternales con todos, dispensadores de paz y alegría”.

La estadía de nosotros en una institución educativa, secundaria o universitaria, debería servirnos no sólo para progresar socialmente, consiguiendo amigos, novios o novias, deberíamos también utilizarla como medio de entrenamiento humano, a fin de contestar correctamente los  interrogantes cruciales sobre el rumbo y el uso  de la vida, (Tarea: revisar proyecto de vida, antes que las preguntas teóricas de la prueba Saber)

De otra forma, --por carecer de esta especie de estándares vitales--, nos exponemos a reprobar temas existenciales claves como la toma de decisiones primordiales, la solución de conflictos, la gerencia de las relaciones interpersonales, la comprensión del puesto en el mundo, el sentido de los sentimientos, de nuestros esfuerzos, de los actos cotidianos... En el peor de los casos, podría uno perder –no sólo el año– sino incluso la razón de vivir, como por desgracia ha sucedido con tantos compañeros colegiales o universitarios quienes, habiendo transitado en vano por las aulas de muchos colegios, acabaron por evadirse trágicamente de la vida. 

De aquí se deriva la necesidad de que los proyectos educativos institucionales, más que buenas hipótesis humanistas de formación integral, deberían ser capaces de crear ambientes prácticos de vida, donde la espiritualidad se traduzca en obras y no en solo rezos o en meditar estéril; donde se aclimaten valores sinceros de equilibrio interior, de compasión, de alabanza y aprecio, de alegría por aprender, por compartir, por transfigurar los esquemas injustos del entorno. 

Sólo de ese modo, despertando en los jóvenes las pasiones por querer al máximo y por vivir en exceso desde ya en los mismos claustros académicos, la educación cobraría su sentido mesiánico de arte y vida, y los educadores no solo cobrarían bien el sueldo sino que también serían artífices de un mundo nuevo. Al menos en eso pensaba aquel famoso escritor cuando dijo: “La Educación no es simplemente una preparación para la vida; la educación es la vida misma”. 

(Ya para terminar, te diré aquí entre paréntesis, que el verso “hay que aprender a querer y vivir” pertenece a una célebre canción de la mejicana Consuelo Velázquez, quien compuso además la famosa “Bésame mucho”. 

Dicen que ésta última la cantó a los dieciséis años, cuando ningún pretendiente había besado ni poquito sus labios virginales. Claro que después recuperó con entusiasmo el tiempo perdido: se enamoró bien, le dieron hartos besos, tuvo en consecuencia hermosos bebés, compuso y entonó muchas otras canciones lindas, hizo grandes cosas con sus talentos, –para no hablar largo– ella aprendió a ser feliz compartiendo con quienes la rodearon sus bienes y sus mejores sentimientos.