Se sonríen los chicos cuando, al pasar por los puestos, les solicito el pago de las fotocopias diciéndoles, en tono amable y burlesco:
“Sólo cien pesos, por amor al estudio”.
Y esa frase “por amor al estudio”, ya ocupa un pequeño y simpático rincón en su mente; pero, en realidad ese gusto íntimo por aprender ("estudiofilia") debería ser la razón más noble para justificar el calentamiento de un pupitre en un salón de clase. *Claro que de paso justificaría cualquier otro amor.
Es forzoso reconocer que la educación no sólo es formar en un solo amor. La vida en realidad nos plantea amores. La ciencia consiste en asignarles tiempos, momentos y prioridades. No deberían reñir todos los amores. Deberían estar de acuerdo. Estar conformes. Vivir en paz. Incluso deberían ayudarse y motivarse mutuamente.
Cuando existían colegios no integrados, sino solamente de mujeres o de hombres, algunos insistían en que así se lograban los mejores resultados. Nada de distracciones. Nada de problemas embarazosos. Todo el tiempo, la energía y el interés para el estudio. Cuando llegó la moda de mezclar chicos y chicas, los promotores de la idea apoyaban el libre desarrollo de la personalidad, la validez de desarrollar el contacto necesario y sano con los miembros del sexo opuesto. Ambos grupos estaban en lo cierto.
Pero entonces, siempre se daban ciertos problemas. Uno de ellos era el de las distracciones crónicas ocasionadas por los enamoramientos. De todos es conocido el problema no de la distracción dispersa de los estudiantes, sino de la atención muy concentrada no precisamente en los temas de la clase, sino en el chico tal o la chica tal.
Lógicamente los que salen perjudicados cuando te consagras solamente a un corazón, es el aprendizaje de las lecciones, el cumplimiento de las labores escolares, la aceptación de los horarios e incluso la permanencia en las aulas de clase, ––en una palabra––, sale perjudicado el rendimiento académico (Claro que a veces es la chica quien sale más “perjudicada”: aumenta de peso o se baja de peso, o se debilita mucho. Y tiene que ir a recuperarse en la casa.)
Yo creo que forma parte de la educación saber apreciar, saber respetar y orientar los sentimientos de amor y amistad de los jóvenes. No soy amoroso de llenar de cláusulas restrictivas en el pacto de convivencia a las parejas de estudiantes. (“No se permiten las manifestaciones excesivas de afecto en el colegio” decía alguna cláusula de un manual de convivencia.) Soy más bien partidario de la “legalización de los amores estudiantiles en los colegios” . Es preferible que las parejas de chicos que se gustan, se tomen de la mano y se sienten en las gradas delante de todos a darse un beso platónico, en lugar de que busquen escondites donde es placenteramente fácil caer en tentaciones. Pero el punto de este artículo, que ya casi se me escapa de control, es el de definir la prioridad de los amores juveniles en el colegio.
En la gráfica de arriba, el chico al parecer ha elegido incorrectamente una prioridad. Le brotan corazones de la cabeza, no precisamente por la tarea que le asignaron, sino más bien quiere estudiar de cerca los poros de la chica, o para que el tema sea más completo, su cautivante anatomía.Lógicamente ella con semejante acoso visual, respiratorio, magnético, es incapaz de concentrarse. “El amor por el estudio” entonces brilla por su ausencia...
No es grave que a los corazones se les permita excursionar por los apasionantes senderos de los amores humanos- Es, por el contrario, bueno, bonito y hasta barato que se autorice y promueva la práctica de los sentimientos honestos de las parejas, (pero, sin olvidar, que en ciertos escenarios iniciales de la vida hay ciertos amores prioritarios, como en el espacio del colegio, por ejemplo, el "amor por el estudio”. Primero ese, con fidelidad e intensidad. Y, después, ya veremos.
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