EL MUÑECO DE NIEVE SE DERRITIÓ POR... AMOR (Es decir, por excesivo amor del sol)
Versión de Lebb
La chica aprendería en carne propia que las cosas por más bellas y placenteras que sean duran muy poco y jamás proporcionan la dicha completa
Cuenta una de las leyendas de Navidad que, una mañana, tan pronto dejó de nevar, los niños, sedientos de libertad y de acción, salieron explosivamente de sus casas a corretear y divertirse por los campos repletos de nieve, como era costumbre en aquellos países del Norte.
La mayoría de los chicos entonces se organizaron en pandillas, se asignaron territorios, se declararon la guerra y comenzaron lógicamente a bombardearse con sus improvisadas bolas de nieve que se estrellaban en el mejor de los casos, cuando la puntería así lo permitía, en la humanidad de los felices combatientes.
Otros chicos, por su parte, se aplicaron a reunir nieve no para fabricar proyectiles de guerra, sino más bien para construir casas, edificar castillos o diseñar muñecos gordos y curiosos a quienes le agregaban bufandas, gorros, chamizos, hasta escobas, para luego sentarse a observarlos admirados, o por el contrario, para hacer bromas y reírse de ellos.
Precisamente entre aquellos amantes de la paz y la diversión serena, se encontraba la
hija única del herrero, joven bella con algún recóndito talento de escultora quien, tomando con destreza puñados de nieve, se entregó a la tarea de moldear un muñeco excepcional, a imagen y semejanza del hermanito que siempre había deseado tener.
Salió entonces de sus manos creadoras un niño precioso, bien alimentado, redondo, con ojazos negros, (tenía dos carbones africanos), de nariz bien perfilada, (Claro, porque era de zanahoria perfecta); y con boca grande y sensual, (lógico, porque tenía un apasionado botón rojo).
La pequeña se quedó entonces extasiada, contemplando su obra con amor fraterno nunca antes imaginado. Y tanto identificó al muñeco con su imaginario hermano que vino a convertirlo en su
inseparable compañero durante los opacos días de aquel invierno: Le hablaba,
le comentaba sus sueños, le narraba historias, le traía obsequios, lo mimaba y hasta quiso en sus oraciones que el Cielo, a semejanza de Pinocho, pudiera convertirlo en humano.
Pero
pronto los días empezaron a ser más largos y los rayos de sol más cálidos... Y de resultas, el lindo muñeco comenzó a derretirse poco a poco, hasta quedar reducido a un pequeño charco donde se distinguía el botón sensual, los carbones y la zanahoria. Como es de imaginarse, la pobre chica, como si de verdad hubiera perdido un ser querido, quedó sumida en la peor de las tragedias.
Por fortuna, un
abuelito, que andaba de plácemes porque el sol había comenzado a caldear la habitual frialdad de su vida, se le acercó y le dijo dulcemente:
"Seca tus lágrimas, Bonita, porque acabas de recibir una gran lección: No debes poner tu corazón en cosas materiales que perecen. --Luego añadió-- Las cosas por más bellas y placenteras que sean duran muy poco y jamás proporcionan la dicha completa".
Termina diciendo la leyenda que la chica, con ayuda de sus manos, enjugó las lágrimas de sus ojos castaños y se reacomodó su cabello lacio mientras suspiraba hondamente. Yo creo que sí aprendió la lección, porque al día siguiente fue amable y generosa con el abuelo y había recobrado el ánimo de vivir y la belleza de la acción por los humanos de verdad.
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