La mañana escogida para la experiencia–, el ilustre importado soñó con acomodarse en la silla esponjosa de un campero elegante de mi propiedad, (suponía que yo había superado ya el subdesarrollo, gracias precisamente a la educación), pero como no era así y apenas tenía para pagarle el mero puesto en un bus pequeño, ruidoso, saltón, tuvo entonces que resignarse a hacer el viaje acosado, en un puesto duro, incluso con las rodillas aprisionadas contra el espaldar del pasajero de adelante que tampoco estuvo a gusto con las zancas punzantes del gringo.
El sufrido bus, como lo hacía habitualmente debía abrirse paso hasta el colegio por una trocha pedregosa, plagada de escombros, basuras y cráteres lunares. Y, era entonces cuando el Americano, al brusco son de los baches y al cruel compás de los vaivenes, cada que los amortiguadores gruñían, brincaba hasta el techo o se balanceaba hacia los lados. Yo, inquieto y asustado, lo detallaba no fuera de repente a salir despedido del vehículo. (¡Imagínense, no le había sacado Seguro!). Fue entonces cuando me lanzó el primer comentario, casi como un grito de angustia y socorro: "Hey, First, We've to fix this!" ("¡Primero debemos arreglar esto!") A lo cual, medio entendiendo, le contesté: "Yeah, Yeah! Tomorrow We'll do it!" (Que quiere decir, ¡yes, yes, mañana lo haremos!).
Pero quedaron resonando las palabras del norteamericano en mi cerebro como maracas, pues para él –como lo entendí después– era inconcebible que la ruta hacia un centro de estudio y cultura, presentara un estado tan salvaje y primitivo, no sólo a causa de un liderazgo defectuoso de los políticos del momento, sino también porque los actores principales de la región ––entre ellos naturalmente nosotros–– no estábamos desplegando suficiente actividad en ese aspecto. No era admisible para él, agente de desarrollo y cambio, que la educación de ciudadanos con valores totales no se tradujera, gracias a su gestión y protagonismo, en obras materiales de mejoramiento y bienestar con respecto a los entornos donde ellos existían y se movían.
En la parte de atrás, mientras seguíamos nuestro viaje tan sísmico y con vallenato estridente en los parlantes del bus, los estudiantes viajeros como nosotros reían a gran volumen y charlaban con entusiasmo, completamente acostumbrados al mal estado de la vía y ajenos obviamente a la problemática de las piedras, del polvo y de los huecos tenaces. Los demás pasajeros ya teníamos también los riñones bien entrenados y las narices con filtro. Después comprendería –soy de reacciones mentales demoradas– cómo existen pueblos cuya democracia es frágil y de pésima memoria, que aceptan mansos y mensos la miseria administrativa y la inoperancia escandalosa de los jefes que ellos mismos han escogido. (El colmo masoquista es que los reeligen hasta por cinco veces o más.)
Pero el cuento hasta ahora empieza. Cuando ya estábamos próximos al colegio, en los últimos treinta metros, unas depresiones abismales, hicieron que el bus al estilo mátrix detuviera el tiempo. Lo detuvo tanto que alcancé a meditar que si los conocimientos y las competencias adquiridas no ayudan a mejorar las condiciones de vida transformando la realidad, si no sirven de estímulo y aun de herramientas para resolver los problemas de malestar y de baja calidad de las circunstancias, merecen ser perentoriamente replanteados.
Pero adelantemos bastante la historia: Cuando el norteamericano tuvo ganas de refrescarse y de hacer una sencilla necesidad del cuerpo, (después de conversar animadamente con los estudiantes sobre la maravillosa importancia de hablar Inglés en este mundo globalizado, para conocer culturas, intercambiar experiencias, viajar y ser ciudadanos prestantes del mundo, etc., etc.), se quedó frenado, frente a las puertas del baño, ante los tubos sin grifos y sin agua, tratando de no respirar siquiera... ni de hablar tampoco.
Después, anduvo por los corredores sembrados de papelitos y restos multicolores... Y tampoco dijo nada. Desmenuzó con los dedos la tierra reseca de una jardinera vacía y luego llegó hasta la cancha donde unos chicos jugueteaban con una garra que alguna vez en otra reencarnación había sido balón. Pero tampoco dijo nada.
Yo me creí en la necesidad de hacer algo. Entonces, antes de que siguiera observando y se le ocurriera alguna sugerencia ingrata contra nuestro glorioso colegio, poseedor también de muchas virtudes, me adelanté a comentarle, señalando las nubes negras con ademanes de experto en el clima, que iba a llover muy pronto: "it's going to rain very soon. Isn't it?!" (Le dije en mi modesto inglés)
Al punto y con cierta picardía en sus ojos azules, el visitante me replicó: "It's better, because there is no water in the bathrooms" ("¡Es mejor que llueva, porque no hay agua en los baños!) ("Besides it's very good for all the plants you're growing here" (Además es muy bueno para todas las plantas que cultivan aquí")
Sonreí seriamente mientras iba desgranando en mi conciencia los pecados de obra y omisión cometidos como docente, especialmente por no ser impulsor de cambio. Luego, de manera inconsciente, como en la Misa, me llevé la mano derecha al lado izquierdo, justo sobre mi apenado corazón, y musité piadosamente: "¡Mea culpa, mea culpa!"
El mono que sabía también Latín y tenía buen oído, rió en inglés y comentó jocosamente en Castellano:
"Tus pecados están perdonados. Pero no vuelvas a pecar...
Y agregó: La Educación debe ser considerada como una gracia y como un poder. No como vana teoría de números o letras inaplicables; debe generar resultados: arreglar espacios, componer la vida de las personas, impedir la existencia de esquemas que las martiricen o empobrezcan. Incluso, fomentar ámbitos estimulantes de creatividad y producción"
No consideré erradas estas ideas del gringo para quien educar era similar a evangelizar. No tomé como sátira ni mala educación el que hubiera aludido con humor y precisión a los efectos de una educación que sólo se limite a buscar la potencia de la teoría, el almacenamiento de ideas o el solo trámite de sentimientos infecundos al margen de los problemas reales del medio. No nos estaba pidiendo que necesariamente dejáramos las aulas para empuñar los picos y las palas y nos pusiéramos a construir un acueducto, o nos pusiéramos con carretillas a tapar los huecos endiablados de la carretera. Seguramente estaba pensando en una educación que suscitara en los estudiantes un vigoroso espíritu productivo, de liderazgo, actuante, no indiferente a la problemática del entorno.
Pero tampoco me parecieron descorteses las insinuaciones realistas del americano sobre nuestra condición institucional en ese entonces, porque es necesario, como el ciego de nacimiento, empezar a reconocer con realismo los defectos y las fallas.
Al final, tras sostener una charla larga al respecto y, cuando ya estábamos convencidos de que habíamos arreglado el universo, abordamos el bus para reiniciar la aventura del retorno.
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