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miércoles, 21 de octubre de 2015

ORIGEN DEL APELLIDO RARO: "BOTELLO"

(Unidad investigativa Interlebprensa)

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Este no es un apellido como para burlarse imaginando que es un apodo o que está relacionado con la embotelladora de Santander, es, — muy por el contrario—,    un apellido ilustre de una familia fundada en el siglo XIV por don Alonso Tello de Meneses, hombre rico de Portugal, a quien por su caballerosidad y heroísmo lo llamaban “el buen Tello”, en portugués “Boo Tello”, de cuyas dos palabras se formó el bello apellido en cuestión.
Sus ramas se extendieron por España,  las islas Canarias y América. Los caballeros de este linaje se establecieron en el interior de Colombia, más que todo por los lados del hoy Norte de Santander, (Gramalote, Lourdes, Arboledas, Cúcuta), a mediados del siglo XVII.

Los miembros de este distinguido linaje vieron confirmada la hidalguía de su apellido en los diferentes estamentos nobiliarios y militares de Portugal y España.

Hoy día este noble linaje sigue extendiéndose por todas partes, dejando su huella como “buenos Tellos”, es decir “Botellos”, por su brillante pasado, su productivo presente y su prometedor futuro.




martes, 13 de octubre de 2015

HUMORISMO INOLVIDABLE EL DIABLO Y EL PACTADOR

El patrimonio oral de mi padre lo considero un elemento valioso del depósito cultural de la generación de su tiempo. Por lo mismo y tanto, estimo necesario perpetuarlo y compartirlo

Por Lebb

Tal como decíamos ayer ––recomenzaba la historia nuestro padre–– un joven alentado y buen mozo, pero lamentablemente sin la alegría de trabajar y ser útil, resolvió una noche fatal invocar al diablo para que lo hiciera fácilmente rico...
Y nos quedábamos como estatuas oyentes, "impávidos", (como él mismo calificaba a los paisanos que ni rajan ni prestan el hacha, o sea los que oyen y no hacen nada): "Aquella noche misteriosa como jamás la hubo ni la habrá, allá en un monte cercano, bajo la frialdad de una luna a medias, un adefesio de hombre huesudo y rojo, se le apareció en medio de una estruendosa llamarada al joven perezoso, ––malo para el estudio, pesado para los deberes––, y le preguntó con voz potente y cavernosa:
"¿Qué quieres hacer con tu vida?"
Y éste respondió que no quería hacer nada, sino pasarla sabroso ––pedía poco–nada más sino volverse rico a las carreras, como  los "narcos", pero sin afanes ni persecuciones...
"Fue entonces –siguió nuestro padre la leyenda– cuando el Diablo le pidió, tras la solemne promesa de la donación de su alma a cambio del favor, que cerrara los ojos y no los abriera hasta cuando él se lo ordenara. De no ser así, quedaría peor que la curiosa mujer de Lot después de darse la vuelta y mirar la destrucción de Sodoma, quedaría frito y, lo peor de todo, sin plata.
Habían transcurrido unos segundos largos, cuando oyó la orden del Patas de abrir los ojos y de observar el paisaje. Para su decepción se halló frente una montaña descomunal hecha de solos carbones diabólicamente negros como jamás él se los había imaginado en ninguna parte de la tierra. Pero se abstuvo de reclamarle o de mostrarle su desilusión, porque bien sabía que estaba tratando con un ser mentiroso por excelencia y engañador de siete suelas. Optó entonces por bajar la vista resignado, hacia los carbones cercanos a sus pies aguardando la explicación del diablo o su siguiente jugada.
Pero el diablo nunca explica nada. Menos en esa ocasión. Simplemente le exigió que se agachara y recogiera todos los carbones que bien quisiera y se los metiera en el bolsillo del pantalón. Con la pereza a cuestas, con el asco que le daba ensuciarse las manos, con la ira que le rasuraba las entrañas y murmurando para sus adentros, recogió poco menos de tres carbones y volviéndose al demonio le dijo con desencanto que definitivamente no había nacido para ser carbonero. Aquél sonrió burlonamente y como saboreando una victoria anticipada, le pidió que nuevamente cerrara los ojos y no los fuera a abrir por ningún motivo antes de que se lo ordenara, a menos que quisiera  convertirse en chicharrón africano.
La moraleja del cuento, cada vez que nuestro padre lo repitiera, la retomaría nuestra madre ––seguidora asidua de todos estos relatos–– para inculcarnos la lección de  sacarle el máximo provecho a las oportunidades vinieran de donde vinieran, porque precisamente la vida nos las sirve en bandeja muchas veces como en promociones irrepetibles, "las pintan calvas", dicen por ahí refiriéndose a las oportunidades.
Y ese fue precisamente el error garrafal del jovencito del cuento: dejar pasar la oportunidad de hacerse millonario a partir de recoger pobres carbones tirados en el piso.
Pero antes de redondear la historia, antes de hacer el comentario final, no faltaba hermano alguno que desviara la atención de nuestro cuentero, haciendo alguna pregunta o referencia a otro relato. En esta ocasión fue uno de nuestros hermanos,  con alma de poeta también, quien le rogó acabar de definir la suerte de aquellos forasteros buscadores del poeta Julio Flórez. Aquellos turistas habían pagado un costoso expreso a Chiquinquirá con el solo propósito de conocerlo personalmente. Sus amigos, muy interesados en que el poeta le diera una excelente impresión a esa especie de delegación internacional, corrieron a buscarlo para ponerlo al tanto de la visita. Desafortunadamente lo hallaron como era su costumbre borracho y tirado en un andén. Sin embargo, ni cortos ni perezosos, lo ayudaron a levantarse con esfuerzo y buenos consejos, para que fuera a ponerse decente. Para contrariedad de todos, el poeta se dejó caer de espaldas contra la pared mientras les farfullaba malhumorado: "¡Díganles a esos extranjeros que aquí en Colombia la poesía se halla tirada por las calles!"
No deseando que esa gente refinada lo viera en esa facha trataron de disuadir a los visitantes de su intento de conocerlo, alegando que el poeta no estaba en buenas condiciones de salud o algo así. Pero aquéllos, sin aceptar negativas de ninguna clase, se atrevieron a ir hasta el sitio donde se había quedado Julio Flórez desplomado contra la pared. Fue entonces, cuando uno de ellos le pidió ––como para ponerlo a prueba (quizá el que menos creía en el talento del  poeta)–– que les compusiera unos versos con las palabras más prosaicas del momento:
"Queremos ––le dijeron–– que nos improvise versos que rimen con las palabras 'estrellas y calabaza'". Cuentan que el poeta se quedó meditabundo unos instantes y luego, con voz buena y sana, recitó magistralmente:

"Caminaba un peregrino
en una noche serena.
Llevaba una calabaza llena
de un exquisito vino.
La sed le salió al camino
y a apagarla se dio traza:
Alzando la calabaza,
al cielo hizo puntería;
y al mismo tiempo veía:
estrellas y calabaza".

Seguramente con esos versos de inicio, Julio Florez les ofreció más fragmentos líricos de su autoría a los asistentes a tan inusual y breve recital. Ellos aplaudieron al excepcional bohemio y luego se volvieron a su tierra como los reyes magos a contar que habían visto y oído poesía colombiana tan buena y abundante que hasta se encontraba tirada por las calles.
"En cuanto al muchacho aquel, que pretendió hacer pacto con el diablo, ––concluía Marbolleán, como firmaba sus escritos nuestro padre–– cuentan que tuvo 'mal fin', por la sola y sencilla razón de que no echó suficientes carbones al bolsillo. Una vez que volvió a la realidad, a su mundo, y metió sus manos al bolsillo para revisar los sucios carbones notó sorprendido y muy rabioso consigo mismo que se habían convertido en oro puro".
Fue entonces cuando pegó el más cruel, dolorido, feroz y grosero grito de remordimiento que ser humano haya proferido alguna vez:

 "¡Malhaya, ––su aullido llegó hasta el cielo––  malhaya, no haber echado más carbones al bolsillo!".

lunes, 12 de octubre de 2015

"¿Mil pesos nada más por un simple soplo?"

Por Lebb

El histórico relojero, con la maña propia de sus largos años de oficio, destapó el reloj, y tras observar con magia sabia las entrañas del mecanismo, tomó aire y sopló sobre los engranajes exactos...

Recuperó entonces su danzante vida la espiral; el áncora, su vaivén; el espíritu del viejo reloj su ritmo de antaño...
revitalizando sus ancestrales rutinas. Mi padre, al contrario de ese mecanismo, se quedó sin cuerda, paralizado, admirado... Por fin pudo, tras segundos largos, quejarse por un cobro algo exagerado para ese tiempo:
"¿Mil pesos nada más por un simple soplo?"
A lo cual, el relojero, con visible desagrado, replicó con la seguridad de un profesional:
"¡No se cobra el simple soplo, (eso lo puede hacer cualquiera); sino el saber soplar donde se tiene que soplar! (Eso lo hacen pocos). Pero para eso hay que tener talento y estudiar."
"Además, -siguió diciendo con aires de predicador- saber soplar es arte divino: Dios sopló en la nariz del hombre y le dio 'aliento de vida' . El Maestro lo hizo sobre sus apóstoles y les trasmitió Espíritu. Y el profeta Ezequiel, en el valle de los huesos secos, rogó a Dios y éstos, tras un ruido, se juntaron formando cuerpos. Pero todavía no andaban como este reloj antes. Fue cuando sopló el espíritu sobre ellos y ellos revivieron. Debería cobrar más por mi 'soplo'".
Entonces mi padre, que era buena "paga", sacó la cartera y le canceló al viejo relojero.
Cuando ya estuvimos solos e íbamos camino a casa se volteó hacia nosotros todavía malhumorado y, apuntándonos con el índice repetidas veces, nos conminó: "!Ustedes también deben estudiar, porque ya se dieron cuenta, lo que hizo y dijo ese tipo. El que sabe se defiende. El que no sabe lo engañan. El que sabe "jode" Y al que no sabe lo "joden" (así lo dijo con esa palabra dura y grosera).
Ya por la noche, llegada la calma de la oscuridad, y con el ánimo en reposo nos aconsejó que no utilizáramos palabras groseras en nuestro hablar, -como él- para referirnos a personas o a las conductas de las mismas, porque eso habla muy mal de nuestra personalidad y, por ende, de nuestras obras.
"Si no lo creen -terminó diciéndonos- escuchen esta anécdota ocurrida en la pequeña iglesia de Puebloviejo, (así se llamaba el pueblo donde estudié la dentistería" (Odontología):
Se arrodilló un feligrés compungido ante el cura a delatar sus pecados. Y en un momento dado, confesó:
"Me acuso, Padre, que digo cada rato la palabra "jediondo" al perro, al gato, a todo el mundo: "jedionda" le digo a mi mujer, jed...
"¡Detente, hijo mío, -le ordenó severamente el confesor, añadiendo de inmediato un piadoso disuasivo de fe:
"¡Hijo mío, cada vez que pronuncias esa horrísona palabra, el Ángel de la Guarda, al instante, se aleja de tu lado siete leguas".
El impresionable penitente abrió desmesuradamente los ojos espantado, sin poder controlar el comentario en voz alta, que sacó de sus meditaciones a los orantes del templo: "¡Ah, Jediondo, de rendirle!"

sábado, 10 de octubre de 2015

La "chinita" que atrapó al "chinito" mejor cotizado

Gracias a una "matica" (que no era tan matica) quien no era princesa logró persuadir al  príncipe bueno (que no era tan bueno), de que ella era la chica ideal para él y, sobre todo, la precisa para el Reino

Se cuenta que muy lejos en el tiempo y en la distancia, allá en la fabulosa China, un príncipe de la región norte del país estaba ya maduro para ser coronado rey; (nada que ver con ese otro "maduro" mal vecino). Pero que precisamente se había dilatado esa ceremonia porque el joven no cumplía con un pequeño detalle legal, a saber: "Debe estar casado". Él era el soltero más codiciado del continente, duro de atrapar, sin novia oficial, solamente contaba con buenas amigas o amigas buenas, pero que de ahí a comprometerse con cualquiera de ellas había una inmensidad.

 Entonces como China lo necesitaba rey y él no quería hacer reina a cualquier hija de vecina, resolvió, en un arranque de sagacidad soberana, convocar un "reality" (No estaban de moda en esa época, pero él como buen chino se lo inventó desde allá). Decidió proponer pues una competencia entre todas las muchachas de la corte, bonitas y feas,  ricas y pobres, tontas y listas, para ver quién sería digna de su propuesta matrimonial:
"Me casaré --anunció--con la pretendiente que sea capaz de resolver un desafío. Y estáis  (No era para nada  español, pero hablaba así con el "vosotros") estáis invitadas a una reunión especial para que conozcáis de qué se trata. No faltéis!"

Una buena mujer, empleada en el palacio hacía muchos años y ágil comunicadora, fue de inmediato a contárselo a su hija, una dulce virgen virtuosa de belleza infartante (recuerden que esto es puro cuento), quien desde hacía mucho rato profesaba un amor ardiente, secreto y soñoliento por el príncipe, tanto que se pasaba todas las noches ardiendo, secreteando y soñando con él. (No sé a qué horas dormía).

Micaela, nombre con el cual distinguimos a nuestra heroína, al oir de la madre la promoción imperial, brincó hasta el techo azuzada por la esperanza de poder al menos contemplar al príncipe en persona. (Es que la esperanza es como un resorte en la vida. Por eso fue que Tristancho, un vecino mío, se murió de desánimo. Lo abandonó la Esperanza. Ese era precisamente el nombre de su amor).

Dicen que la madre, al ver  a su hija tan entusiasmada y con un gran chichón en la cabeza, (es que del brinco se golpeó contra el techo), trató de disuadirla con palabras racionales, pero no insistió mucho. Tal vez porque allá en las entretelas de sus ambiciones vitales, le resultaba grato convertirse también en la suegra del futuro rey.

Llegado pues el día del concurso, nuestra chica Micaela se bañó y se perfumó como nunca. Se puso su vestido solemne y se fue de rapidez para el castillo. Una vez allí detalló,  con cierto aire de envidia y temor, a sus competidoras quienes conforme a sus trajes primorosos y sus físicos glamurosos (todo me sale en oso) estaban muy bien equipadas para quedarse con el chino mejor cotizado del imperio.

Para acortar el cuento voy a suspender los protocolos, los besamanos, los discursos y solamente les voy a repetir las palabras del príncipe, que dieron inicio al desafío nupcial: "Daré a cada una de vosotras una semilla. --les dijo a las aspirantes a casadas-- Aquella que me traiga la flor más bella dentro de tres meses será mi futura reina, la emperatriz de China" Cada una entonces recibió su respectiva semilla y todas de inmediato se fueron corriendo a sus comarcas a sembrarlas y a cuidarlas.

Cumplido el primer mes y, a pesar del amor y el santo esfuerzo de Micaela, pasó lo que no debía pasar. (O ¿sí debía pasar?): No nació ninguna flor. Ni fea ni bonita. Llegó el segundo mes: Tampoco, ni fea ni bonita. Y, al tercer mes, sólo había tierra en la maceta y un desengaño endiablado en el corazón de Micaela. Pero, aun así, la osada chica, sin terror al ridículo, se presentó el día señalado en el palacio con su tiesto de mera tierra mientras que, por el contrario, las otras pretendientes del mejor chino del mundo, habían llegado con flores espectaculares en finas macetas.

Cuando el príncipe se presentó en la sala para evaluar las competencias laborales de las doncellas, se quedó pasmado: nunca había visto tantas bellas flores juntas. (pretendientes y maticas). Sin embargo, emitió su fallo, rápido y seguro, después de revisar uno por uno los respectivos materos de las concursantes: "La ganadora es la dama de la flor invisible", dijo.

Creo que están creyendo que Micaela brincó hasta el cielo. Pero no es cierto. Porque ella se quedó petrificada, inmóvil, sin entender las causas del extraño veredicto. Y así como ella estaba también el público y el resto de doncellas.

Viendo entonces que la audiencia con los ojos y el silencio exigía una explicación, el chino príncipe levantó la voz y les explicó:
"Esta dama honorable fue la única que cultivó con sinceridad y amor la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor no está en la maceta, la flor es la honestidad y está en su corazón. Todas las semillas que entregué eran estériles. De tal manera que quienes trajeron flores están regando fuera del... (bueno, el principe no podía ser tan ordinario. Pero lo que quiso decir es que eran falsas. Y que en el imperio no había sitio para la corrupción, sino para la rectitud y el amor... (¡bonito discurso político!).

Y ahora sí, el final que nos gusta:
Micaela recobró la movilidad, las palpitaciones, todas las emociones y corrió entonces hacia el príncipe que la recibió con sonrisa, con amor instantáneo y los brazos abiertos. Se casaron muy pronto, se hicieron reyes, tuvieron hijos y fueron muy felices.