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lunes, 22 de octubre de 2012

JACK, EL DE LA LINTERNA

Cuentan que una alma en pena  deambula eternamente por toda la tierra, portando una lámpara y buscando desesperada su salvación eterna

 Por Lebb

  Según cuentan, Jack, antes de convertirse en un fantasma andante con farol monstruoso, era un granjero irlandés de cero en conducta: tacaño en extremo, (defecto que no le gustaba para nada a los vecinos), además, borracho, mujeriego y tramposo como jamás había existido antes hombre alguno. Tan pésima era su reputación que incluso en concepto de algunos era capaz de superar la maldad del mismísimo demonio.

  Y este último chisme fue el que precisamente atrajo la atención del Amo de las tinieblas, el cual, disfrazado de granjero se le presentó una noche con intenciones de llevárselo definitivamente para los infiernos. Pero el engañador número uno de la historia no contaba con la astucia de Jack quien lo invitó antes de partir a tomarse en la taberna unos buenos tragos. Dicen que se los tomaron con gusto como viejos amigos y que, al final, el futuro fantasma no tenía con qué pagar, o mejor, no quería pagar. Fue entones, cuando invocando la amistad del Diablo y la promesa de acompañarlo con cuerpo y alma toda la eternidad, le pidió, como ejercicio de sus grandes poderes, que se convirtiera en moneda de oro para poder saldar obviamene la cuenta.

  Informa la prensa de entonces que Lucifer accedió y que en medio de una explosión con mucho humo se transformó en moneda. Pero que tan pronto ocurrió esto, el tal Jack cogió la moneda-diablo  y la guardó en su bolsa donde siempre llevaba como hacen muchos cristianos una cruz de plata.
Por supuesto que el diablo, a punto de sufrir un infarto con la cruz al lado y sin poder recuperar su identidad física, le propuso a Jack unos desesperados diálogos de paz que acabaron con una promesa solemne de aquél: "¡No te llevaré conmigo esta vez––le prometió––, pero sácame de aquí!"
Unos informantes aseguran que la tregua fue por un año. Los más generosos dijeron que el diablo lo iba a dejar cometiendo maldades por diez años más. Lo cierto es que, al cabo del lapso acordado, el demonio volvió ––esta vez más avispado que antes–– a llevarse a su amigo para el lugar que le correspondía.

  Según los informes de la época, cuando ya iban de camino, el astuto Jack fingió que tenía mucha hambre justo al momento de pasar por enfrente de un manzano. Entonces le pidió con palabras muy quejumbrosas que le concediera un último deseo como a cualquier condenado se le concede, que se subiera a lo más alto del palo y le bajara una manzana.
El diablo, como cosa bien rara, tuvo un arranque de bondad y se trepó como un mico al manzano, momento que aprovechó el malandrín de Jack para sembrar cruces alrededor del tronco que le impidieron al rey de los pecados bajarse de allá. Y otra vez hubo negociaciones. Y salió ganando Jack. El diablo le prometió que no se lo llevaría nunca para el Infierno.

  Desafortunadamente, jamás las travesuras son eternas. Y el pobre Jack, como cualquier mortal, se tuvo que morir. En un boletín celestial que data de la fecha, al Cielo no pudo entrar, porque lógicamente allá no se concede la entrada a tipos tan corrompidos como Jack. Dicen que apeló a su viejo amigo Lucifer para que lo dejara vivir en sus dominios. Pero que allí tampoco pudo quedarse, por cuanto el diablo respetó la vieja promesa de no apoderarse de su alma.

  Y es ahí cuando comienza a penar el difunto, es decir, cuando le toca irse por la tierra a deambular desesperado en busca de un sitio donde pasar su eternidad. Y fue tanta la tristeza de Jack y la cara de infinito dolor que le vio Satán que, como gesto increíble, le regaló una brasa del infierno que obviamente no se apaga para que le alumbrara su camino.

  Como todavía le quedaba inteligencia, Jack excavó un nabo, su comida favorita, y puso la brasa adentro, abriendo varios orificios bastos por donde salía la luz. Unos dicen que talló su misma cara o la del diablo y por eso quedó monstruosa.

  De cualquier manera, ahora ––según informes populares–– lo ven pasar errante por las noches, llevando a cuestas una condenación eterna peor que la del infierno, además de una linterna que no se apaga. No se extrañen entonces si se lo encuentran ahora en la noche de Halloween y los invita a un trago.


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