Por Lebb
En aquella época pre-modernista ––como les he venido contando–– durante la cual no nos engolosinaban ni los canales de televisión o los juegos electrónicos y ni siquiera podíamos imaginar las redes sociales, nos gustaba a los hermanos, a nuestro padre y a tal cual hijo de vecino, sentarnos a conversar y a echar cuentos, ya hacia el final de los bellos atardeceres, en torno a una mesa o apostados en un corredor de ladrillo a la luz de una lámpara campesina
Al fondo, tras la baranda de madera que flanqueaba el costado del pasillo hacia el monte, empezaban árboles, campos y montañas a perder sus colores, sus formas y encantos a merced de la avasalladora oscuridad de la noche. Era entonces cuando mi hermana, que apenas comenzaba a hablar pero entendía bastante, cada vez que alguién terminaba de hacer algún apunte jocoso, se ponía de pie, se arreglaba el cabello y comentaba con entusiasmo, en su propia lengua sin "r", diciendo: "Eso sí fue pa' lija!" A cual más trataba de corregirla y al cabo de un buen de tiempo de entrenamiento medio se le escuchaba la "R". Pero a semejanza de los pecadores empedernidos, pasado un rato y después de una tanda de cuentos, volvía a ponerse de pie, sonriente y con esta expresión pascual en los labios: "¡Eso sí fue pa'lija!"
En una de esas ocasiones, precisamente hacia mediados de septiembre, el tema favorito de la charla fue sobre las apariciones y los espantos, sobre ese curioso mundo de los misterios del más allá y también del más acá. Alguien entonces, bien garboso y con voz propia para el suspenso, puesto en pie, comenzó a relatar una especie de experiencia sobrecogedora al respecto; aunque la verdad es que no nos convenció para nada de la existencia de ningún fenómeno paranormal, aunque sí, como decía la abuela, nos hizo mucha gracia.
Nos narró en detalle que una vez en una noche "tenebrosa y fría", como dice la canción, tuvo que, por física dictadura del cuerpo, retirarse de la casa de campo en busca de la complicidad de unos matorrales donde pudiera ejecutar sin vergüenza una necesidad sencilla. Es preciso dejar claro que en esas épocas que yo he dado por llamar pre-modernistas, las familias eran numerosas lo mismo que las "necesidades" de los cuerpos. Las letrinas no daban abasto. Y es que a veces sucede, tal como le pasó a nuestro narrador, que uno siente afanes de sentirse amado por las estrellas y parecerse en algo al Adán del paraíso, el cual seguramente tuvo muchas veces la satisfacción de hacer eso mismo a la intemperie.
Estando entonces en la mitad de esa noble faena, ––volviendo al cuento––, nuestro amigo escuchó aterrado unos ayes escalofriantes a pocos pasos de donde se encontraba. Lógico, los pelos abundantes de su cabeza se le pusieron literalmente de punta. Petrificado el hombre, pero con la adrenalina que lo enciende a uno para no dejarse matar o para salir corriendo valientemente, se atrevió a preguntarle con voz trémula al misterioso sufriente la razón de sus quejumbres, porque bien podía ser un alma en pena solicitando un empujoncito de oraciones o un fantasma errante que estuviera pidiendo pista para descansar de tanto dolor en este mundo. Entonces sacando fibra de donde no tenía y con voz trepidante le preguntó:
"¡Díme, alma, en nombre del Cielo, que necesitas? ¿Qué sufrimientos te aquejan en este Valle de Lágrimas?"
Y del más allá de los matorrales una voz enfurecida, no precisamente de un ánima en pena, sino de un cuerpo en necesidad, le contestó:
"¡Qué alma, ni qué carajo, lo que pasa es que tengo una diarrea endiablada y unos retortijones bárbaros en el estómago! Pero ya que insistes, podrías ayudarme. ¡Pásame papel para lo que sabemos".
Y mientras todos celebrábamos las ocurrencias del narrador, nuestra hermana típica se levantaba, miraba en círculo sonriendo y comentando: "¡Eso sí fue pa' lija!"
Cuando ya las voces se silenciaron un poco, participó entonces otro del grupo, el cual, muy animado, dijo: "¡Yo también tuve una experiencia semejante a la de mi amigo, pero con una sufriente de espíritu, con nadie menos que con la famosa Llorona. Resulta que me hallaba recostado contra la ventana, allá en el pueblo, víctima del insomnio por culpa de los amores de Claudia, cuando de repente, un agudo y prolongado gemido proveniente del exterior, como desde el fondo de la calle, irrumpió en la alcoba. Como reacción inmediata, aparté de un manotazo la cortina para atisbar ansioso la soledad de las sombras. Pero en vano: mis ojos no obtuvieron respuesta. En cambio mis oídos, volvieron a escuchar el lamento prolongado, doloroso, gemibundo. Comprobé desinflado que no provenía de ninguna Llorona, sino de uno de los muchos gatos del vecindario que andaba físicamente pegado de los amores de la gata más bonita de los tejados. ¡Y el pobre sí que gemía largamente por culpa suya lanzando sus maullidos al viento como ánima en pena! Sin embargo, al día siguiente, el compadre de la esquina me comentó que unos borrachitos jóvenes que se habían quedado hasta altas horas de la noche cerca del río sí habían visto a esas mismas horas descender por la calle una mujer alta, vestida de blanco con un enorme velo azotado por el viento, gimiendo largo y preguntando entre lamentos que dónde estaban sus hijos. Los borrachitos creyeron que estaba preguntando por ellos y en un santiamén se les pasó la borrachera".
No tendré que contarles otra vez la intervención de nuestra hermana; porque ya saben que otra vez se levantó risueña, con la candidez propia de un ser exclusivo, a decir: "¡Eso sí fue pa' lija!"
Y una vez más acalladas las sonrisas, aprovechó el momento uno de los menores del grupo para compartir también una experiencia de espantos cuando a él le tocaba subir solo hacia el campo donde trabajaba. Casi siempre se le hacía tarde y las sombras más densas lo sorprendían justamente en el trayecto más boscoso y solitario de la travesía y cuando su aliento empezaba a escasear.
Refería entonces que en esa ocasión el clima le había sumado a la escena el ingrediente del viento y de la llovizna. El avance por lo tanto se le hacía dificil pues la vista apenas lograba admitir sombras confusas de los árboles cuyos ramajes temblorosos convulsionaban en todas las direcciones.
"Para no alargar la historia...
(Bueno, ahora debo cortarla aquí. Nos veremos en la continuación de esta historia.)