Por Lebb
Cuentan que un borracho llegó a su casa en la pura madrugada, haciendo escándalo como es típico en la mayoría de ellos, y empezó a gritar:
“¡Reinita, ábreme la puerta, le traigo flores a la mujer más linda”. Obviamente la sufrida y cándida mujer bajó corriendo, abrió la puerta y le preguntó ansiosa, al supuesto galán:
–¿Dónde están mis flores? –A lo que el borrachito, sin vergüenza y haciéndose el loco, contestó:
–¡A ver, a ver, un momento, y ¿dónde está la mujer más linda?
El chiste no cuenta el resto, pero todo parece indicar que la mujer por lo menos le propinó unos inolvidables escobazos al borracho chistoso de su marido quien, como hacen por ahí muchos fulanos, gastan en trago todo el sueldo, son pasados con cuanta desocupada se les ofrece, descuidan el hogar, no ven por los hijos propios ni por los otros, manejan ebrios y hasta le buscan camorra a los malandrines del barrio.
Pero, las cosas tragicómicas no paran ahí. A muchos el alcohol en exceso les agiliza la lengua, es decir, se vuelven elocuentes. El tímido se torna atrevido y el serio, le da por creerse gracioso. No es raro que se sientan como si hubieran escapado de una prisión y que actúen con libertad exagerada.
A este respecto las lenguas cuentan que una vez dos borrachos iban caminando por el parque, así a bandazos, a tontas y a locas, –como caminan los borrachos– cuando de pronto pasa junto a ellos una señora muy gorda, que llevaba una sombrilla en la mano. Uno de ellos, el más atrevido, le dice al otro:
–¡Mira, ahí va un tanque!
La señora que no gozaba de buen genio lo escuchó y de una le descargó un sombrillazo en la cabeza. Fue entonces cuando el primer borracho agregó:
–¡Y es un peligroso tanque de guerra!
Claro que existen muchas personas capaces de tenerles paciencia a los borrachitos aparentemente inofensivos, como aquella otra señora que se paseaba con su hermosa hija a quien un borracho fresco y “verde”, al pasar por su lado, dijo en tono de enamorado:
–¡Adiós bizcocho!
La señora entonces halagada, creyéndose blanco del piropo se devuelve y le pide repetición:
–¿Qué dijo?
A lo cual el borracho le contesta, señalando a la bella chica de 18:
–Dije bizcocho, doña, bizcocho, no dije pan integral. El pan integral me enferma.
Pero ahí sí se le saltó el mal humor a la dama, la cual le reclamó, en voz alta:
–¿Me está tratando de fea? ¿No se ha mirado al espejo? ¡Usted es un borracho!
Y el borracho con la sonrisa tonta que los caracteriza, le comentó en la cara:
–¡Sí, es cierto, pero a mí se me pasa mañana! A usted, ¡Nunca se le pasará lo fea!
Esa es otra nota de desprestigio para los borrachines. No respetan a nadie. No respetan reglas. Ni un semáforo en rojo. Como ese homicida en potencia que una vez fue detenido por un policía de tránsito por ir en contravía y terminar estrellándose contra un poste:
-¿No vio acaso la flecha? –lo recriminó entonces el agente, preparando el talonario de comparendos.
–¡No, mi general, –respondió el borracho– tampoco vi al indio que la disparó.
Pero ya para terminar y hablando en serio. Desafortunadamente, los alcohólicos empedernidos han sido protagonistas de cantidad de tragedias que la Prensa incansablemente registra todos los días.
Para nadie es un secreto que Colombia es un país muy afectado por el alcoholismo, donde fácilmente vamos a encontrar en las vías de las ciudades y en las carreteras conductores ebrios, destructores y homicidas en potencia y en acción de inocentes peatones y de sobrios conductores.
Los juzgados se congestionan con ese tipo procesos contra personas responsables de graves destrozos en propiedad ajena y muerte irreparable de valiosas vidas humanas.
También hay gente en la cárcel que recuerda sus tragedias cuando ebrios discutieron por bobadas hasta la muerte. Y, lógicamente hay muchas lápidas en los cementerios porque unos borrachos celosos atacaron a sus mujeres, a sus hijos, a sus amigos. O se suicidaron porque en medio de su embriaguez no hallaron caminos de solución a sus problemas, ni otro chance sentimental a sus vidas de despecho. O simplemente murieron víctimas de los efectos del licor sobre el organismo, por daños en el hígado, en el páncreas, por problemas digestivos, por cánceres o problemas cardiovasculares, entre otros.
Pero no necesariamente los borrachitos escriben biografías plagadas de chistes simples, o historias de grandes crímenes. Muchos de ellos son personas que se consumen en el anonimato, que van quemando torpemente millones de neuronas día tras día, a manos del licor, en rituales permanentes de charlas estériles y de vidas improductivas que no benefician a nadie. Se podría decir que son como desertores simplones de la historia.
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