Translator

miércoles, 11 de octubre de 2017

"¡A LOS EFÍMEROS NO NOS VAN A OLVIDAR!"

 Por Lebb

Según la leyenda, hay ninfas especiales que sólo disponen de 24 horas para ser felices; sin embargo, una vez su Rey, al alba de tan maravilloso día, se levantó de mal humor, con cara de funeral; fue entonces.. 

 Cuando en una asamblea les comunicó a la reina y a los súbditos su profunda preocupación:

"Nos quedan contadas horas de vida: -les dijo con los sentimientos propios de un condenado a pena capital- Si bien es cierto que pronto dejaremos el charco para volar frenéticos en busca de pasión y sexo sin más afanes terrenales, al final, caeremos nuevamente al agua y moriremos para siempre... Y encima nunca nadie se acordará de nosotros"

Los efímeros escucharon atentos y con respeto las palabras trascendentales del Rey,  pero sin dejar de presaborear intensamente el placer del día que los aguardaba.

Tan alarmante era la facha del afligido en medio del tenso auditorio que hasta un chinche genial que pasaba por ahí de vago por la superficie del agua se le quedó intrigado mirándolo como un samaritano, porque sabía de sobra que ese primer día de primavera así fuera el último de los efímeros, era para ellos el más productivo, el que más agradecía el mundo. Día no apto ni siquiera para comer, ni para estudiar, menos para las palabras ni para contar leyendas como ésta; día sólo apto para la feliz pasión, para el multiforme sexo veloz con una y con otra, sin pausas ni resuellos.

  El chinche también sabía que por tradición milenaria, nadie, menos un rey, se había enfrascado en cuestiones filosóficas sobre el sentido y la brevedad de la vida, sino que más bien, como en la carrera de los cien metros, apenas medio llegaba el fulgor de la aurora, todos los efímeros y efímeras, feos o bonitos, gordos o flacos, abandonaban en estampida el abismo de las aguas del pequeño lago donde cual ninfas fantasmas habían estado esperando esa especie de resurrección a su vida sensacional, así tuviera la duración relámpago de un día.

Pero en esta ocasión para asombro de muchos hubo una especie de aguafiestas en la persona precisamente del Rey, a quien las generaciones venideras, no obstante, le tributarían honores, frente a una escultura suya, por cuanto gracias a sus afanes mentales, el universo se acordaría perpetuamente de todos los efímeros y de sus amores.

Pero fue también por los buenos oficios del chinche, el cual, tocado por el drama de sus prójimos, se prometió cabalmente: "¡Iré ahora mismo a ver al Duende sabio del bosque, a compartirle la inquietud de los efímeros". Y diciendo y haciendo -como deben encararse las amenazas de este mundo-- fue en busca de ese personaje, el cual, ajustándose con estilo las gafas, lo miró, lo saludó y le preguntó el motivo de su visita. El chinche, tras ese breve protocolo de saludo, pasó a describirle minuciosamente la situación de sus amigos los efímeros. Al final, el Genio, sin alargar la charla, meditó un poco y propuso una solución: "¡Construyamos entonces algo en su nombre, en memoria suya: un monumento, una creación, algo que para quienes queden en el mundo después de ellos, al pasar por delante suyo, les incite los recuerdos, les evoque su pasado fugaz pero feliz; y que incluso los haga rezar por ellos, por su eternidad!"

"¿Rezar por ellos? -inquirió extrañado el chinche- ¿O a causa de ellos?
"La vida es muy bella -prosiguió el Duende- y hay que ensalzarla con incienso eterno porque se lo merece, así se trate de la vida modesta de una efímera".

Seguidamente ordenó a quienes estaban a su alrededor que esculcaran todos los rincones del bosque con el fin de obtener cosas bonitas, curiosas, llamativas y que las juntaran en un paraje especial al lado del estanque sobre el cual justamente iban a gozar los efímeros la última maratón de amor reproductivo.
Y así lo hicieron en efecto: Reunieron en el lugar escogido detalles como una campanilla azul, una plumilla señorial, pomposos guijarros que fingían ser diamantes, esmeraldas, zafiros y rubíes; añadieron en cantidad piezas raras de belleza que jamás contemplaron los humanos, provenientes del fondo de las aguas o de los inéditos tesoros del bosque.

Cuando llegaron los últimos materiales de construcción ya el Duende, el chinche, toda su familia, los vecinos, habían avanzado magistralmente en la operación pro eternidad de los efímeros, de tal forma que muy pronto, aun antes de que las ninfas abandonaran las aguas para irse a emparejar con sus múltiples amantes, ya estaba terminada. Y de inmediato el ingeniero en jefe urgió a su buen amigo el chinche para que fuera a traer al Rey y a los efímeros con el propósito de  inaugurar con ellos la o
bra monumental.

Coincidió el momento del lanzamiento con el despegue de los efímeros del agua, los cuales fueron primero al lugar indicado, donde hallaron, para su satisfacción y placer, una mezcla entre jardín primitivo y un paraíso original, presidida por una efigie fulgurante del rey.

"Este memorial -les explicó a continuación el chinche- establecido en honor vuestro, os garantizará la eternidad en la mente del mundo.  Aquí, por parte de los constantes visitantes, habrá palabras para bendecir por siempre vuestro paso por el agua y por los aires. Y en sus mentes largos recuerdos continuos que refutarán la fugacidad de la vida".

 "Al Rey, de inmediato, se le desvaneció cualquier complejo sobre el doloroso pasar de este mundo al más allá. "¡Ahora podremos irnos en paz -declaró oficialmente- Nos recordaréis para siempre".
Finalmente el Duende y sus amigos les prometieron a estos fugaces mortales que de generación en generación ellos cuidarían el jardín. El monarca se regocijó una vez más con la escena y luego se remontó a las alturas con el resto de los efímeros impetuosos y ardientes a completar la grata vocación pasajera de crecer y multiplicarse por la faz de la tierra.

El cielo de ese día estuvo entonces nublado de pasión y de vida que propugnaba por eternizarse.
Pero también estuvo impregnado de muerte: Se desplomaban por ráfagas los efímeros en el sepulcro de las aguas, no sin antes pronunciar estas palabras de fe y  esperanza en su paraíso, una declaración de amor que escuchaban y ovacionaban el Duende y sus amigos:


"¡A los efímeros no nos van a olvidar!"

No hay comentarios:

Publicar un comentario