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lunes, 13 de junio de 2016

"EL QUE NO SABE DE AREPA TODO LO QUE COME ES BOLLO"

El hambriento viajero, delante de las ventas populares de comida, sacó la propia merienda de su bolsa. Y así, arepa en mano, se quedó mirando comer, a través de sus aumentos, a los típicos aldeanos que devoraban maquinalmente felices sus bollos prehistóricos... 


Fue ahí cuando expresó la consagrada frase: "El que no sabe de arepa, todo lo que come es bollo."

Se despojaba entonces mi padre de sus gruesas gafas para someterlas a la limpieza de rigor: vaho abundante y pañuelo persistente. Mientras tanto nosotros buscábamos a derecha e izquierda el mejor acomodo para nuestras inquietas nalgas.

 Una vez terminado su ritual de abrillantar los espesos vidrios de las gafas se las puso y nos detalló brevemente con la mirada, luego continuó:

"Resulta entonces que el turista criollo de nuestro cuento, movido por sus instintos religiosos, tuvo la idea de compartir la comida, tal como se lo había inculcado la mamá y lo había visto en la vida práctica del papá. Se acercó más a los lugareños extendiendo la mano con varias arepas en una hoja de plátano, a modo de bandeja original, invitándolos a comer también arepas con él.

  Se iban asustando los sorprendidos convidados con la tan inusitada generosidad del extraño. Y se iban también estresando sus estómagos con la presencia sospechosa de esas formas blancas, aplanadas y circulares que por primera vez se les acercaban a los ojos. Correspondieron de prisa con un gesto de agradecimiento al viajero dadivoso y rehusaron respetuosamente la oferta mientras de nuevo mordisqueaban, gustosos y enamorados, los bollos de toda su vida. Nuestro amigo guardó enseguida las arepas en su bolso con un gesto de resignación por no haber sido capaz de hacer amigos con sus arepas. Resolvió proseguir la marcha, no sin antes murmurar,  amargadito, para sus adentros: "Definitivamente el que no sabe de arepas, todo lo que come es bollo".

Más adelante encontraría, como ahora, unos lugareños con pica  y pala dedicados a resanar burdamente con piedras y tierra los huecos que se hacen en carreteras y caminos y que la Administración municipal no los manda a tapar.  Fue entonces cuando les brindó unos centavos por su labor informal y, detallando un pequeño cráter, les recomendó en broma: "¡Échenle tierrita, échenle tierrita!" Ellos le correspondieron sonriendo felices por ver pasar  gente buena y agradecida y de buenas pulgas.

Pero más adelante salió a su paso un viejo deudor que de una gritando le pasó factura: Nuestro viajero, ni corto ni perezoso, se le ocurrió repetir la broma anterior: "¡Échele tierrita, échele tierrita!". 

Por suerte para él logró ponerse a salvo después de una carrera bestial, de lo contrario, ese energúmeno acreedor, lo habría linchado. Una vez recuperado el aliento, se dijo para sus adentros, muy arrepentido: "El que no sabe pagar cuentas, todo lo que sabe hacer es huir y esconderse".

1 comentario:

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