para aplicar en su vida la lección
extrema del lobo generoso
Versión Lebb
Un maestro constantemente le proponía a su discípulo nuevas
experiencias para que avanzara en su perfeccionamiento personal. Por eso un día
lo llamó para que se fuera de turismo espiritual por los pueblos cercanos a
presenciar casos reales de comportamiento tanto humano como animal y sacara
conclusiones importantes para su vida.
Pero eso fue poco comparado con lo que más adelante
descubrió: y fue el caso de un lobo
temido en la región, el cual, al atardecer, le llevaba nada más ni nada menos
que comida fresca a un enorme tigre malherido, abandonado a su suerte, que bien
podría ser su gran enemigo, de no ser por esas circunstancias adversas.
Este caso fabuloso le revolcó tanto el cerebro que sintió
ganas de regresar la tarde siguiente para ver si el comportamiento del lobo
respondía a la casualidad o a la mera coincidencia. Con enorme sorpresa pudo
comprobar que la escena se repetía: el lobo, malvado para muchos pero una
bendición para el tigre, le traía parte de la cacería tenaz de la jornada y se
la depositaba cerca donde el felino desvalido podía devorarla.
Pasaron los días y el acto de caridad animal se repitió de
un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida
por su propia cuenta. Admirado por la solidaridad y cooperación entre los
animales, exclamó entusiasmado:
- "¡La salvación del mundo es un hecho! Si los
animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo,
mucho más lo podemos hacer las personas".
Y decidió entonces hacer un experimento. Se sentó bajo un
arbolito, junto a un camino muy transitado, no sin antes ponerse unas ropas
sucias, embarrarse el cuerpo y poner cara de enfermo estúpido. Y se quedó así
"sufriendo" entre gemidos y ayes, simulando los mayores dolores del
mundo, acechando que la caridad humana se manifestara explosivamente.
Sin embargo, pasaron largas horas de soledad y aburrimiento
hasta que llegó la noche y ni siquiera un curioso se acercó a observarlo.
A medianoche sus asentaderas estaban muertas de sueño y su
estómago vacío andaba de protesta agresiva peor que la de los universitarios.
Tuvo naturalmente que abandonar el experimento e irse a buscar mangos o lo que
fuera en un cercado y un sitio donde pasar el resto de noche.
Se levantó dolorido la mañana siguiente y hasta con marcas
de mordedura en las dos nalgas porque el dueño de la finca donde se metió a
comerse las frutas le soltó un par de perros asesinos.
Y así regresó a la casa del maestro, desconfigurado de alma
y de cuerpo, convencido de que la humanidad malvada era peor que las bestias y
que no tenía cura ni perdón de Dios.
Una vez en presencia del maestro, y tan pronto acabó el
relato de su agridulce experiencia, el sabio Maestro se rió a sus anchas, al
tiempo que ordenaba las mayores atenciones para su discípulo. Le hizo preparar
un buen baño, una suculenta cena y una buen lecho donde descansar del viaje. A
la mañana siguiente, mientras desayunaban, le comentó:
––¡Ya sabes la
metodología para la salvación del mundo! Los heridos, los necesitados, los
desgraciados, los pecadores, sobran y sobran. Pero, los samaritanos, quienes
están llamados a atenderlos y orientarlos son pocos, son excepcionales, son
providenciales: ¡Tú estás llamado a ser uno de ellos!
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