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lunes, 21 de noviembre de 2011

EL LOBO SAMARITANO


Al final, el alumno estaría listo 
para aplicar en su vida la lección 
extrema del lobo generoso
Versión Lebb

Un maestro constantemente le proponía a su discípulo nuevas experiencias para que avanzara en su perfeccionamiento personal. Por eso un día lo llamó para que se fuera de turismo espiritual por los pueblos cercanos a presenciar casos reales de comportamiento tanto humano como animal y sacara conclusiones importantes para su vida.
El alumno entonces, feliz por no tener que entrar al salón de clase, dejó la escuela y se fue a viajar de pueblo en pueblo. Y lo que primero encontró y le causó honda sensación en una de aquellas comarcas fue el caso excepcional de una perrita que recién había tenido cachorros propios pero que también acogía en su regazo y amamantaba igualmente a un gatico enclenque y abandonado  que por desgracia había perdido en un accidente a su natural progenitora. La madre adoptiva atendía al pequeño de la misma forma como si fuera hijo suyo y hasta le pasaba dulcemente la lengua por su cuerpecito sin importarle que se le quedaran pegados los pelos. Indudablemente la escena –muy tierna, por cierto–– constituía un admirable ejemplo de solidaridad animal impresionante.
Pero eso fue poco comparado con lo que más adelante descubrió: y fue el  caso de un lobo temido en la región, el cual, al atardecer, le llevaba nada más ni nada menos que comida fresca a un enorme tigre malherido, abandonado a su suerte, que bien podría ser su gran enemigo, de no ser por esas circunstancias adversas.
Este caso fabuloso le revolcó tanto el cerebro que sintió ganas de regresar la tarde siguiente para ver si el comportamiento del lobo respondía a la casualidad o a la mera coincidencia. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: el lobo, malvado para muchos pero una bendición para el tigre, le traía parte de la cacería tenaz de la jornada y se la depositaba cerca donde el felino desvalido podía devorarla.
Pasaron los días y el acto de caridad animal se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta. Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, exclamó entusiasmado:
- "¡La salvación del mundo es un hecho! Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo podemos hacer las personas".
Y decidió entonces hacer un experimento. Se sentó bajo un arbolito, junto a un camino muy transitado, no sin antes ponerse unas ropas sucias, embarrarse el cuerpo y poner cara de enfermo estúpido. Y se quedó así "sufriendo" entre gemidos y ayes, simulando los mayores dolores del mundo, acechando que la caridad humana se manifestara explosivamente.
Sin embargo, pasaron largas horas de soledad y aburrimiento hasta que llegó la noche y ni siquiera un curioso se acercó a observarlo.
A medianoche sus asentaderas estaban muertas de sueño y su estómago vacío andaba de protesta agresiva peor que la de los universitarios. Tuvo naturalmente que abandonar el experimento e irse a buscar mangos o lo que fuera en un cercado y un sitio donde pasar el resto de noche.
Se levantó dolorido la mañana siguiente y hasta con marcas de mordedura en las dos nalgas porque el dueño de la finca donde se metió a comerse las frutas le soltó un par de perros asesinos.
Y así regresó a la casa del maestro, desconfigurado de alma y de cuerpo, convencido de que la humanidad malvada era peor que las bestias y que no tenía  cura ni perdón de Dios.
Una vez en presencia del maestro, y tan pronto acabó el relato de su agridulce experiencia, el sabio Maestro se rió a sus anchas, al tiempo que ordenaba las mayores atenciones para su discípulo. Le hizo preparar un buen baño, una suculenta cena y una buen lecho donde descansar del viaje. A la mañana siguiente, mientras desayunaban, le comentó:
––¡Ya sabes la metodología para la salvación del mundo! Los heridos, los necesitados, los desgraciados, los pecadores, sobran y sobran. Pero, los samaritanos, quienes están llamados a atenderlos y orientarlos son pocos, son excepcionales, son providenciales: ¡Tú estás llamado a ser uno de ellos!  

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