El amor: capital que "compra" todo
Solamente el corazón precioso de una niña tuvo con qué pagar la prenda más valiosa del mercado
Versión Lebb
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El joyero, un hombre rico y bonachón, se hallaba
recostado sobre el mostrador un día antes de la Navidad, cavilando sobre los
preparativos de la Nochebuena e imaginando los regalos al pie del árbol
iluminado de estrellas multicolores. De pronto, una pequeña rubia no mayor de
ocho años, de ojos celestiales, se acercó a la vitrina de seguridad a detallar
las relucientes y costosas joyas que allí se exhibían. Posó luego las palmas de
sus manos en los cristales al mismo tiempo que las narices y los labios
desfigurando curiosamente su rostro como una atractiva fantasma.
De pronto, sus vivaces ojos de color infinito lanzaron
un fulgor de victoria cuando en medio de aquel tesoro de alhajas descubrió lo
que estaba buscando. Entonces, se separó
del vidrio y miró momentáneamente al vendedor que la estaba observando con
absoluta atención.
––¡Por favor, ––le pidió, conquistándolo con su
sonrisa–– voy a comprar ese lindo collar de turquesas. Es para mi hermana.
¿Podría envolverlo bien bonito en papel regalo?
El dueño del negocio sonrió compasivo celebrando en su
interior la inocencia de la jovencita, sin siquiera tomarse la molestia de
abrir la vitrina. Detalló las pupilas de la chica y como si quisiera llegar a
su corazón le explicó amablemente que ella no estaba en condiciones de
comprarse una prenda tan costosa:
––Creo que es la joya más valiosa del mercado.
––Agregó–– ¿Cómo crees tú que vas a pagarla?
Sin sentirse insolvente y sin demorarse nada introdujo
sus manitas en los bolsillos de su ropa de donde extrajo un pequeño envoltorio
de pañuelo cuidadosamente asegurado, el cual fue desenvolviendo con la gracia
de un artista. Una vez terminada la operación colocó el contenido sobre el
mostrador y se dirigió feliz al joyero que no daba crédito a la jocosa confianza
financiera de la chica:
––Estos son absolutamente todos mis ahorros. ––Le dijo
con aires de orgullo y seguridad de princesa, señalando el pequeño rimero de
monedas sobre la vitrina. –– ¿Cómo le parecen? ¿Cierto que son suficientes?
Ante esto, el corazón del vendedor como púgil en el
cuadrilátero recibió un primer golpe de amor, y en lugar de burlarse de ella o
de despacharla de una le pareció bien tomarla en serio.
––Sabe, ––continuó la chica con creciente firmeza y
entusiasmo– quiero darle este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió
nuestra madre, ella ha tomado las riendas de la casa: cuida de nosotros,
trabaja sin descanso desde el amanecer hasta la noche. Va y viene en busca de
dinero para mantenernos y no se da ni siquiera un minuto para ella. Hoy es su
cumpleaños y estoy convencida de que se pondrá feliz con este collar que tiene
justamente el color precioso de sus ojos.
El hombre se quedó en silencio. Había recibido un
segundo golpe en el corazón... y se fue a la lona. Figuradamente, claro está, porque
realmente se fue a la trastienda a poner el collar en un estuche de regalo. Al
regresar, lo envolvió en un vistoso papel navideño con campanas y esas cosas
creando una obra de arte con una cinta roja.
––Aquí tiene, señorita. ––le dijo a la niña, con el
ceremonial comercial propio de vendedor a cliente–– Lléveselo, por favor, con
mucho cuidado. Es la gema de color celeste más cotizada del mercado.
Salió entonces la niña de allí, contenta, volando calle
abajo. Sin embargo, cuando ya el cielo bosquejaba los primeros trazos grises
del anocher, una estupenda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules
entró al negocio como en plan de reclamo.
Dejando al descubierto sobre el mostrador un collar de
turquesas, al lado de un estuche, encima del papel regalo, se volvió al joyero
y le preguntó con desenfado:
––¡Disculpe! Señor, ¿Usted vendió hoy este collar a una
jovencita?
–Sí señorita, respondió el dueño
–Y ¿cuánto costó?
––Lamento no poder darle esa información. El precio de
cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el
vendedor y el cliente.
––Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas.
––continuó la joven pidiendo explicaciones–– No contaba lógicamente con dinero
para pagarlo. Esto más bien parece una estafa para su empresa, una pérdida,
hasta una quiebra para su negocio.
El hombre no encontró respuesta. Más bien se quedó
observando el rostro de la joven y no pudo menos que admirar su belleza
extraordinaria, su personalidad increíble, su porte de heroína.
––Déjeme decirle algo ––le replicó por fin el joyero,
mirándola fijamente–– hay tesoros mayores que éste que solamente los compra el
"capital" del amor.
Luego tomó el collar de perlas y lo introdujo
cuidadosamente en el estuche, rehizo el regalo alisando el papel navideño que
había sufrido algunas arrugas, lo rodeó con la cinta roja y con extrema
cortesía se lo devolvió a la joven, como si ella fuera una reina, diciéndole:
––Ella pagó el precio más alto que cualquier persona
puede pagar. Pagó, podríamos decirlo, con el corazón y dando todo cuanto tenía.
Además usted también se lo merece: ¡El collar es suyo!
El ambiente quedó sumido en un silencio grave y
conventual. Luego, la joven muy emocionada tomó el obsequio, hizo un breve
gesto de despedida y agradecimiento al caballero y se retiró no sin antes
enjugarse unas bellísimas lágrimas azules ya listas a rodar por sus mejillas.
Al dueño de las
joyas también se le aguaron los ojos y pensó que realmente la pequeña había
tenido razón: el collar de turquesas en el cuello de su hermana iba a hacer excelente juego con sus ojos.
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