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martes, 26 de enero de 2016

Todos somos “ricos”

Producir y dar, claves del éxito en la vida

La verdad es que todos somos RICOS en muchos campos y estamos llamados a distribuir a los demás nuestras riquezas, quienes a su vez deben hacer otro tanto con la riqueza individual que les ha correspondido

Muchas cosas buenas observó la boba en el bobo en aquel cuento y en aquel pueblo, según me contaban las reporteras informales, porque durante el noviazgo lo quiso cristianamente y lo cultivó con paciencia y bondad, hasta ser capaz de ponerle el lazo religioso frente al altar mayor de la Iglesia.
(Según los informes de la prensa no escrita el hombre estaba tan distraído
justamente en el instante trascendental del “Acepta a fulanita por esposa”, que la novia, algo alarmada, tuvo que darle un severo codazo para hacerlo volver a la realidad. El Padre muy comprensivo con el novio repitió entonces la consabida pregunta y fue cuando él dio una respuesta que se hizo famosa en toda la comarca y trascendió los tiempos: “¡Sí, Padre –dijo– siga diciendo que a mí me gustan todas esas ‘vainas’!” )

Pero ya fuera de chiste y hablando en serio, está comprobado que todos somos valiosos en muchos aspectos y que el progreso de una sociedad o de una empresa se basa en reconocer y dejar actuar las competencias del otro, sin envidias o recelos, primando el bien común y el desarrollo colectivo. Cuando alguien niega su aporte personal o entierra su riqueza interior o impide que los demás lo hagan, está contribuyendo culpablemente no sólo a su fracaso existencial, sino también está impulsando el empobrecimiento social al generar mezquindades y egoísmos morbosos.

A este respecto, hace poco los lecheros hicieron algo verdaderamente escandaloso. Por exceso de producción no pudieron vender toda la leche. Tampoco pudieron guardarla, no estimaron rentable para la industria regalarla siquiera, optaron más bien por botarla en las alcantarillas. (Los chicos acuñaron hace rato un término para este clase de tipos, los llaman precisamente “malas leches”.) Pero es algo parecido a lo que hacen algunas personas ricas no sólo con los bienes materiales, sino también con los bienes morales, intelectuales y virtuales. Se lo guardan todo, se engordan sólo ellos, como el rico Epulón, no comparten, dejan que se desperdicien sin beneficiar a nadie.

Volviendo al cuento de arriba, el supuesto bobo no era un rico heredero ni manejaba una hacienda ni siquiera un carro pirata. No ostentaba lógicamente un alto cociente intelectual, ni había sacado puntajes llamativos en la prueba Saber 11. Pero yo creo que era –para empezar– millonario en glóbulos rojos. O, como dice la canción, era rico en sentimientos y en cumplimiento. Le resultó trabajador a esa mujer afortunada, además de considerado, casero y –cosa de admirar– fiel. (Esas “vainas” sí no le gustaban) Tampoco era amigo de farras y de vicios. Tampoco le gustaban esas “vainas”. Y eso era lo importante para la recién casada: que él la amara, la respetara y estuviera dispuesto a vivir para ella, para el hogar, para los hijos. Tarea enorme para el hombre, por supuesto, porque ella era enorme, de esas mujeres como la suegra de Condorito que uno exclama, al verla: “mejor la visto pero no la mantengo, mejor la salto en vez de darle la vuelta”.


Cuando no se es bobo ni pobre en ese sentido de los amores se ostenta poder para darle sentido a la vida, se tiene valor para afrontar los desafíos y gracia para enriquecer el entorno.

Cuando yo pienso en los estudiantes se me rebota la sana envidia por cuanto ellos, aparte de tener una inmensa capacidad amatoria, son hábiles en muchos campos: Son creativos, emprendedores, no son bobos para nada. Y así sean algunos un poco locos en disciplina y en aplicación para los estudios, cuentan con el perfil perfecto para ser triunfadores.

Pero no basta tanta belleza, es preciso que asuman la conciencia de esa dignidad y obren en consecuencia. Que demuestren que tienen calidad humana, y que no es necesario sacudirlos y estrujarlos para que le administren al mundo las rentas de tantos bienes recibidos.

Mi madre –ya para terminar por hoy– allá en su finca mantenía un gallinero muy productivo. Las gallinas saraviadas eran, como dicen por ahí, las más “picadas” por su habilidad de poner huevos diariamente. No había necesidad de llorarles  para que cumplieran sus deberes naturales. Sin embargo, había otras gallinas un poco más lentas y rogadas a las cuales ella las suspendía de las patas palpándolas por allá, como una experta, para concluir : "Esta tiene huevo para mañana!” O en el peor de los casos, dictaminaba: “En cambio ésta NO tiene huevo!” Y lo trágico era que si la plumífera  persistía en no dar frutos, en no mostrar su producción interna, acababa en la olla, bailando fúnebre en el sancocho.

Una lección un poco dura para quienes todavía no somos conscientes de cuán valiosos y aportantes debemos ser para “la humanidad agobiada y doliente”. Ahí es, pues, donde se encuentra la clave de la activación de la vida: En producir y en dar.

Esas cosas y otras nos decía el profesor de religión y de Ética allá en mi Escuela primaria, varios siglos atrás. Me inspiraban personalmente tanto tales discursos que me transportaban en las alas de la distracción hasta el infinito (Y más allá). Por suerte, el compañero de al lado, cuando veía que el docente se acercaba, me codeaba fuerte despertándome. Descendía entonces del infinito para exclamar delante de mi inolvidable preceptor: "¡Profesor, Sí, sí, siga diciendo que a mi me gustan todas esas 'vainas'"

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