El éxito está en ser fiel a la identidad
Por Lebb
Es cuestión también de identidad, como lo afirmaría el
registrador del estado civil. Sin identidad no puedes presentarte ni a reclamar
un cheque. Serías anónimo, un desconocido, o como lo dice el lema de un
programa: “No existes”. La identidad genera un íntimo convencimiento de que
puedes ser protagonista de los hechos, de que puedes figurar, producir e
intervenir significativamente en los asuntos de tu entorno social.
Sentirse identificado con una vocación tan interesante como
la de manejar información y conocimiento, la de cultivar y desarrollar talentos
a fin de ser artífices de la construcción de una sociedad mejor, es fundamental
para alcanzar, no sólo el sentido de pertenencia al establecimiento que bien te
acoge, sino que también es el punto de partida para comenzar a construir y a
gestionar tu fundamental proyecto de vida.
El estudiante necesita interiorizar, como dirían los
motivadores hoy día, interiorizar su identidad como tal. No es suficiente
firmar en el libro de matrículas, no basta el presentar un carné estudiantil,
no lo acredita el solo hecho de sentarse en una silla dentro de un salón de
clase. Para que realmente se denomine “estudiante” y para que auténticamente lo
sea, necesita hacer un profundo y sagrado acto de consagración de todo el ser
al estudio.
Viéndolo de esta forma, la matrícula no podría seguir siendo
un simple registro, sino una verdadera acta de bautismo escolar que te
compromete a vivir con dignidad y eficiencia no solamente dentro de los muros
institucionales, sino también donde quiera que vayas.
Esa dignidad estudiantil te impulsará a estudiar por
convicción, no por obligación; a cumplir los trabajos académicos, no de
cualquier forma ni remedando los ajenos. Esa dignidad no conoce la evasión ni los pretextos para irse
al supuesto baño en lugar de presentarse al aula puntualmente, a participar en
la construcción del conocimiento, a ser disciplinado, a obrar con orden y a
convivir, entre otras virtudes, pacífica y felizmente con sus compañeros y
profesores.
Sin embargo, establecer identidad y generar dignidad
académica hoy día en los estudiantes, es una tarea que bien podría descorazonar
a los más corajudos. Tal producto parece estar al final de un proceso formativo
que hunde raíces en el seno de los respectivos hogares. De allí brota la
semilla del encanto e inclinación de los chicos por el estudio, por la cultura
y la búsqueda del bien obrar y del buen vivir. Los observadores agudos cada vez
que se inicia el año escolar casi automáticamente reconocen a los jóvenes con
predisposición a la verdadera identidad estudiantil y se reconfortan; pero, a
la vez, también detectan candidatos difíciles propensos por naturaleza a
convertirse en falsos estudiantes.
De
todas maneras, la escuela está ahí para ofrecer las oportunidades de estudio y
formación a todos. Con unos tendrán más trabajo los docentes, puesto que
deberán comenzar por intentar sembrar en ellos la conciencia de la verdadera
identidad estudiantil. Gastarán sin duda las mejores energías en una brega
incansable por despertar o crear en ellos el
estilo propio de quienes legítimamente están respondiendo a la dignidad
no sólo de llamarse simplemente estudiantes, por el hecho de sentar una matrícula,
sino de serlo realmente por convicción, por hechos, por resultados.
Los esfuerzos que se emprendan en este sentido, los
capitales que se inviertan para producir tal efecto, serán siempre
determinantes; pues mientras no se resuelva a satisfacción el problema de
identidad estudiantil y de dignidad académica al interior de las instituciones,
aun los mejores métodos de estudio o la aplicación de las mayores ayudas
tecnológicas, servirán bien poco. Es el típico caso viejo de la semilla que cae en terreno no bien dispuesto. Pero tal
parece que esa antiquísima mentalidad de algunos según la cual las cargas se
arreglan por el camino, de que nos casemos sin amor pero con pasión, y que más
adelante el amor brotará mágicamente, seguirá predominando. Muchos conservan la
ilusa creencia de que la simiente del estudio, abonada por inoperantes paños de
mejoramiento académico, podrá seguir cayendo en mentes infértiles y que de
todas maneras fructificarán por generación espontánea.
Así es como se alarga la lista de aquella raza de
estudiantes sin identidad, sin dignidad académica, a la cual perteneció un tal
Lucio Freskales. (Identidad verdadera, del nombre falso no me acuerdo). Fue
llevado una vez al consultorio del doctor Eric, quien inició el tratamiento
psicoterapéutico con la pregunta sobre qué estaba haciendo después de haber
sido proclamado bachiller con toga y birrete el año anterior. Se quedó el
psicólogo medio traumatizado apenas recibió la respuesta de Lucio, una
respuesta rápida, fresca, cínica, demoledora:
--“¡Lo de siempre: 'mamando gallo'!”.
Lucio definitivamente había hecho perder el tiempo a muchos malgastando más de seis años de su vida, dando guerra tonta,
sin identidad estudiantil, con déficit de dignidad académica, y vegetando hasta
el último nivel, sin cambio ni provecho, cuando por obra y gracia de algún
artículo legal lo premiaron con el título de bachiller.
Hay un dato más. Era
excelente con los guayos. Varias veces puso en alto el nombre del colegio.
Salió en los diarios. El problema era que su identidad en el colegio no era precisamente la de futbolista, sino la de estudiante. Concluyo entonces diciendo que, en un sistema educativo,
el ideal de hacer excelentes personas a sus estudiantes, de crearles conciencia
de su dignidad profesional, de infundirles hasta los tuétanos la identidad
bautismal de ser realmente estudiantes, es de suma prioridad. Todo lo demás es linda añadidura.