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martes, 27 de septiembre de 2011

¿NOVIAZGOS DE CHICOS SIN EL FACTOR SEXO?
Selena Gómez se mostró partidaria de conservarse virgen durante su noviazgo y en constancia se puso un anillo de pureza. Tras hacerse novia de Justin Biever, chico afamado e intenso, apareció en público feliz y sin el anillo, ¿Habrá renunciado acaso a su voto de castidad? 
Por Luis Eduardo Botello B. 

Cuenta la misma leyenda del otro día, pero en otra versión, que una vez existió en una región cercana muy conocida un maestro común y corriente que se creía no sólo chistoso con sus discípulos, sino que también se las daba de admirador de la belleza donde quiera se encontrara y lógicamente hablador del amor, tema divino, causa de la dicha de existir.


Y tal como les comentaba el otro día, han quedado cosas curiosas sobre él como la anécdota de que una vez se le acercó una chica juiciosa con sus libros y un organizado fajo de papeles y le dijo:
--Vengo, maestro, a que me revise.
––Él se puso entonces las gafas, abrió ampliamente los ojos y la miró de arriba abajo, haciéndose el alarmado y a la vez el provocado, y le respondió:
––Chica, por favor, no seas tan lanzada. ––A lo cual, ella, brava como lo eran las mujeres de esa tierra, con toda razón le reclamó:
--A ver, maestro, póngase serio.
–– ¡Ah, ya entiendo, jovencita! ––El maestro se disculpó–– Es que como no te explicaste bien desde el principio. Lo que quieres es que te revise los trabajos de los últimos días. Sin embargo, ––continuó diciéndole mientras la detallaba con respeto–– veo que eres una chica espléndida y responsable. Pasas la primera revisión. ––Y continuó:
––¿Apellido?
––Plata.
––¡Definitivamente vales en oro lo que pesas! ¡Lástima que no seas más gorda! ––Puso más cara de brava. El maestro  siguió interrogando:
––¿Taller de verbos?
––¡Sí!
––¿Ejercicio de análisis de lecturas?
––¡Sí!
Y aquí el maestro se detuvo y se quedó mirando al techo suspirando. Ante lo cual la discípula le preguntó porqué esa cara de bobo satisfecho. Y él mirándola la dijo una de las frases que más él repetía por ahí:
––¡Es que a mí me encanta que las mujeres me digan que sí!
––¡Bueno, Maestro, ––concluyó finalmente la chica–– Hay que tenerle a usted mucha paciencia. Y él asintió con la cabeza, no sin antes decirle:
––¡Que todo sea por AMOR AL ESTUDIO!
Fue cuando otra chica del grupo al escuchar la palabra "amor" le pareció fácil cambiar el tema y pedirle al maestro que les platicara sobre cómo habían sido sus amores y noviazgos en el pasado. Sin hacerse de rogar empezó a comentarles:
––En nuestra época ––un poco más acá de la prehistoria–– la mayoría de los novios adolescentes experimentábamos las más gozosas sensaciones de la vida por la bendita culpa del amor. No a expensas de las caricias excesivas que intercambiábamos por ahí en los rincones oscuros o por el ejercicio táctil exagerado que hacíamos con ellas por allá en los potreros, sino más bien porque éramos víctimas felices de las estupendas reacciones químicas de nuestros corazones, un tanto cándidos y fáciles de halagar con sonrisas azucaradas, miradas hipnóticas y con tal o cual mimo breve y en gracia de Dios. Todo parecía limitarse a disfrutar emociones celestiales, a vibrar de arriba abajo por el solo hecho de estar lindos uno frente al otro, empalmando huellas digitales, juntando castamente los labios, concibiendo planes, forjando ilusiones mutuas o proyectos felices en presente y en futuro.
––¿Cree, maestro, que han cambiado para mal los noviazgos de hoy día? –– Le preguntó de nuevo la chica.
––Creo que sí, por cuanto, hoy día, ––tal vez por las costumbres sociales tan liberadas, por los medios de información que ensalzan el erotismo y la sensualidad––, muchos jóvenes supuestamente enamorados y algo mundanales hasta se burlan de aquellos noviazgos para ellos ridículos y anticuados. Optan más bien por añadirle a los suyos una cuota mayor de manoseo y exploración propios de parejas ya versadas en las artes amatorias. Y de ahí a agregarle el factor sexo a su relación hay un pequeño paso.
Aquí el maestro se quedó pensando en las parejas de colegiales que él había conocido durante sus años de trabajo. Y se maravillaba de que muchas de ellas, las que más se engolosinaban con los besuqueos y las meloserías, no habían ni terminado su ciclo básico de estudios, los frutos de su efervescencia fecunda ya estaban volantones, y ellas, tiernas todavía, vivían solas o cambiando de parejas; y aquellos novios en el pasado tan devotos que se sentaban justo frente al colegio en las graderías de la cancha a charlar y a ser zalameros con sus chicas,  no se dejaban después atrapar en ninguna parte y por supuesto no les daban ni para la leche de los críos.
––Maestro, ––lo rescataba de sus pensamientos otra joven que estaba a la escucha–– ¿todavía cree que se puede sostener un noviazgo sin incluir el factor sexo al que se refiere?
––Los observadores de este fenómeno creen que no sólo es recomendable sino también posible mantener noviazgos juveniles vacunados contra las practicas sexuales sin sacrificar el ser felices, gozar y desarrollarse como personas. Y de hecho hay jóvenes  simpatizantes de la castidad, como un estilo de vida responsable y apropiado para alcanzar sus proyectos, sin involucrarse en traer chicos al mundo antes de tiempo y en circunstancias desventajosas.
––Me consta  ––comentó la interlocutora–– que esa virtud de la virginidad es muy rara hoy dia en nosotras las mujeres. Como nota curiosa al respecto, supe por Internet que a esta famosa actriz Selena Gómez, a sus 16 años, expresó en público su firme decisión de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Claro que fue antes de conocer a su Justin Bieber. Para ese entonces se puso su anillo de castidad como símbolo de su compromiso de virginidad prematrimonial. Últimamente, a sus 18 años, apareció de la mano con su joven amor, pero sin el anillo de pureza. ¿Será que se le cayó o que se le embolató la virginidad con las caricias del intenso Bieber?
––Él parece ser el que no se resiste a los encantos corporales de su novia ––concluyó diciendo el maestro––. Sin embargo, muchos jóvenes hoy día tienen la suficiente personalidad para distinguir y separar relación de noviazgo y relación sexual. Sus principios  morales y creencias maduras les permiten establecer límites y pautas a los actos de su vida. Saben que el noviazgo, a diferencia del matrimonio, no es entrega total. Y que no está pasado de moda, no es obsoleto, ni es un oso, llegar de novios puritos al altar. ¿Qué opinas? ¿Muy trabajoso?
––¡Lo veo exigente y complicado! Pero posible.––replicó la chica con una bellísima sonrisa virginal.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

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sábado, 17 de septiembre de 2011


El patrimonio vivencial de mi padre es  elemento valioso del depósito cultural de la generación de su tiempo: vale la pena compartirlo y perpetuarlo

HUMORISMO INOLVIDABLE
El caso de los ladrones sin vergüenza
(ARTÍCULO DEL NUEVO OBSERVADOR 14, MUY PRONTO EN CIRCULACIÓN)
Por Lebb

Nuestro padre –para sus clientes de dentisteria: don Marcos– fue un trabajador viajero incansable, del grupo de los que no esperan que los clientes los busquen; sino que más bien ellos son los que van en su descubrimiento a los sitios donde su instinto ganador les inspira. Buscan y lógicamente encuentran a quienes requieren de sus servicios. Fue así entonces como, con sus trebejos de odontólogo egresado de la Universidad de Pueblo viejo –por lo menos eso era lo que él decía– se desplazó a cantidad de pueblos y caseríos donde, tras colocar su placa en la puerta, de improvisar una sala de espera con su respectivo biombo o cancel y de armar la silla en su espacio que él llamaba la "operatoria", empezaba a sacar muelas, a tratar caries, a tomar medidas de prótesis dentales o chapas como él propiamente las llamaba.
Al principio no era nada sencillo, por ser recién llegado, desconocido y no contar con muchos amigos. Pero luego era de admirar cómo rápidamente la bondad de su profesión era reconocida y cómo los parroquianos con males de muela empezaban a frecuentar su "operatoria". Su carácter sociable, su arte comunicativo, su charla franca al momento de atender a la  clientela o de relacionarse con todos allá en la pensión o en la tienda de la esquina más la indiscutible calidad de sus trabajos, le granjeaban rápidamente más encargos y más amigos.
Estuvo entonces de nómada laboral rentable por muchos sitios interesantes y valiosos sobre los cuales él nos platicaba bastante y de donde extraía comentarios y apuntes para engrosar su repertorio cuentista. Lógicamente nosotros éramos su auditorio favorito con el cul él se sentía más feliz y a gusto.
Nos conversaba pues de sus experiencias, evocaba con precisión nombres, curiosidades, nos refería anécdotas, gracias a su brillante memoria. Por ejemplo, nos contó de un tal San José de Ávila –grata voz para sus oídos– o de Sínera, de donde era oriunda nuestra gran madre, o de un tal Sarare que hoy se conoce como Saravena.
Nos refería curiosidades como aquella de que para muchos abuelos de la época el progreso de los lugares no se medía por la construcción de edificios o de vías o de puentes, sino más bien por el advenimiento venturoso de los "chinitos" –forma común en las familias de ahora y de antes de llamar a los niños sin ser de la China–.
En este orden de ideas, entonces, nos refirió una vez que dos abuelos, bien acomodados en un escaño del parque, al empezar la mañana, después del tinto, cuando las noticias aún eran frescas como el rocío, estaban iniciando precisamente su grato oficio, de comentar las últimas novedades de la comarca. Era entonces cuando el uno, con voz grave y solemne, le decía al otro: 
––¡Cómo le venía diciendo, compadre, se ve hoy día mucho progreso en la región: En Carmen de Nazaret, por ejemplo, nació un "chino". Y en San José de Ávila, nació otro!
Típicos representantes de la generación según la cual, todos los "chinitos" venían al mundo por la irresistible y fecunda voluntad divina y traían el pan debajo del brazo. Sin embargo, aunque ajenos a lo que se les iba por la pierna arriba, con eso de la explosión demográfica, eran conscientes de que así hubiera espacio para tanta gente, lo que sí no había era sana ocupación suficiente para tanto hijo de vecina. O que habíendola no había suficiente gusto por parte de algunos para asumirla y ganarse el pan honradamente.
Los abuelos sentados en el parque, pasaban a reconocer que también en la comarca existía y se propagaba la inextiguible raza de los pícaros quienes mediante fraudes o engaños aspiraban a vivir gratis. Era entonces cuando el otro, con voz solemne, cansada y lastimosa, interrogaba al uno:
––¿Sí escuchó, compadre, la noticia de aquel malandro que, después de cometer unas fechorías con humildes parroquianos, se voló en el tren de las seis? Cuentan que, cuando el aparato avanzaba sus primeros metros, ya con el ladrón a bordo, los afectados alcanzaron a llegar corriendo a la estación, exhaustos, dementes, brincando, haciéndole gestos, para que la máquina se detuviera. Ante las preguntas de los pasajeros a ese sinvergüenza de porqué estaba toda esa multitud allá en el andén en ese plan tan raro, él, simulando aflicción y nostalgia, les contestó: "No se preocupen por ellos. Todos son mi familia, que es muy noble y muy numerosa. Vinieron a despedirse un poco tarde. Gritan y sufren porque me voy lejos y los dejo". Y luego volviéndose a la desesperada muchedumbre, allá en la estación, que lo querían era linchar, fingía entusiastas saludos con la mano, arrojándoles en los intermedios besos simbólicos de despedida.
Ese "fresco", en concepto de Marbolleán, –el seudónimo de nuestro padre–  pertenecía a un grupo numeroso de jóvenes que aún hoy día no suelen sentir demasiado afecto por estudiar, esforzarse y prepararse para ser útiles a la sociedad. Los abuelos sentados en el parque, reconocían también esa creciente problemática de los muchachos tan tentados al facilismo existencial. 
Era entonces cuando el uno, con voz grave y solemne, le contaba al otro: 
–Una cosa, compadre. Ése pertenece al bando de los muchachos vagos que se juntan en el parque de más abajo. Son de los que cuando alguien llega con un radio que no habían visto antes, le preguntan: "¿Cuánto le costó, hermano? Y él, como si hubiera logrado una pequeña hazaña le responde: "Me costó una carrera"  Y si la "proeza" había sido más exigente y  el trofeo mayor, entonces le preguntan: "¡Hola, hermano, y ese lujo de cartera ¿cuánto le valió?" Y el fresco a renglón seguido le contesta: "¡Huy, esa sí me costó muchísimo más: Me tocó correr a toda casi diez cuadras. Y casi me agarran".
A ese mismo elenco de malandrines menores ––nos contaba nuestro padre–– pertenecieron precisamente los hijos de don Clodomiro ––para apuntar cualquier nombre–– a quienes los vecinos ya tenían reseñados por sus malas artes y creyeron conveniente poner al tanto de sus actos a su padre, a tenor del Evangelio sobre la corrección fraterna, a fin de que les dijera algo para que dejaran de cometer fechorías. Pero terminaron frustrados, fritos dirían otros, cuando el viejo Clodomiro, encogiéndose de hombros, sin sonrojo alguno, les objetó: "Pero yo qué les voy a decir, si ellos están ayudando con eso para la casa"
"¡Ah, viejito alcahueta! ––comentaba al punto nuestra madre–– Pero puede tomarse de ejemplo como hecho social para una clase de ética sobre cómo los papás deben enseñar, con palabras y al mismo tiempo con la vida, normas de buen comportamiento ciudadano". Entonces, Marbolleán, sonriente ante sus cristianas palabras de difícil cumplimiento, sellaba la charla con una de sus típicas frases: "¡Muchas, muchas, muchas gracias, por la atención prestada!"
En seguida pasábamos al comedor y allí el principal de la mesa, nuestro cuentero favorito, comenzaba a tomarse la sopa. Confieso que nunca aprendió a tomársela con la cortesía y el tino que enseñaba Carreño en su famosa Urbanidad. Yo, personalmente lo perdono para siempre. El caso era que, tan pronto la cuchara sopera rozaba sus labios, el líquido enrumbaba hacia el estómago rápido y furioso. En el comedor nuestro, sin invitados, no sentíamos angustia alguna. Pero afuera o con convidados nos sentíamos incómodos. Nunca intentamos llamarle la atención al respecto o hacer algo para corregirle el defecto. Cuando mucho en una ocasión que quizá nadie recuerde hicimos mención de la conveniencia de emplear  los buenos modales en la mesa, de vestir  a lo decente, de saludar a lo bien. Él siguió meticulosamente eso de vestirse bien porque lo hacía de traje y corbata constantemente. Y en lo de saludar y festejar un encuentro era un maestro. En cuanto al estilo de tomarse la sopa, aseguran los folclóricos ––por tomadera de pelo–– que seguramente la aprendió en las mesas de un modesto hospedaje que todavía exhibe su nombre en una de las calles de una hermosa ciudad a la cual nuestro padre le hizo el honor de morir en su regazo. 
Ahora, a mis hijos y a los jóvenes a mi cargo que no quieren practicar buenos modales en los manteles o en cualquier otro lugar, suelo amenazarlos jocosamente, a la luz del ilustre recuerdo de mi padre, con estas palabras: "Ya no los puedo llevar al hotel Hilton. Cuando mucho los puedo llevar a la pensión Saravena". Sonríen los picarones, porque saben perfectamente a qué me refiero.
Gran éxito del OBSERVADOR 13

Fue muy bien recibido y con buenos comentarios la última edición de la principal publicación de INTERLEBPRENSA

¡GRACIAS ENTONCES, AMIGOS, POR SU ACEPTACIÓN E INTERÉS