Editorial del OBSERVADOR 10 Por Lebb
LA LEYENDA DE LA LLAMA ESTRELLATras un tiempo de búsqueda e imaginación, aprendería finalmente a valorar la dimensión práctica de la vida, la cual, a pesar de sus dificultades y pesares, reserva a los humanos grandes esperanzas y realidades felices
Cuenta una leyenda que un joven inca, por los avatares normales de la vida, había quedado solo en medio de los Andes y sin nada, con excepción de una vieja llama en cuya compañía resolvió emprender largas caminatas en busca de un sitio donde establecerse y poderle hallar sentido a sus fatigas sobre la tierra. Fue tal la unidad de la Llama y el joven en esas circunstancias que los dos terminaron incluso compartiendo en las noches frías el mutuo calor, el amor de los luceros y el ideal común de tener algún vez un hogar donde estuvieran a gusto, con más compañía y más amores.
Sin embargo, una noche de las más ricas en estrellas, la llama no soportó la cuenta de los años y se durmió para siempre, dejando en consecuencia al joven inca sumido en otra de sus mayores tragedias.
A la mañana siguiente, para honrar como se merecía su memoria, el fervoroso inca la sepultó junto a un helado arroyo y fue luego a sentarse debajo de un árbol a llorar desconsoladamente.
Así permaneció mucha lunas, contemplando una y otra vez la tumba de la llama, inmerso en pensamientos grises sobre la vida, la muerte, el destino humano, coqueteando incluso a la idea de sumergirse para siempre en las gélidas aguas del arroyo. Hasta que una noche, también rica en estrellas, su pasión y fantasía prodigiosas desencadenaron un colosal fenómeno cósmico. Observó entonces una gran explosión de destellos de horizonte a horizonte y en medio una estrella desprendida de alguna galaxia remota, que había descendido allí justo sobre aquella sepultura que adoraba.
Acto seguido tomó la forma joven de la llama, su vieja amiga, y fue ágil hasta la orilla del arroyo a beber sedienta del agua fría. Al terminar lanzó una mirada al joven inca, con suave reproche por llorar tanto pero con afecto de quien deseaba verlo feliz. Y mientras saltaba al cielo, en medio de otro espectáculo de luces, fue dejando un reguero de lana en puros pedazos de fino algodón.
A la mañana siguiente, –termina la leyenda– cuando el sol comenzaba su carrera, el muchacho se levantó animado a recoger toda aquella lana suave, tibia y de brillo semejante en sus manos al material íntimo de las estrellas.
Olvidándose entonces del duelo, confortado por la visión de la llama, le pareció bien llevar esa lana al pueblo y venderla allí; donde efectivamente se la compraron a buen precio. Con ese dinero pudo negociar una casa y hasta le alcanzó para comprar una pareja de llamas jóvenes, los cuales tuvieron posteriormente varias llamitas bellísimas.
A partir de allí el joven inca aprendió a valorar el sentido práctico de la vida, la cual, a pesar de sus dificultades y de sus pesares, tiene reservadas a los humanos grandes esperanzas y realidades felices. Jamás volvió a sentirse solo porque pronto consiguió una buena compañía y tuvo después, (como era de esperarse de un fecundo Inca), varios "inquitas" adorables. Claro está que jamás olvidó a la llama estrella, la cual como buena maestra le había "dictado" la mejor y más útil clase de su vida. Y sin palabras. Por eso, agradecido y con ojos de alabanza, solía atisbar en las noches estrelladas las profundidades del firmamento, sobre todo la vía láctea, porque seguramente por ahí andaba orbitando, sonriente y complacida, su eterna amiga: la llama Estrella.
Yo pienso que también cuando alguien nos interrogue sobre razones para existir, tras la pérdida de cualquier amor o por desencantos de la suerte o por infortunios de familia, deberíamos mostrarles nuestros testimonios prácticos de vida o si no sencillamente contarles la leyenda de la llama estrella; porque es preciso fortificarles la voluntad de estar en el mundo el tiempo que les corresponda, a despecho de sus conflictos, de sus tragedias, para realizar sus sueños, para que recuperen la elemental alegría de vivir, tal como lo anhelaban quienes se inventaron una historia tan encantadora.
Sin embargo, una noche de las más ricas en estrellas, la llama no soportó la cuenta de los años y se durmió para siempre, dejando en consecuencia al joven inca sumido en otra de sus mayores tragedias.
A la mañana siguiente, para honrar como se merecía su memoria, el fervoroso inca la sepultó junto a un helado arroyo y fue luego a sentarse debajo de un árbol a llorar desconsoladamente.
Así permaneció mucha lunas, contemplando una y otra vez la tumba de la llama, inmerso en pensamientos grises sobre la vida, la muerte, el destino humano, coqueteando incluso a la idea de sumergirse para siempre en las gélidas aguas del arroyo. Hasta que una noche, también rica en estrellas, su pasión y fantasía prodigiosas desencadenaron un colosal fenómeno cósmico. Observó entonces una gran explosión de destellos de horizonte a horizonte y en medio una estrella desprendida de alguna galaxia remota, que había descendido allí justo sobre aquella sepultura que adoraba.
Acto seguido tomó la forma joven de la llama, su vieja amiga, y fue ágil hasta la orilla del arroyo a beber sedienta del agua fría. Al terminar lanzó una mirada al joven inca, con suave reproche por llorar tanto pero con afecto de quien deseaba verlo feliz. Y mientras saltaba al cielo, en medio de otro espectáculo de luces, fue dejando un reguero de lana en puros pedazos de fino algodón.
A la mañana siguiente, –termina la leyenda– cuando el sol comenzaba su carrera, el muchacho se levantó animado a recoger toda aquella lana suave, tibia y de brillo semejante en sus manos al material íntimo de las estrellas.
Olvidándose entonces del duelo, confortado por la visión de la llama, le pareció bien llevar esa lana al pueblo y venderla allí; donde efectivamente se la compraron a buen precio. Con ese dinero pudo negociar una casa y hasta le alcanzó para comprar una pareja de llamas jóvenes, los cuales tuvieron posteriormente varias llamitas bellísimas.
A partir de allí el joven inca aprendió a valorar el sentido práctico de la vida, la cual, a pesar de sus dificultades y de sus pesares, tiene reservadas a los humanos grandes esperanzas y realidades felices. Jamás volvió a sentirse solo porque pronto consiguió una buena compañía y tuvo después, (como era de esperarse de un fecundo Inca), varios "inquitas" adorables. Claro está que jamás olvidó a la llama estrella, la cual como buena maestra le había "dictado" la mejor y más útil clase de su vida. Y sin palabras. Por eso, agradecido y con ojos de alabanza, solía atisbar en las noches estrelladas las profundidades del firmamento, sobre todo la vía láctea, porque seguramente por ahí andaba orbitando, sonriente y complacida, su eterna amiga: la llama Estrella.
Yo pienso que también cuando alguien nos interrogue sobre razones para existir, tras la pérdida de cualquier amor o por desencantos de la suerte o por infortunios de familia, deberíamos mostrarles nuestros testimonios prácticos de vida o si no sencillamente contarles la leyenda de la llama estrella; porque es preciso fortificarles la voluntad de estar en el mundo el tiempo que les corresponda, a despecho de sus conflictos, de sus tragedias, para realizar sus sueños, para que recuperen la elemental alegría de vivir, tal como lo anhelaban quienes se inventaron una historia tan encantadora.
Una de las historias más bellas que jamás he leído y reescrito hasta con lágrimas en los ojos.
ResponderEliminar