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lunes, 27 de octubre de 2025

CUENTOS CRIOLLOS DE MARBOLLEÁN

Allá, "detrás de la montaña, donde se oculta temprano el sol", tras un cariñoso amanecer, en la finca del Edén, sentados a la mesa, listos para saborear un chocolate espeso, con pan y queso hechos en casa, nuestro padre, Marcos Botello, solía entretenernos, a manera de aperitivo oral, con anécdotas de su vida, o con relatos que extraía de su propia cosecha o que se habían sumado a su acervo narrativo gracias a la conversación jocosa con sus vecinos, amigos y compañeros de tragos. Apenas comenzaba a hablar, todos le lanzábamos una mirada de distinción como a patriarca de la narrativa, de memoria feliz y de estilo original, por su destreza para contar cuentos, con estilo propio, con el picante de su propio ingenio.

 Un día se presentaron --comenzó diciendo esta vez-- en manada, a la puerta de la alcaldía, un grupo de personas belicosas para exigirle al alcalde la solución inmediata de un problema que los atormentaba. Los ánimos alcanzaron niveles de efervescencia y calor tan altos que amenazaban incluso con afectar los cimientos desvencijados  de la casona municipal. 

Fue entonces cuando la máxima autoridad, desde la parte elevada de la casa, quiso imponer el poder de la ley antes que el poder de las masas, levantando los brazos y gritando varias veces "¡Silencio!" Luego, apenas hubo un pequeño boquete de silencio, tomó de una mesa un libro enorme con letras mayúsculas doradas, también enormes, que lo titulaban "Leyes colombianas", gritando enseguida: 

"Voy a leerles el artículo 469 del código penal, para que lo escuchen con atención y reverencia!" 

Fue hasta ahí un buen intento para superar el alboroto popular que se la había venido encima. No se sabe si por nervios o por la prisa o porque se sabía de memoria el artículo, tomó el libro que su secretario había dejado ahí al revés y comenzó supuestamente a leer tartamudeando el párrafo respectivo. 

No había avanzado nada cuando uno de los principales revoltosos  de manera irrespetuosa, sintiéndose incómodo por la paciencia torpe del mandatario municipal, lo interrumpió insolente, diciéndole: 

"¡Dele la vuelta al libro, porque está al revés! ¿O es que no sabe leer!"  

El alcalde, herido en su amor propio, en el acto, llamó a un policía armado de bolillo que estaba a su lado y le ordenó.  

"¡Meta a este tipo en la cárcel, a pan y agua, mientras aprendo a leer!" 

Parece que ahí acabó el desorden popular porque nadie más quería ayunar en la cárcel mientras el alcalde aprendía a leer, cosa que le iba a llevar algún tiempo porque ese hombre no tenía fama de ser muy inteligente.