Por Lebb
Doña Berenice ya cumplió admirables 30 años de ejercicio docente, y piensa seguir haciéndolo más allá, hasta el infinito, mientras Dios le conceda la licencia.
Doña Berenice ya cumplió admirables 30 años de ejercicio docente, y piensa seguir haciéndolo más allá, hasta el infinito, mientras Dios le conceda la licencia.
Nos cuenta orgullosa que en los duros bancos de su escuela
se han sentado ilustres parroquianos de varias generaciones históricas, entre
los cuales vale destacar al actual alcalde, alumno suyo de mente inquieta y
bajas notas, igual que el personero del municipio, también de cuatro y medio en
conducta y la secretaria del despacho, con 4.8.
Precisamente el mismo jerarca de la Administración el otro
día nos recordaba, evocando tiempos maravillosos, que doña Berenice todavía enfunda
sus densas y blancas piernas en unas gruesas medias de franjas ordinarias que
le llegan hasta las corvas, así como solía hacerlo cuando él y el personero
montaban gorro en la escuela. No son las mismas, por supuesto, aunque la verdad
sea dicha las modeló largos años hasta el día en que, por arranque insólito de
generosidad, resolvió dárselas como ofrenda a una beata pobre del pueblo.
Nos recibió allí, detrás de su escritorio atestado de pergaminos
y libros de vieja data, donde recibian veneración, entre otros textos, una
cartilla "Charry", el Catecismo del Padre Astete, la urbanidad de
Carreño y un volumen deshecho de Baldor. El secretario con un poco de picardía
complementaba diciendo que hace poco, en la Izada de Bandera en conmemoración
de las hazañas de los Comuneros, le escucharon unas coplas similares a las que
ellos tuvieron que recitar en el acto patrio de un 20 de Julio tan perdido en
el tiempo que los historiadores se inclinaban a creer que para la fecha
todavía Rafael Núñez entonaba el Himno Nacional.
Nos contaba doña Berenice, entre ayes de pesadumbre, que se
angustió mucho en aquellos tiempos de novedades, cuando el Gobierno promulgó
con pitos, tambores y fanfarrias la Ley General de la Educación aspirando a
revolucionar pacíficamente el sistema educativo del país. Añade que hasta se le
subió peligrosamente la tensión, pero que de ese mal se le estilizó la figura
sin ejercicio, ni bebedizos ni dieta. Se le escurrieron por entonces también
los ánimos y las medias, porque no podía aceptar que su metodología valiosa, su
santa experiencia, su "sapiencia suma" y su tradición docente
sucumbieran ante el ventarrón reformista del Ministerio, como dio en apodar despectivamente
la iniciativa gubernamental.
Sin embargo, amenazada con perder
el sueldo y por su ilusión sacra de alcanzar sus bodas de oro docente, inclinó resignada
su cabeza cana, para acoger sumisa las tareas oficiales que la obligaban a la
dura tarea de redactar el proyecto educativo institucional así como el de rellenar
diferente y con términos nuevos algunos formatos protocolarios viejos.
Mientras duró la preparación del sonado proyecto doña Berenice
fue toda una heroína: Asistió a miles de reuniones, hizo parte de cuanto comité
se inventaba la secretaría de Educación y como el mejor carro viejo entraba y
salía de cuanto taller de actualización le proponían. A todo eso decía que sí.
Se le olvidó inclusive decir que No. (Hasta el lechero andaba contento).
Por fin estuvo listo el famoso P.E.I. de su plantel y pudo
doña Berenice respirar dichosa y tranquila y triunfante. Ya entonces existe, al
lado de aquellos otros libros excelsos un libro descomunal con las letras P, E,
I, doradas y en alto relieve, que además de adorno testimonial sirve de base
para sostener ese florero de porcelana fina que le regalaron cuando celebró el
primer cumpleaños de servicio.
Y mientras distraídamente hojea la cartilla Charry y prepara clases con
Baldor, Astete y Carreño, nos mira por encima de las gafas, con pupilas
pensionadas tres veces y con la oligarquía de sus arrugas, diciéndonos que ese
libro quedó perfecto y que ha contribuido, acorde al santo espíritu de la Ley,
a subir a la gloria la Enseñanza y, obviamente a disparar la calidad de la
Educación.
Lo único que ha subido -pensamos con ironía para nuestros
adentros- son las flores barrocas de su jarrón, en su clásico escritorio
donde todavía su espíritu docente prepara clases con métodos ancestrales.
Los niños se han dado cuenta de que las cosas antiguas, como
la misma escuela, las casonas donde viven, como ese florero viejo y los libros
que los adoctrinan son como las piezas valiosas de un museo a las cuales hay
que brindarles honra, afecto y cuidado. Y por eso mismo, viven tensos ahora
cuando rodean a su maestra Berenice, a sus cosas y a cuanto ella significa para
su historia. Si esa antigüedad se desplomara al piso, (me refiero al
jarrón), eso SÍ sería una "tragedia" para toda la escuela que
cambiaría radicalmente la Historia.