"UNA VEZ CIERTOS APETITOSOS EXPLORADORES..
"Una vez ciertos apetitosos exploradores cayeron en manos de caníbales, o mejor, para adelantar el cuento, cayeron en la olla del sancocho de los caníbales... –así comenzaba a narrar uno de mis hermanos su historia, una vez que nos reuníamos a compartir una especie de banquete de la palabra, muchas veces ya en el ocaso del día, al principio de la noche, sin radio, televisión, o tamagoshi alguno, con nuestro padre a la cabeza, todos los hermanos y tal cual hijo de vecina.Eran inicios de noches muy oscuras amenizadas por un desordenado concierto de aves bulliciosas en plan de recogimiento, además de luciérnagas fantásticas afuera, en la vegetación de la casa de campo, disparando sus diminutos relámpagos errantes. Y así, en medio de esa poesía vital, nos reuníamos a escuchar historias, nosotros los menos hábiles para el verbo y ellos, los más avanzados en experiencia verbal, para encadenar, con un humor inocente, relatos y decires que nos condimentaban la mente, nos levantaban el ánimo, nos espantaban el aburrimiento, nos curaban verdaderamente de los achaques de una vida seria y exigente, potencialmente apta para el tedio y el cansancio.
Ya más adelante entendería el pensamiento del musulmán para quien el humor debe estar incluido religiosamente en el menú de opciones principales de la vida de un creyente, hasta el grado que bien podría insertarse en las normas existenciales que debe cumplir. En este sentido es comprensible que se le haya achacado a Buda la frase según la cual quien hace reir a los demás, actúa como un apóstol de la doctrina viva, como un maestro práctico y entonces se merece el paraíso.
En aquella ocasión, de los "apetitosos exploradores", la noche ya había comenzado su carrera. Las aves ya gozaban los amores de sus nidos y hasta los cocuyos habían escaseado sus destellos pues ya andaban también ocupados en sus pasiones. Tras la cena campesina, nos quedábamos todavía en la mesa, a la luz de una trepidante lámpara de aceite que bregaba a proyectar en las paredes tiznadas nuestras sombras largas, las de las sillas deformes o las de cualquier otro fantasma...
—Estando entonces físicamente en la olla –continuaba mi hermano— uno de ellos, calmadamente y con picardía, le comentó a su compañero de sancocho: “Camarada, (pertenecía a un sindicato), vengo padeciendo de una diarrea endiablada. Yo creo que con estos respetables caníbales, voy a tener que pasar por la pena....
¡Ah, explorador valiente que tampoco pierde el humor así esté ya medio cocinado en la olla! Sabia lección para quienes estamos en la... O..rden del matrimonio, del magisterio, en los oficios del mundo...
"––Voy a pasar por la pena ––concluyó el camarada –– de tener que sazonar este sancocho!